Capítulo 31

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Rigel

Todavía no me había recuperado del susto que casi hace a mi corazón salir volando hacia Nydia, cuando otra mujer llegó a la puerta del Fénix dando órdenes.

—¡Eh!, esperadme. —Nomi llegó a la carrera arrastrando un enorme contenedor.

—¿Qué quieres que haga con eso? —Tenía pinta de estar apuntándose a un viaje en el Fénix, pero ese no era un buen momento para tomar más pasajeros.

—Sé que estás a punto de meterte en una misión peligrosa, y precisamente por eso necesitarás un médico. —No estaba mal contar con algo así cuando nuestra integridad física estaba en riesgo, seguramente más de uno necesitaríamos sus servicios. Pero no podía arriesgarme a perderla a ella, era demasiado necesaria para nuestro pueblo.

—¿Y los pacientes que dejas aquí? —Ese era el juramento de todo médico, no dejar a nadie sin atender. Negarle asistencia a alguien que lo necesitaba era un precepto que ningún sanitario se pasaría por alto, aunque le causara problemas. Luego estaban lo médicos que decían serlo y no lo eran, aquellos que le daban la espalda al que sufre, escondiéndose detrás de excusas como no tienen dinero para pagar, no es mi especialidad, las órdenes me lo impiden... Un auténtico médico, como Nomi, saltaría cualquiera de esas barreras para ayudar al que la necesita.

—¿Crees que en todo este tiempo no he preparado a alguien que me cubra? La estación está bien abastecida, los androides operativos y Shkar al frente de todo. Creo que puedo tomarme unas vacaciones. —No quería ayudarla a meter su equipaje, pero ella se las estaba apañando muy bien en hacerlo sola.

—Esto no van a ser unas vacaciones. —Nomi se detuvo frente a mí. Su rostro se había vuelto serio.

—Para ella tampoco. —Y así, sin decir las palabras que me habrían recordado mi fallo, me dejó claro que no estaba solo ofreciéndose a cuidar de los hombres y mujeres que pronto arriesgarían su vida por cumplir con aquella misión, sino que tenía que haber pensado en la seguridad de Nydia. La granja de Henrry tenía que haberme dejado bien claro que no podría mantenerla a salvo de todo. Sí, daría mi vida por ella, pero eso podría no ser suficiente.

—Va a ser un viaje apretado. —Tomé el asa de su contenedor y empecé a llevarlo hacia la zona de carga. La sonrisa de Nomi me dijo de que estaba dispuesta para esta aventura, y que nada ni nadie podría hacerla cambiar de opinión.

—Llevo casi 200 años viviendo en una estación espacial con 8 androides, estoy acostumbrada a las estrecheces.

La compuerta del Fénix empezó a cerrarse, dejándome ver por última vez el planeta de mis ancestros, donde sabía que una de aquellas figuras que observaban nuestra marcha, era la de la mujer que me había dado la vida. Esta vez no solo deseé volver a verla, sino regresar con algo más que una pequeña esperanza de que las cosas iban a cambiar. Nydia era la llave para abrir esa puerta que nos habían cerrado, pero también era la mujer que mi corazón y mi mente se habían empeñado en convertir en mi todo.

Ya era demasiado tarde para negarlo, eran demasiadas evidencias como para conseguir desmontarlas todas. Aunque me empecinara en negarlo, que no quisiera que fuera así, la realidad estaba allí. Había encontrado a aquella con la que pasaría el resto de mi vida, o moriría agonizando en un pozo de desesperación si no la reclamaba. La química, la genética, la evolución, llámenlo como quieran, se había empeñado en emparejarme con una hembra de otra raza, de otro color... Pero eso no era lo malo, sino el tener que compartirla con todos aquellos que también la reclamarían como suya.

Silas la había seleccionado entre millones de los de su raza para convertirla en la reina que todo un pueblo deseaba. Du Cort... no me engañaba, él la querría para sellar un tipo de alianza que lo asentara en el trono violeta, y puede que su objetivo fuese el encajar la corona blanca en su propia cabeza. Conociendo a esos pájaros, buscaría una alianza firme a ojos de todos, y eso solo se conseguía con un matrimonio. Solo pensar eso hizo que mis entrañas se retorcieran, jamás dejaría que ese larguirucho de piel pálida le pusiera un dedo encima.

Soy un mercenario con más de un siglo de piratería a sus espaldas, si tenía que jugar sucio para conseguir lo que deseo, lo que necesito, usaría cualquier medio a mi alcance. Nydia debía convertirse en la reina azul, porque todo mi pueblo, la raza de los rojos, la necesitaba. Silas iba a ser el que la pusiera allí, así que me serviría de él para conseguirlo. Pero Du Cort...Él no la tendría, sus planes podían irse a la mierda.

Caminé hacia la cabina, donde Silas y Nydia se habían acomodado en sus asientos para el despegue. Con un pasajero extra, tenía que amoldarme a la nueva situación e improvisar.

—Esta vez viajarás delante. —Ella me miró sorprendida, pero no dijo nada. Solo dejó que desabrochara los anclajes de las sujeciones que había atado ella misma, y me permitió que tirara de su mano para guiarla a su nuevo asiento.

Silas nos observó con curiosidad, seguramente intrigado por la razón de aquel cambio. Pero tampoco dijo nada. Ambos ya sabían a estas alturas que mis órdenes dentro de la nave no se discutían. Antes de que ninguno de los dos se diese cuenta, Nomi se hizo notar.

—¿Dónde me siento?

—Aquí. —Rise contestó por mí. No es que Nomi necesitase mucha ayuda con sus cinturones, pero Rise esperó a que terminase de atarse para comprobar que todo estaba bien. Yo aproveché ese tiempo para sujetar a Nydia a su asiento. Cuando terminé, me coloqué detrás de ella para dejarle paso a Rise hasta el asiento del piloto. Él enseguida entendió, así que sin necesidad de cruzar una palabra se acomodó detrás de los mandos del Fénix.

—Suave, hermano. —Él se giró hacia mí para que cruzáramos nuestras miradas.

—Si se rompe algo es porque la nave es vieja, no por mi forma de pilotar. —Su sonrisa era más para Nydia que para mí, para hacerle ver que era solo una broma, para que no se preocupara. O tal vez era para que yo no me fijara en sus pupilas dilatadas. El inhibidor hacía tiempo que no adormecía sus sentidos, pero estaba aprendiendo a convivir con el fuerte y subyugante olor de Nydia. ¡Güontha!, había olvidado que a él le pasaba lo mismo. Tendría que pasar también por encima de mi hermano.

Si había una persona a la que más quisiera en toda la galaxia, ese era él. El amor a una madre había aprendido a compartirlo entre Gara, la que me dio la vida, y Leto, la que me dio la oportunidad de vivir como un niño normal. Era imposible decir por cual de ellas sentía más amor, porque cada una a su manera me ha dado mucho. Pero mi hermano... Él y yo compartíamos ese vínculo que solo otro rojo puede entender. Las madres rojas, da igual de qué planeta, conciben dos bebes en una sola gestación, siempre gemelos. Que ese número sea de tres o de solo un bebé es una anomalía que no suele darse, y cuando sucede, el resultado es nefasto para el bebé.

Sí, las viejas costumbres se habían hecho fuertes de nuevo cuando nos vivos obligados a regresar a las zonas rurales para subsistir. Allí todos los bebes eran cuidados por algunas mujeres, mientras todos los demás iban a trabajar a los campos. Cada manada se hacía cargo de sus propios bebés, por lo que ningún cachorro estaba solo. Pero existía un vínculo que se establecía desde el útero materno, que te unía a tu gemelo de manera mucho más fuerte, hasta el caso de si un niño se pierde, su hermano será el primero en encontrarle.

Rise y yo no compartimos madre, pero vinimos al mundo en el mismo lugar y momento. La única diferencia, es que yo era el tercero de tres hermanos, una anomalía, y su gemelo nació muerto. La única manera de salvar a Rise de una vida desequilibrada, que lo convertiría en un lobo solitario, sin empatía con sus congéneres, que probablemente se convertiría en un desquiciado o un monstruo, al que una muerte prematura sería la menos dolorosa de las salidas, esa manera, era lo que hizo mi madre. Los primeros momentos de vida de un rojo son decisivos, por eso Gara, ante el dolor de una madre por ver que uno de sus hijos estaba muerto, y que al otro le esperaba el peor de los destinos, decidió entregar al hijo que le llegó de más a esa mujer. La primera leche que mamé fue del pecho de Leto, el primer hermano al que olí fue a Rise. Por eso tenía dos madres y tres hermanos, o los tuve. El único que me quedaba era Rise, y haría lo que fuera por no perderle. Pero la llamada lo cambiaba todo.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora