75. Merecer la pena

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-¡Ay, que te como to' el coño!
-¡María!-la regañó Natalia, con los ojos muy abiertos y las mejillas rojas al instante.
-Pero si estos son todos guiris, tía. Además, ¡que le has escrito a la Reche!
-Le he escrito, pero no grites-se sonrojó más.
-Es que le has escrito tú. Mi Natalia Rubores, tía, con lo fuerte que es eso. ¡Que hace un año estabas rayada en el sofá de casa porque no sabías responderle a las fichas!
-Madre mía, ya hace un año de eso-pensó en alto la morena, con una sonrisa triste.
-Y ahora pum, ¡le escribes después de toda esta movida! ¿Y qué tal? ¿Qué habéis hablado?-se sentó en la silla vacía que había frente a la fotógrafa, con el cuerpo inclinado hacia ella deseando escuchar lo que le contara.
-Pues no mucho, en realidad-se encogió de hombros-. Le he preguntado por las gatas, le he contado un poco cómo está yendo el rodaje, y poco más.
-Bueno, coño, pero ya es más de lo que habéis hablado en el último mes.
-Ya. Y cuando me ha preguntado cómo estoy le he respondido sin canciones ni nada-frunció los labios para reprimir una sonrisa orgullosa, una que María no reprimió.
-Ay, si es que mírate lo que has crecido-suspiró, y la fotógrafa se rió sonrojada-. ¿Y ha sido muy difícil?
-Un poco. Pero porque es feo decirle que no estoy bien, ¿sabes?
-Me imagino que un trago bonito no ha sido-le sonrió con ternura-, ¿pero y lo orgullosa que tienes que estar de haberlo hecho, sin canciones ni nada?
-La verdad es que lo estoy un poco-bajó la mirada con timidez.
-Pues haces muy bien en estarlo. ¿Y la enana qué tal, le has preguntado?
-Pues más o menos como yo-se encogió de hombros, y frunció los labios en una mueca triste-. Que me echa de menos, dice.
-La pobre, ¿eso te ha dicho?
-Sí. ¿Tú crees que sigue queriendo... que todavía querrá arreglarlo?
-¿Tú crees que no quiere?
-No, pero no sé-suspiró Natalia, que realmente no sabía responderse a eso.
-¿Tú sigues queriendo?
-Sí-asintió-. No sé, y lo estoy intentando, ¿no? Quiero decir, lo de haberle hablado y eso, pues... aunque podría ser poca cosa para mí no lo era.
-Ya lo sé, Nati, claro que lo estás intentando. ¡Por eso te he dicho que te como el coño!
-¡Mari, no grites!
-Perdona, ¿un café con leche por aquí?-apareció el camarero tras la espalda de Natalia, que se puso como un tomate más o menos en medio segundo.
-Ay, sí, gracias-la rubia tuvo que aguantarse la risa hasta que el muchacho se dio la vuelta, viendo a Natalia esconderse bajo su flequillo con la cabeza agachada para usar el pelo de cortina. Pero en cuanto se fue, soltó una carcajada que escucharon en toda la cafetería.
-No me río-le dedicó una mirada de odio digna de mandarla a la tumba.
-Ay, no te enfades-se reía María-, ¿qué más da? Solo he dicho que te como el coño por valiente. ¡Si le pica que rasque!
-¡Pero no hace falta que lo grites a los cuatro vientos!-a Natalia se le estaba empezando a escapar la risa, contagiada por la de su amiga aunque esta fuera riéndose de ella.
-¿Que lo grite dices?-alzó la voz-. ¿Que grite que te co-
-¡María!-la interrumpió Natalia antes de que pudiera acabar de decirlo, y la rubia empezó a reírse más cuando vio a la del flequillo intentar mantener la cara de odio a pesar de la risa que le estaba dando.

No tardaron mucho en salir de esa cafetería en la que había cada vez menos turistas y se dispusieron a recorrerse las calles de Barcelona con energía. Una energía que bien podría faltarles teniendo en cuenta la cantidad de horas que llevaban trabajando al día durante las dos últimas semanas, pero que no les faltaba porque estaban siendo turistas por un día y María quería comprar los imanes más horteras para Pablo y sus padres y Natalia había sacado a pasear la cámara por primera vez desde que habían llegado. Tampoco les faltaba porque una tenía una sensación extraña en el pecho, como si su sangre estuviera burbujeando felizmente por sus venas y eso le hiciera cosquillas, y la otra se alegraba enormemente por la una. Era bonito verle ese atisbo sincero de sonrisa que se le había escapado mientras le decía que había estado hablando con la pediatra, porque hacía ya tiempo que la sonrisa no le llegaba a los ojos, pero ese día le llegó y María se alegró tanto por ella como para estar recorriéndose Barcelona un miércoles por la mañana sin quejarse siquiera de tener que andar.






La casa del árbolWhere stories live. Discover now