Capítulo Veinte

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Cuando desperté al otro día me giré en mi lugar sólo para encontrar una cama vacía. Mis sentidos se pusieron en alerta rápidamente y me levanté cayendo a la cama cuando sentí una ola de dolor recorrer todo mi cuerpo. Llevé mi mano a mi cuello y suspiré, deslizando la punta de mis dedos por todo el lugar que dolía. Me levanté con cuidado y fui al baño. Me paré justo frente al espejo divisé claramente una marca morada rodeando mi cuello que poco a poco oscurecía más. Deslicé mi dedo índice por ahí y entonces suspiré. Mi garganta dolía, suponía que nada ahí dentro estaría bien y esa era la fuente del dolor.

Luego de llegar al apartamento la noche anterior, Harry y yo sólo nos desvestimos, nos duchamos en silencio y nos acostamos luego de ponernos algo de ropa. Él besaba mi cuello una y otra vez en silencio, mientras sus manos grandes e igual de silenciosas rodeaban mi cadera. Yo me dejaba hacer, estaba cansado, me dolía el cuerpo, la cabeza. No sentía que pudiese moverme de nuevo dentro de las próximas setenta y dos horas. Pero ahí estaba yo, frente al espejo mirando cómo mi cuello cambiaba de color con el pasar de los minutos dándole vida a un hematoma que marcaba sus dedos alrededor de mi cuello, con colores desde el verde hasta el negro. Morado. Rojo. No estaba seguro de qué color era ya.

―El desayuno está listo―miré hacia mi izquierda y ahí estaba él con sus ojos mirándome atentos.

Se acercó a mí a paso lento como si sus manos tuviesen miedo de tocarme y cuando al fin estuvo cerca, me rodeó el abdomen y se paró detrás de mí poniendo sus labios en mi piel, en el mismo lugar que la noche anterior había besado hasta dormirse.

―¿Duele?―susurró acariciando con su nariz la piel bajo mi oreja derecha.

―Bastante―asentí susurrando, imposibilitado de hablar de otro modo ya que dolía mucho, y mi voz sonaba bastante ronca.

―Lo siento.

―Sé que sí.

―Perdóname―dijo.

―No tengo nada que perdonarte―susurré mientras sentía cómo sus dedos se entrelazaban en mi abdomen bajo. El roce no me molestó, simplemente acaricié sus manos con cuidado.

―Te preparé algo..., camina―me jaló con cuidado y así en esa posición que estábamos comenzó a caminar llevándome con él. Salimos del baño, de la habitación y cuando entrábamos a la cocina, mi corazón se aceleró con fuerza. Sonreí. Posiblemente esa fue la sonrisa más honesta de los pasados ocho meses. O veintiún años.

―Oh, Harry―vociferé. La mesa de la cocina estaba repleta de ramos de flores de todos los colores, tamaños y tipos. En un rincón de la mesa estaba nuestro desayuno, y entre todo ello había algo que me cortó la respiración. Justo en ese momento él se alejó de mí y caminó a la mesa, cogió el objeto y se acercó de nuevo a mí, parado en la puerta de la cocina, mirando sus movimientos como si tratase de un fantasma. O algo demasiado hermoso que no te lo puedes creer.

Vi cómo se acercaba a mí a paso lento, y luego se inclinó frente a mí apoyando su rodilla izquierda en el suelo. Abrió la caja de terciopelo y pude apreciar dentro de ella un anillo simple. Una simple argolla de plata, brillante. Solo eso.

―Sabes lo que pienso del matrimonio―comenzó, sus ojos me miraban casi suplicantes―, pero en mi vida, en mi mundo, casarse va más allá de un papel del gobierno. Yo...yo te amo, Louis. Te amo y quiero pasar mis días contigo, porque perderte me vuelve loco, y necesito mi cable a tierra, necesito a la única persona que controla mi locura. Necesito...te necesito, mi amor. Así que...así que...Louis, ¿aceptarías ser mi esposo?―hizo una pausa―, ¿para...siempre?

Sonreí. Una sonrisa estúpida se acomodó en mis facciones mientras asentía sin siquiera dudarlo un segundo. Díganme estúpido, díganme ingenuo...pero ahí estaba él, por quien tanto había sufrido esperando algo incluso menor que eso, ¡ahí estaba él entregándose a mí por completo y si le dijese que no...! Si le hubiese dicho que no, sería un estúpido.

Diecinueve Veranos |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora