20. Las burbujas de la cocacola

7.5K 549 104
                                    

-¿En serio te hizo eso?-se rió Natalia, con los ojos muy abiertos.
-Te lo juro, y yo flipando con la cría. Ya te digo, aunque la mayoría son un amor, también hay niños maleducados.
-No hace falta que lo jures. Yo estuve unos meses trabajando en un estudio de estos de barrio, típico de hacerse las fotos de la comunión, y madre mía lo que pasó por allí.
-Hostia, es que la edad de la comunión es una edad o muy buena o muy mala.
-¿Mala? Un niño casi nos rompe tres focos de una patada, no sé quién lo pasó peor, si nosotros o los padres pensando que tenían que pagarlo.
-Dios mío, es mi hijo y lo mato ahí mismo.
-Ya ves, y mi compi y yo con las sonrisas-Alba soltó una carcajada al ver la sonrisa tensa y distorsionada que imitó la fotógrafa-. Lo de trabajar en un estudio de estos también es jodido, ¿eh?
-Hombre, si todos los niños os intentan destrozar el plató.
-Casi todos-se rió Natalia-. Pero bueno, fueron solo unos meses.
-A ti también te gusta mucho la fotografía, ¿no?-Alba se había dado cuenta de que pocas veces la había visto sin una cámara encima.
-¿Tanto se me nota?
-Un poquito-hizo un gesto con la mano.
-Pues sí, me gusta mucho.
-¿Pero te ha gustado desde siempre o tuviste un primer acercamiento horrible y vergonzoso como yo con la pediatría?
-Desde que tuve mi primera cámara a los trece años y hacía fotos cutres a las plantas de casa-se rió Natalia.
-Yo las dibujaba-sonrió Alba con cierta nostalgia-. ¿Te puedo preguntar una cosa?

Alba era consciente de que aquella conversación, que había empezado como una mera distracción para que se tranquilizara y sacara de su mente las imágenes de Alejandra convulsionando, se estaba convirtiendo en algo mucho más profundo. Sentía en sus ojos que estaba empezando a bajar una de esas barreras. "Ya no son negros, ahora son del color del café recién hecho". Era como si la anécdota de vomitarle en los pies a la jefa le hubiera bastado para que la fotógrafa diera un paso en su dirección. Aunque en realidad, más bien le estaba dejando a Alba ser quien se acercara a ella. No era del todo consciente, porque no lo estaba pensando mucho mientras lo hacía, pero la personalidad tan cercana y cálida de la pediatra parecía una especie de imán, le hacía quererla cerca.

-Sí-la morena se puso nerviosa de pronto, sin saber cómo de personal podría ser esa pregunta.
-¿Qué es lo que más te gusta de la fotografía?-podría parecer que no, pero era bastante personal. Alba vio las dudas en sus ojos, pero finalmente decidió contestar.
-Pues... creo que poder hablar sin hablar, ¿sabes?-Alba negó con la cabeza. Creía que entendía lo que le estaba diciendo, pero prefería que se lo contase-. Pues que yo siempre he sido una persona más bien tímida, me cuesta mucho participar en las conversaciones cuando hay un grupo de gente, o cuando estoy con alguien que no conozco.
-A mí no me conoces mucho y ahora mismo estás tranquila.
-Es distinto-dijo muy rápido, pero enseguida se arrepintió porque sabía que no podía explicarle cómo era eso distinto, así que siguió hablando-. Básicamente, yo siempre he sido más de observar y escuchar que de hablar, y con la fotografía, sobre todo la que hago yo por libre, puedo enseñar a los demás todo lo que me pasa por la cabeza, las cosas en las que me fijo, las que me llaman la atención, las que me gustan o no, y sin tener que explicarlo, ¿sabes?
-Hablar sin hablar-asintió.
-Exacto. Con... con la cámara puedo ponerle el foco a los detalles a los que yo doy importancia pero otra gente no, es como una manera de comunicarme pero sin tener que ser la protagonista de la conversación.
-Escondida detrás de la cámara.
-Más o menos.
-Pues no deberías esconderte tanto-Alba casi susurró aquello-. Quiero decir, he visto tu "yo fotógrafo", y me gusta. Pero ahora estoy viendo tu yo que habla, y también me gusta.

Prácticamente lo único que se escuchaba en ese salón eran los latidos desbocados del corazón de Natalia al escuchar aquello. ¿Qué se supone que se responde a eso? Se cruzaron sus miradas y esta vez ambas sintieron el suelo temblar bajo sus pies. O habían temblado ellas, no estaban muy seguras. Dejándose llevar por la burbuja que la absorbía cuando se miraban así, Alba alzó una mano y rozó, solo con la punta de los dedos, la mejilla de Natalia, que no apartó la mirada de sus ojos en ningún momento. Se les secó la boca a las dos ante aquel contacto y se erizó la piel de la morena, que no quiso moverse ni medio milímetro para no provocar que retirara sus dedos de su mejilla. Pero los retiró, tan despacio como los había acercado, los alejó de ahí con las yemas cosquilleando. Como cuando llenas un vaso de cocacola, vas a beber y todavía están las burbujas chisporroteando en la superficie, haciéndote cosquillas en el labio. Pues algo así sintió en sus dedos después de esa caricia, como si estuvieran saltando chispas diminutas entre ellas.

La casa del árbolDär berättelser lever. Upptäck nu