1. La otra mami

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El calor que hacía ese mes de julio en Madrid solo estaba haciendo que el trayecto en metro fuese mucho más horrible de lo que ya era, con la niña llorando y el corazón de Natalia en un puño por no saber qué era lo que le pasaba. Las miradas de medio vagón se posaban sobre ellas de vez en cuando, haciendo que la morena se debatiera entre morirse de vergüenza y cabrearse con la gente que las miraba mal solo porque una niña que ni siquiera hablaba estaba expresando su malestar de la única forma que sabía. La empatía en el culo, di que sí. Nunca le había gustado llamar la atención, y aunque normalmente su físico le ponía difícil lo de pasar desapercibida, ahora era la pequeña la que lo estaba haciendo imposible.

-¿Qué te pasa, corazón?-le preguntó en un murmuro, rozando su frente con los labios y frunciendo el ceño al sentir la piel igual de caliente que cuando había decidido salir hacia el pediatra.

Pero la única respuesta que obtuvo fue un quejido por parte de Alejandra, que ya no lloraba pero tenía los labios fruncidos en un puchero tristón que le estaba angustiado el corazón. Ale era la hija de su mejor amiga, Vicky, y también su ahijada. La veía muchísimo, casi a diario, así que era casi una hija para ella también; pero una cosa es verla y otra ser la total responsable de la niña mientras su madre va a pasar tres semanas fuera de la ciudad. Esa era otra movida para la que no sabía si estaba del todo lista.

Natalia se bajó a toda prisa en su parada, maldiciendo internamente no haberse parado ni a coger el carrito, porque los quince meses que acababa de cumplir ya se notaba demasiado en el peso de su ahijada. Y lo muchísimo que le gustaba comer, también. Por eso se había preocupado cuando apenas había querido probar bocado de su cena la noche anterior; ni se había acabado siquiera el plátano en el desayuno; y cuando a mediodía había tirado todo el plato de arroz al suelo de una patada en medio de una rabieta por no querer comer. Pero el colmo para ir en busca de su pediatra fue ver que además de no comer, estaba empezando a subirle la fiebre. Apenas tardó diez minutos en llegar a la clínica, sudando la gota gorda y medio asfixiada por la carrera que se estaba dando a las dos de la tarde en pleno verano.

Lo que no se veía venir era que esperar allí dentro a que la pediatra les llamara iba a ser casi tan horrible como el trayecto desde su casa. Alejandra no paraba de patalear y de quejarse, con los mofletes rojizos seguramente por culpa de la fiebre y la cara churretosa por la llorera que llevaba. Y allí también las miraban. Natalia no sabía dónde meterse; no era que le molestara que la niña estuviera llorando, eso la tenía más preocupada que otra cosa. Pero odiaba eso de ser el centro de atención, y la pataleta que tenía su adorada ahijada, peleando por bajarse de sus brazos mientras ella intentaba guardar los papeles del médico en la carpeta que le había dejado Vicky antes de marcharse, solo facilitaba que lo fuera. Podía casi escuchar los pensamientos de aquellas mujeres, probablemente diez o quince años mayores que ella, que miraban con desaprobación su piel tatuada y su abdomen al aire. "Pues por lo menos yo no estoy aquí porque mi marido es un inútil incapaz de encargarse de algo tan tonto como llevar al crío al médico", pensó, malhumorada pero no lo suficiente como para dejar de querer que se la tragase la tierra. Después de diez minutos de pelea con la niña, y viendo que aquello tenía pinta de ir para largo, decidió soltarla en el suelo para que así pudiera al menos dar un par de pasos de acá para allá.

-Anda, que qué oportunos-murmuró para sí misma cuando empezó a sonar su móvil dentro de la mochilita de Alejandra.

Rebuscó entre los pañales, las toallitas, los biberones, el potito, las mudas de ropa y las veinte mil cosas que había metido por si acaso, ahora arrepintiéndose de haber traído tanto; y para cuando lo encontró y alzó la mirada solo pudo ver los ricitos rubios de su ahijada corriendo a toda prisa por el pasillo, alejándose de ahí.

-¡Alejandra!-la llamó, soltándolo todo en la silla mientras se levantaba de un salto para salir a correr tras ella. "La madre que la trajo, ni tres meses lleva andando y ya se da estas carreras la cabrona"-. ¡Ale!

La casa del árbolWhere stories live. Discover now