Capítulo 48

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Nydia

Lo último que recordaba era dolor, mucho dolor. Como si un perro con dientes de fuego me mordiera las entrañas. Me sentía morir, incluso pensé que lo hice, creí que era transportada al cielo en los brazos de un ángel. Pero no era como esperaba, era un lugar frío, solitario. Pensé en que había hecho un viaje demasiado largo para morir casi al principio de la aventura. Y no estaba enfadada por irme sin haber conseguido ser reina, sino por haberme ido sin cumplir ninguna de las promesas que les había hecho. Pero lo que más me dolía, era irme precisamente en el momento que encuentro al hombre perfecto. Vaya suerte la mía.

—Estoy aquí. —Sí, ese precisamente. El que estaba depositando un dulce beso sobre mi sien. ¿No era tierno? Si ya lo decía mi vecina, los gatos son muy mimosos. ¡Un momento! No estaba muerta. Abrí los ojos, que costó lo suyo, para encontrar a mi gatito.

—Hola. —Su sonrisa era preciosa, con esos pequeños colmillitos.

—¿Cómo te sientes? —Buena pregunta. Intenté incorporarme, pero no tenía fuerzas.

—Débil. —Nomi apareció en ese momento al otro lado de ¿La camilla? Sí, creo que estaba en una camilla, como las de los hospitales.

—Es normal, tu cuerpo está gastando todas sus energías en recuperarse.

—También tengo frío, y sed. —Nomi me sonrió.

—Sácala fuera, capitán. El aire cálido la ayudará a entrar en calor. Os llevaré algo para reponer esos líquidos en cuanto lo encuentre. —Pude notar como rebuscaba con la vista a su alrededor. Es cuando me di cuenta de que estábamos en la zona de carga del Fénix. Estaba claro que ella estaba algo desubicada, o al menos lo estaba su material.

Antes de que pudiese incorporarme para salir de allí, noté como Rigel me cargaba en sus brazos. ¡Ja!, y mi ex decía que yo pesaba mucho para hacer esas cosas. Estaba claro que todo dependía de la capacidad física del encargado de hacerlo. Dicho en otras palabras, mi ex era un flojo, y este muchachote estaba realmente fuerte. Para no hacerme babear, uf.

—En un rato os hacemos compañía. —Ese era Arcángel, que nos observaba mientras pasábamos a su lado. ¡Oh!, y aquellos ojos que nos observaban desde otra camilla, o más bien estaba tumbado encima de un contenedor, eran los de Rise. ¡Porras!, lo recordaba. Le habían herido al interponerse en eso que me golpeó. Debió ser tremendo si atravesó a dos personas.

—¿Estás bien? —me escuché preguntar. Él me sonrió.

—Lo estaré pronto, no te preocupes. —Rigel había girado para que pudiésemos vernos mientras hablábamos, pero estaba claro que estaba ansioso por cumplir las recomendaciones del médico.

—Vamos a calentar a nuestra postulante. —Aquella palabra me chirrió al escucharla. Si no habíamos conseguido que el árbol o una de sus semillas me bendijera, ya no tenía posibilidades. Mi carrera a la corona se había terminado, porque ni loca iba a hacerles pasar por esto otra vez. Casi nos matan a dos de nosotros, no podíamos regresar al árbol azul a por mi semilla de princesa.

¿Han estado alguna vez en un cenote? Yo no, pero los había visto en fotografías y en algún reportaje de esos donde la gente te enseña lugares que te mueres por visitar. Pues allí estaba ahora en un enorme cenote, en el que cabría el Titanic todo lo que era de largo. Vale, no sé si el tamaño sería el mismo, pero sí que era enorme. Como dije, estaba en un enorme cenote, con sus paredes de roca, su piscina de agua abajo y... No, no era una cortina de fina lluvia, sino una columna de vapor muy tupida. Sentí el calorcito a mi alrededor, igual que en una sauna.

—Este es un buen lugar. —Rigel me depositó con cuidado en una especie de cheslón de roca, o quizás era un diván. No sé, pero se estaba bien, sobre todo porque había una capa de vegetación, como musgo, que hacía que mi cuerpo estuviese en un cómodo colchón. De no ser porque me dolía el abdomen, habría sido una experiencia a repetir.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora