Capítulo Once

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Los días pasaban rápidos. Dos meses casi por completo. Era algo que me ponía bien de porque los días largos deprimen a muchos y yo era uno de esos. Había logrado dejar reposar los recuerdos de Harry en algún lejano y oscuro lugar de mi mente. Su persona seguía presente en mi cabeza como un recuerdo de aquellos buenos, de esos que te hacen feliz. Y eso me hacía feliz. Ya era catorce de Septiembre, eran cerca de las doce y una nueva banda tocaba en el escenario. Canciones country. El ambiente era bueno siempre, tranquilo. La música era buena y nadie iba a emborracharse, todos comían algo, bebían poco alcohol, muchas bebidas con gas, y disfrutaban de la música. Era algo totalmente diferente a lo que estaba acostumbrado sobre la carretera con mi grupo, o más bien, mi ex grupo. Pero me estaba acostumbrando a mi nueva vida. Y es que era buena, no tenía de qué quejarme, tenía dinero, comida, un techo, tenía amigos. Me comunicaba más a menudo con Liam y Niall y algunos otros de mi pasado, Jo incluido. Estaba siendo feliz. Sólo...hasta esa noche.

―¿Todo bien, Lou?―Melinda besó la comisura de mis labios y yo le devolví el beso en los suyos. Estábamos saliendo hacía varios días. Según ella había sido amor a primera vista, yo solo quería hacerle feliz y a cambio recibía buen sexo. Era un trato justo, supongo.

―Todo perfecto, Linda―besé su nariz.

Estábamos en la barra, yo bebiendo mi segunda botella de agua en dos horas cuando una rizada cabellera cruzó la puerta del bar. Mi corazón se aceleró como un tren corriendo por sus rieles a toda velocidad. Desvié mi vista, agitado, pensando que no, no, no podía ser él. Miré a Melinda soltando un carraspeo ronco.

―Hum...dime, Linda... ¿ves un...chico, alto, cabello rizado?―ella miró a la gente y asintió.

―Sip. ¿Le conoces, Lou?

―Debo ir al baño, lo siento, espera―dejé la botella sobre la barra y corrí a los baños al fondo del bar. Entré y me encerré en uno de los cubículos intentando tranquilizar mi respiración, aunque de mis labios mi respiración seguía saliendo agitada, rápida y sin descanso. De pronto la puerta de los baños se abrió. Me había encontrado, lo sabía. Me había encontrado. Así era él, ¡pero cómo! ¡Cómo pudo encontrarme! Cómo lo hizo. Cómo. Llevé mis manos a mi boca y nariz, controlando mi respiración con gran dificultad.

Le escuché caminar a la pared de los orinales pasando por fuera del cubículo en el cual yo me encontraba. La pared de los orinales estaba ubicada a mi lado derecho y fue ahí donde miré sabiendo que no le vería de todos modos. Escuché cómo desabrochaba su cinturón y su jean y bajaba su cremallera, supongo que orinaría.

―Entonces dime, Louis: ¿nueva novia?

Maldije en voz baja, un susurro apenas, pero no respondí. Escuché la cisterna del orinal y luego le escuché caminar al lavabo mientras arreglaba su ropa, el agua comenzó a caer y escuché cómo lavaba sus manos.

―No pensé que me olvidarías tan rápido.

Resoplé y mordí mis labios, arreglé mi ropa, mi cabello, y puse mi gorra roja bien sobre mi cabeza. Salí del cubículo y le miré.

―Lamentablemente, no he olvidado quién eres.

Me sorprendí. Estaba cambiado, guapísimo como siempre, pero cambiado. Su cabello rizado estaba ahora bajo una gorra gris, tenía puesta una camiseta negra y un par de jeans negros. Su chaqueta de cuero encima y una bufanda gris que colgaba de su cuello. Las mismas botas cafés de siempre y si mis cálculos no fallaban, estaba unos centímetros más alto que yo, pero tenía la misma cara de siempre, la misma mueca de siempre. Y unos ojos tristes. Tristes y cansados, e hinchados como si hubiese estado llorando sin parar durante horas.

―¿Aún estás tomando drogas ilegales?

―La marihuana sigue siendo ilegal en algunos Estados. Depende de dónde esté―frunció su ceño mirándome fijo. Maldije en silencio otra vez, ¿es que no podía guardar ni un secreto? Jalé de mi camiseta con fin de que no notase nada, pero él sí lo había hecho.

Diecinueve Veranos |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora