II. Capítulo Cinco

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II. Teniéndolo todo

Los días y las semanas avanzaban y la monotonía de repente ya no existía en mi vida. Eso, aquello que tenía con Harry era diferente a todo lo que antes había experimentado. Había aprendido a borrar la línea entre lo que separaba la realidad de lo falso. Finalmente había encontrado algo, lo suficientemente bueno para cambiar con certeza mi estilo de vida, ese que poco a poco iba matando mi juventud y mis ganas de vivir.

Las cosas de vuelta en casa eran un caos. Había escuchado comentarios de los demás chicos en el grupo diciendo que algunas personas en Nueva York me estaban buscando. Había recibido un mensaje hacía días de Liam, diciéndome que me cuidase, que las cosas no iban bien. Pero había pasado tiempo. Cuatro meses. Ya era Julio, la quincena si mal no recuerdo.

Estábamos en una laguna un poco más al sur. Esta era diferente, estaba junto a la carretera y podíamos escuchar los autos pasar por ella. Eran eso de las dos de la madrugada, yo estaba sentado sobre el capó del auto de Harry en nuestro segundo día de viaje. Me abrazaba a mis rodillas con una manta cubriendo mi cuerpo por mis hombros ya que a pesar del calor de la noche, yo estaba muriendo de frío. Miraba la fogata gigante que nuestros amigos habían armado y todos hablaban, cantaban o bailaban y bebían al rededor. Era una noche tranquila, como todas las otras. Apoyé mi mejilla derecha en mis rodillas y cerré mis ojos, estaba cansado, tenía sueño. Había sido un día largo y aún no me acostumbraba del todo a este estilo de vida.

Yo no bebía mucho, Harry me compraba Pepsis o zumos de durazno porque yo me rehusaba a beber o a drogarme demasiado y a eso me refería con hacerlo todos los días o varias veces el mismo día. No podía y no quería, en realidad.

Escuchaba las voces a lo lejos, y una voz muy familiar grave me hizo sonreír entre sueños. Sin darme cuenta me había dormido; no pasó mucho rato hasta que sentí unos brazos rodearme cálidamente.

―Vamos, Lou.

Asentí aún medio dormido y abrí mis ojos apenas. Le miré y me levanté mirándole a sus propios ojos. Resultaba gracioso que él siendo menor que yo era casi de mi misma estatura, más ahora que al pasar de los meses se había vuelto casi un hombre, alto, y podría jurar que hasta había ganado masa muscular. Besó mi frente y le vi fruncir el ceño.

―Lana―le habló a la chica que yo bien conocía. Ella caminó hasta nosotros de inmediato mientras yo me afirmaba en el capó del auto. Cerré mis ojos lo suficientemente cansado como para no poder mantenerlos abiertos. Les escuché murmurar, o tal vez estaban hablando pero yo solo escuchaba murmullos. Sentí una mano en mi frente y escuché una maldición.

―Está hirviendo en fiebre.

Entonces abrí mis ojos y miré a la chica.

―¿Cómo dices?―carraspeé para aclarar mi garganta al escuchar mi propia voz seca, cortada y áspera―. ¿Cómo dices?

―Que tienes fiebre, Louis―murmuró Harry y yo fruncí el ceño.

―No...

―¡Mike!―el hombre se acercó a nosotros y pude sentir como sus ojos me examinaban con total concentración, tocó mi frente y puso sus dedos en mi cuello tomando mi pulso lo cual pude adivinar cuando le echó un ojo a su reloj. La luz azul de este hizo doler mis ojos, así que los cerré y suspiré.

―Solo es fiebre. Louis, abre los ojos―abrí mis ojos―. Déjame examinarte ¿dale?―asentí. Una pequeña linterna hizo acto de presencia de repente, revisó mis pupilas y tocó algo en mi cuello, no pude descifrar qué.

―¿Es mucha fiebre, Mike?―preguntó Harry. Su voz sonaba incluso más grave que normalmente, incluso podría decir que hablaba un tanto más rápido. Solía hablar lento, con gracia, usando palabras concretas, pero esta vez no.

Diecinueve Veranos |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora