Capítulo 43

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Nydia

No es que hubiese estado antes en un bosque como este, así que, mientras avanzábamos entre los árboles, no podía evitar empaparme de una belleza salvaje como aquella. Parecía que la mano del hombre nunca había pasado por allí, o quizás sí, pero ya no quedaba rastro alguno.

Los pájaros, los pequeños roedores, y puede que algún que otra alimaña pululaban por allí sin siquiera inmutarse. No nos tenían miedo, aunque sí que se apartaban para observarnos pasar. Podría haber estado en cualquier bosque de la tierra, salvo por el hecho de que dudaba mucho de que aquellas flores se dieran allí. Por lo demás, troncos de corteza robusta, hojas y follaje verde... no era muy distinto de mi planeta natal. Si este era el planeta que iba a gobernar, no creo que me costase demasiado acostumbrarme a él.

La caminata no se me estaba haciendo pesada, seguramente porque el paisaje me mantenía entretenida. Aunque después de un rato, pensé que ya lo había visto todo, al menos un par de veces. Así que dejé que mi mente se centrase en otras cosas, como el hecho de que tenía mucha curiosidad por saber cosas como ¿qué lleva a una mujer a convertirse en mercenario?

—¿Te parezco fea? —No me había dado cuenta de que me había quedado mirando fijamente a Kabel.

—No, solo... solo me preguntaba como llegaste a convertirte en... —No pude terminar la frase, así que lo hizo ella.

—¿En mercenaria?

—Sí, eso. —Ella ladeó la cabeza brevemente.

—Uno no escoge esta profesión por gusto, si no que lo hace la necesidad. —¿Por qué pregunté? Ella era una felina, sus marcas no eran las mismas que las de Rigel, pero había ciertas similitudes entre ellos, como sus orejas redondeadas y móviles, la forma en cómo se estrechaban sus pupilas con el exceso de luz...

—Lo siento, no debí preguntar. —Permanecí en silencio, mordiéndome la legua por haber cometido tan grande estupidez.

—No podía seguir viendo como moría mi gente. —Ella interrumpió el silencio, lo que me obligó a mirarla de nuevo. Se había puesto a caminar a mi lado.

—Sé que te sonará a promesa vacía, pero intentaré arreglar eso. —Ella frunció el ceño al mirarme.

—¿Arreglar? Nadie puede hacer nada contra eso.

—No puedo devolverte a los que has perdido, pero haré todo lo posible para que vuestro pueblo no siga pasando privaciones.

—No me refería a la hambruna. —Esa vez la que estaba confundida era yo.

—Supongo que os visteis privados de muchas cosas que necesitabais.

—No me fui de Bores por la falta de recursos, sino porque no podía soportar...—Kabel sacudió la cabeza, como si luchara con aquello que todavía atormentaba sus recuerdos.

—No tienes que contármelo. —Pero ella no me hizo caso.

—Una madre no tendría que ver morir a sus hijos, ni a sus nietos...Ver como aquellos que llevan tu sangre van desapareciendo mientras tu sigues aquí. —Su rostro se giró hacia mí, al tiempo que su mano apretó el lugar donde deberían estar sus marcas, las mismas que tenía Rigel, encima de su corazón. —Esta maldición nos arranca todo aquello por lo que deseamos vivir. Yo sigo viva, mientras veo como mi familia va muriendo, sin posibilidad de recibir la bendición que alargue sus vidas, que los proteja de las enfermedades.

—Al menos no puedes engendrar más hijos a los que ver morir, no te quejes. —No sabía que Protea estaba escuchando hasta que se metió en la conversación.

—¿No puedes...? —ella negó antes de que terminase la frase. Ahora entendía muchas cosas. Esa maldición les había privado a todos de tener descendencia. Un hombre estéril dudo que se sintiera mal por ello, así podría jugar todo lo que quisiera sin temor a dejar hijos aquí o allá. Pero para una mujer... Tarde o temprano el reloj biológico despertaba la necesidad de ser madre. Y por lo que había dicho, ella ya tuvo esa llamada, pero se notaba en sus ojos tristes que necesitaba volver a tener algo a lo que aferrarse, una familia propia, una que no se le esfumase entre los dedos, otra vez. —Lo siento.

—No pidas disculpas por algo que no es culpa tuya. —Kabel se alejó algunos pasos por delante, como si así ese mal recuerdo también quedase atrás.

—No le hagas caso. Ser estéril no es tan malo. —Allí había una historia que me gustaría saber, y parecía que ella tenía ganas de contar, porque se había quedado conmigo.

—¿Tú tampoco puedes tener hijos? —Protea sacudió uno de sus hombros como si no fuera gran cosa. —Pero tu no tienes...—Iba a decir una piedra negra. Y ya puestos, tampoco veía una de ningún otro color.

—En mi caso fue una elección.

—¿No quieres tener una familia?

—Ya tuve familia: padres, hermanos...Pero no pienso tener hijos que convertir en siervos.

—Vaya, no sabía que aquí... —Podían llamarlo servidumbre, igual que la edad media, pero no era muy diferente a la esclavitud. Los siervos carecían de privilegios, y debían cumplir todas las órdenes que les imponían los regentes. Nunca saldrían de la pobreza, y serían sacrificados si fuese necesario porque sus vidas no tenían valor.

—Cuando tengas la corona azul sobre tu cabeza, lo que tienes que hacer es permitir que todos los habitantes, ricos o pobres, puedan ser bendecidos, sin distinciones por nacimiento. Sin castas. —Ese tema le tocaba muy directamente, estaba segura que ella era una de esas castas desfavorecidas.

—Cuenta con ello. Y si quieres, tu serás la primera. —Su boca se torció en una sonrisa cínica.

—Yo ya tengo mi propio elixir de la eterna juventud. Fue un poco caro, pero mereció la pena. —Se golpeó el pecho un par de veces. Mi cara debió de ser una hoja en blanco, porque se sintió con la obligación de explicarme. —Este cuerpo es artificial, creado para mí, para albergar todo lo que se necesita para seguir siendo yo misma. —Su dedo señaló su cerebro. ¿Era lo que creía?, ¿habían metido su cerebro allí dentro?

—Vaya, pues parece de verdad. —Casi me arrepentí de decir eso en el mismo momento en que lo hice. Boba, boba. Pero ella no pareció ofenderse, porque se rio.

—Es que lo es. Un cuerpo creado a partir de mi ADN y la mejor mezcla sintética que se puede pagar. El resultado, un cuerpo que soy yo sin ser yo, lo mejor de ambos mundos, naturaleza y ciencia. Sin enfermedades, sin temor a romperme porque me puedo reparar con facilidad, y sin la carga de órganos que no necesito. —Ya, como un útero, ovarios... Ya lo entendía. Lo que no acababa de cuadrarme, era como una sierva había conseguido algo que no dejaba de repetir que era caro. Si no podía prologar su vida con una semilla, ¿Cómo consiguió ahorra para pagárselo?

Algo llamó su atención, porque se paró en seco. Me hizo un gesto para que guardase silencio y después avanzó hacia delante. Antes de si quiera notarlo, Kabel estaba a mi lado. No me atreví a preguntar qué era lo que ocurría.

—Existen minas de radonio flotando en los bordes exteriores de los cráteres, solo hay que estar dispuesto a morir para conseguirlo.

—¿Morir?

—El contacto con el radonio envenena tu cuerpo hasta convertirlo en una masa informe de tumores. Tus órganos colapsan, la piel se te cae, y todo ello regado con una buena dosis de dolor que ningún calmante puede quitarte. No solo hay que estar muy desesperado por hacerlo, sino que hay que tener suerte. Llegar al límite de tu resistencia no solo para extraer el mineral, sino llegar a tiempo para que el médico haga el trasplante. Y además, que el cabrón no te deje morir para quedarse con tu dinero sin realizar la operación.

—Pero ella lo consiguió.

—Porque fue lo suficientemente lista como para proteger su cerebro de la radiación durante las largas sesiones de extracción. Y porque encontró la manera de que el matasanos no cobrase su dinero si la operación no tenía éxito. —Golpeó un par de veces en su cabeza. Creo que ya sabía por qué, la clave para que el médico cobrase estaba en su cerebro, si moría, él no la conseguiría. Realmente lista, si señor, y desesperada si optó por ese sistema para conseguir la inmortalidad.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora