Capítulo 20

1.7K 407 35
                                    


Rigel

Dejé a mi hermano luchando contra sus instintos primarios. Sería duro, sobre todo para un lobo, su olfato les dominaba más a ellos que a nosotros los gatos. Pero lo superaría. Solo tuve que inyectarle una dosis de inhibidor para hacer que su olfato se adormeciera. Pero eso no podía mantenerse por demasiado tiempo, porque un rojo sin su olfato era medio guerrero, y esta misión exigía lo mejor de nosotros. Y ahora que teníamos al equipo de Rise cerca, y una batalla por librar, necesitaba soldados, no mascotas. Presentar ante todos ellos a aquella que podría traernos una nueva libertad, no debía suponer una guerra para ver quién se hacía con la hembra.

Y por eso estábamos allí ahora, en la órbita cercana a las lunas rojas, junto la estación médica de Nomi. Tanto Silas como yo sabíamos a qué habíamos ido allí, a preparar a Nydia para su largo viaje. Para mí era la única opción viable, pero necesitaba asegurarme de que Silas pensaba lo mismo.

—El equipo no es de última generación, pero Nomi es el mejor médico que conozco. —Silas observaba la maniobra de aproximación a la estación mientras le hablaba.

—Es un médico extraordinario, que esté aquí no nuble tu percepción sobre ella.

—Ya he dicho que es buena.

—Dejó de lado una trayectoria brillante y una reputación intachable para venir aquí, y eso le ha pasado factura entre la rama científica. Su nombre hoy no significa nada, pero es de los mejores profesionales que se han graduado en la universidad intergaláctica de medicina. —Antes no me había propuesto buscar sus referencias, pero ahora estaba intrigado. ¿Por qué una amarilla con aquel potencial lo dejó todo por venir a ayudar a los apestados?

—Entonces podrá ayudar a Nydia con su sistema inmunológico. —Su cabeza giró hacia mí.

—Tiene que hacerlo, no podemos arriesgarnos a que el planeta que va a regir acabe con su vida antes de que consigamos que su árbol la insemine. —Un patógeno en el aire podía matarla, sobre todo porque la atmósfera de Maät, el planeta principal de los azules, no era un entorno controlado como lo era la granja de Henrry.

—Cuando la semilla la haya bendecido será más fácil programar su sistema celular. —Eso era algo que los que no tenía semilla tenía que hacer de la manera primitiva; vacunas, operaciones quirúrgicas invasivas, y nada de nano robots programados como primer auxilio recorriendo su cuerpo. Podía ser una ventaja el llevarlos encima, pero a parte de que podían localizarte si los rastreaban, no eran tan efectivos ni rápidos como unas células programadas para actuar como las de un bendecido. Curación acelerada, casi instantánea, blindaje ante toxinas aéreas o dérmicas, incluso algunos venenos, y sobre todo, juventud casi eterna. ¿Quién tiene miedo a la muerte cuando sus células se mantienen siempre jóvenes? Todos tenemos nuestros límites, bendecidos o no, pero los suyos estaban lejos, muy lejos.

—En cuanto Nomi la proteja, saldremos hacia Maät de inmediato. No podemos perder tiempo. —No, no podíamos. Si no existiese otro candidato podríamos habernos tomado con calma todo el proceso, pero con la Cámara de Representantes convocada para los próximos días, teníamos que presentarnos con algo que el otro no pudiese superar. Si él estaba bendecido, podían apelar a ese requisito para apartarla del primer puesto sucesorio.

—No habrá problema. —Pero Silas no parecía satisfecho del todo.

—La situación ha cambiado, capitán. Puede que necesitemos un pequeño ejército para poder entrar en el santuario azul. —Lo entendía muy bien. No solo tendríamos que acceder a un santuario protegido celosamente por la guardia real, para que ningún otro ciudadano que no tenga sangre noble acceda a una semilla, sino que no era descabellado pensar que el rey tuviera información de sus espías, y que supiera que había algunos postulantes al trono dispuestos a arrebatarle su sitio. Si mató a todos los de su sangre, ¿qué no haría con una desconocida?

—Yo me encargaré de eso. —Era lo que estaba a punto de decir, pero no fue mi voz la que lo dijo, sino la de mi hermano. Él enseguida había comprendido lo mismo que yo, que ella era nuestra esperanza, y que arriesgarlo todo por ella, era darnos una oportunidad a los malditos.

—Pero tenemos que ser discretos. —Le recordó Silas. Rise se sonrió con picardía, porque este era nuestro trabajo, pasar inadvertidos, entrar y salir de sitios imposibles, y sobre todo, conseguir tesoros que están fuertemente custodiados. No había reto imposible para nosotros.

—No hay nadie mejor para este trabajo, —Le garanticé. Pero al tiempo que Silas volvía su atención hacia la estación en la que estábamos a punto de atracar, yo volví mi mirada para encontrar a mi hermano. Ambos sabíamos que Nydia era un a bomba que no podíamos soltar delante de un rojo. Tendríamos que hablar discretamente con Nomi para solucionar ese problema, porque si no, en vez de un ejército, tendríamos a una manada de malditos en celo. Si no conseguía solucionarlo, al menos tendríamos un plan B al que recurrir, y esos eran los renegados. ¿Qué quiénes eran? Entre los mercenarios no solo estábamos los malditos, había soldados de otros mundos, otras especies. Guerreros que habían encontrado su lugar entre nuestras filas, que habían sido aceptados porque cumplían con nuestros credos, el principal de ellos el haber sido rechazados por el resto, y el segundo el conservar su honor. Y entre todos ellos había unos cuantos con los que había trabajado muchas veces, cuando eran necesarias misiones en grupo.

—Voy a ver si nuestra pasajera está lista. —Había dejado a Nidya en su camarote cambiándose de ropa. Puede que las instalaciones de Nomi fueran frecuentadas por personas no en sus mejores momentos, pero tampoco era plan de que la futura reina azul se presentase ante ella oliendo a vómito y con la ropa empapada en orina.

Al llegar hasta su puerta golpeé un par de veces. No es que normalmente se cerraran las puertas en mi nave, pero esta pasajera necesitaba su porción de intimidad.

—Ya casi estoy. —Escuché como se cerraba la tapa del contenedor de ropa sucia, y después como se acercaba para abrir la puerta. Como decía, la puerta cerrada no tenía ningún sentido para nosotros, no necesitaba ver para saber lo que pasaba. Pero las puertas servían de doble mamparo cuando se producían algunas pequeñas grietas en el casco. Algo bueno cuando tienes que atravesar un campo de asteroides a toda velocidad. La puerta se abrió en aquel momento, dejando que su olor me alcanzara de lleno, golpeándome. Mis tripas se revolvieron como salvajes, pero pude contenerlas. Tendría que hacerme con más inhibidores, si Nomi no conseguía arreglar lo del olor de Nidya, estar junto a ella sería un infierno para mí, para Rise y para cualquier rojo que estuviese a menos de un khet* de ella, medio río** si había viento a favor. Al menos era así con las hembras que entraban en celo.

*,**(El khet equivaldría a algo más de medio kilómetro, el río equivaldría a 10,5 kilómetros. Estas son medidas utilizadas en el antiguo Egipto)

—Estamos a punto de acoplarnos a la estación sanitaria. —Sus ojos curiosos parecieron listos para ir en busca de esa nueva experiencia. Tenía que reconocerlo, no era una chica miedosa. Precavida sí, pero no miedosa, le gustaba descubrir cosas.

—Bien, a ver si el médico puede hacer algo para que mi dieta sea más variada. —Tuve que sonreír. Le estaba costando lo de las restricciones de alimentos. Quizás con un poco de suerte, en nuestra siguiente visita a la granja de Henrry, podríamos añadir algo de miel a esos alimentos. Miel; cuando leí el manifiesto de especies del planeta, busqué los insectos polinizadores que Henrry me había pedido conseguir. En cuanto leí que fabricaban una sustancia dulce y rica en nutrientes apta para el consumo humano no pude resistirme. Las abejas polinizarían nuestros árboles para conseguir frutos, y la miel podría suponer un alimento extra para nuestro pueblo. Para mí, las abejas eran un ganar-ganar.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora