97. Como quitarse el sujetador

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-¿Te acuerdas del San Valentín del año pasado?
-¿Que si me acuerdo?-Natalia soltó una risa nasal-. No sé cómo no acabaste asesinando a alguien.
-No fue para tanto-se rió la pediatra.
-¿Cómo que no? ¡Tenías la vena del cuello hinchada!
-¡Es que vimos a mucha gente con peluches! Son cutres, Nat, por favor.
-Lo son, pero no tienes que matar a nadie por serlo.
-A lo mejor sí, ¿eh? Que algunos eran terribles.
-Te voy a regalar uno este año.
-¿Un peluche?
-Sí.
-Ni se te ocurra.
-¿Qué harías si te lo regalo?
-Te lo tiro a la cara-respondió tajante, y Natalia soltó una carcajada.
-Qué bruta eres, Albi. No me merezco ese desprecio.

La morena intentó deshacerse del contacto de sus dedos con los de Alba y alejarse, pero la pediatra fue más rápida y le dio un tirón del brazo que frenó su huida y que estuvo a punto de hacer que se cayera. Se rieron las dos mientras volvían a entrelazar sus dedos, y Alba aprovechó para rodear su cintura con fuerza.

-¿A dónde te creías que ibas?
-No sé, pero me iba porque no valoras mis detalles contigo.
-¿Qué detalles?-se rió Alba, apoyando su mejilla en la espalda de la fotógrafa cuando terminó de abrazarla por detrás, rodeando su torso con ambos brazos.
-Pues el de querer regalarte un peluche de un osito que está sujetando un corazón en el que pone "I love you" por San Valentín, por ejemplo-dijo muy digna, mientras abrazaba los brazos de la pediatra alrededor de su cintura.
-Pues siento decirte que no vas a poder escaparte por eso.
-¿No?
-No-negó con la cabeza-. Ya no te vas a ningún lado.

Natalia notó cómo apretaba su agarre alrededor de ella y sonrió mientras caminaban calle abajo con pasos torpes, intentando coordinarlos para no caerse, porque había entendido a qué se refería Alba con esa afirmación en realidad. E igual que entendió aquello, también pudo saber que la fuerza con la que se abrazaba a su torso pretendía decirle precisamente lo mismo: que no tenía intención de que se volviera a alejar. A pesar de entenderlo, o quizás porque lo entendió, dejó de caminar para separarse un momento y así poder girar sobre sí misma y quedar enfrentada a la pediatra, para que en lugar de pegar la mejilla a su espalda pudiera acunarla en el hueco de su cuello, y eso hizo la rubia. Llevaban toda la noche entre abrazos y caricias poco disimuladas, pero no les importaba alcanzar semejantes niveles de ñoñería porque era el primer miércoles en casi ocho meses que Natalia volvía a esperar a Alba en la puerta de la clínica para irse juntas a cenar cuando saliera de trabajar. Y ocho meses eran muchos miércoles sin hacer eso, concretamente eran cerca de treinta y dos miércoles sin recargar pilas únicamente gracias a la compañía de la otra. Así que ahora, después de casi treinta y dos miércoles sin ir a cenar juntas, cuando Natalia se giró para poder abrazar bien a Alba y esta vez decirle ella que no iba a alejarse otra vez, pero no porque no le dejara, sino porque ella misma tampoco quería hacerlo, la pediatra recibió el abrazo y el mensaje y luego se puso de puntillas para darle un beso en el mentón, y después soltó una risilla antes de exclamar "¡La última en llegar al metro invita el sábado!" y salió corriendo. Natalia se rió mientras la observaba alejarse y llevarse con ella sus carcajadas sonoras. Se rió porque siempre le retaba a echar carreras a pesar de tener muchísima desventaja por la diferencia de altura, y se rió también porque el sábado era San Valentín, y lo que en realidad le quería decir era que a pesar de que le parecía una celebración tontísima, podían ir a comer juntas porque a ella sí que le gustaba. Salió corriendo tras ella y tardó apenas un minuto en alcanzarla, agarrarla por la cintura y cargarla en su hombro, sonriendo más ahora que las carcajadas roncas de la pediatra habían dejado de sonar lejos y rebotaban contra su piel, e ignorando a la gente que las miraba. De hecho, incluso disfrutó que las mirasen, porque si no hubiera estado tan concentrada en el sonido de la risa de Alba, se habría dedicado a devolverle la mirada a todo aquel que paseando por la calle les había mirado mal y decirles con los ojos que las miraran más, que miraran lo increíble que era esa mujer que pataleaba entre sus brazos y que cada día estaba más cerca de perdonarle que una vez se hubiera ido.





La casa del árbolWhere stories live. Discover now