—Te acostumbrarás, es solo algo nuevo. —No me lo dijo a mí, sino al otro. Vi como le retiraba una especie de paño de las manos, y después comenzó a limpiarme el rostro con él.

El mimo y cuidado con el que las lentas pasadas de la tela húmeda limpiaban mi piel, consiguieron que me relajara poco a poco. Mis ojos buscaron los de Rigel, pidiendo una respuesta para lo que había ocurrido, lo que intuía que seguía ocurriendo. Rigel respiró profundamente antes de saciar mi necesitada curiosidad.

—Es tu olor, solo eso. —Nota mental, no volver a vomitar si un amigo de Rigel estaba cerca. Le di una mirada a Rise, para notar como sus ojos volvían rápidamente de nuevo hacia mí. ¿Por qué había mirado a Rigel cuando dijo eso? ¿Me había mentido? ¿O tal vez se estaba guardando algo más que no quería que supiera?

Silas apareció en aquel instante. Su cara estaba menos pálida, incluso creo que traía un mejor color en sus mejillas. Rozó con el hombro a Rise para alcanzar su antiguo sitio, algo inevitable en un espacio tan pequeño. Lo que no esperábamos ninguno de los dos es que saliera un rugido amenazador de la garganta de Rise. Por fortuna, pareció recuperarse de aquella especie de ataque, porque sus ojos parpadearon, apartó la mirada y comenzó a alejarse con una disculpa.

—Lo siento. —No pude apartar la mirada de la ancha espalda que se alejaba, me sentía intimidada y curiosa al mismo tiempo.

—Se le pasará, en cuanto se acostumbre. —Rigel intentó tranquilizarme con su voz mientras terminaba de limpiarme.

Torcí la cabeza para facilitarle la labor, al tiempo que buscaba algún tipo de explicación por parte de Silas. A fin de cuentas, él era el que sabía de todo. Encontré sus ojos entrecerrados, volviendo del lugar por el que había desaparecido Rise. Pero no me miró a mí, sino a Rigel. Nadie dijo nada, hasta que Silas finalmente me miró, me sonrió y palmeó mi mano con confianza, como hacen los abuelos.

—Hazle caso al muchacho, él sabe de estas cosas. —Le dedicó una mirada a Rigel, como si le pidiera que fuera lo que fuese lo que había ocurrido, tan solo me dijera algunas palabras para tranquilizarme. Rigel solo asintió sin apartar la vista de mí, como si no necesitara comunicarse con Silas para saber lo que le estaba pidiendo.

—Nuestro olfato es muy sensible, y tu olor es algo nuevo a lo que tiene que acostumbrarse. A mí me pasó lo mismo. —Escuchar aquella confesión me hizo torcer la cabeza.

—¿Tampoco te gustaba como olía? —Nada mejor para la autoestima de una chica que decirle que apestaba. Genial.

—Yo no diría que nos desagrada, nada más lejos. —Esperé a que añadiera algo más, porque para mí no era suficiente. —Es más... como un olor intenso, fuerte, algo para la que no estábamos preparados. Pero ya ves, después de un tiempo nos acostumbramos.

—Genial. —No lo dije con mucha alegría, pero es que no la sentía. Esperaba que fuese verdad, porque no podría dejar de pensar en queme encontraría a Rise en cualquier recoveco de la nave, y saltaría sobre mí para morderme, como pensé que habría hecho minutos antes.

Rigel

Entré en el habitáculo en el que sabía que estaba mi hermano. Aún de espaldas a mí, podía notar la tensión en su cuerpo, su mano aferraba un saliente en la parte superior, mientras seguía luchando por controlar el revuelo de hormonas que saturaba su torrente sanguíneo. Sabía lo que estaba pasando, porque a mí me pasó lo mismo, aunque yo tuve más tiempo que él para acostumbrarme.

El resto de seres del planeta Tierra tenían olores intensos, creando una sinfonía embriagadora que seducía mi olfato como los aromas de una cocina para un perro. Pero no supe lo especial que era Nydia, hasta que la tuve cerca, lo suficiente, como para que el resto de olores fuesen más débiles que el suyo. Cuando la tuve entre mis brazos, cuando la acomodé sobre la camilla de transporte para llevármela de su apartamento, no pude evitar pasar mi nariz por toda ella. Su piel emanaba un aroma que había despertado todas y cada una de las células de mi cuerpo. El macho posesivo que llevaba dentro subió a lo alto de la colina para rugirle al viento que ella me pertenecía, y que mataría a cualquier otro que se acercara para arrebatármela. Por eso rasgué aquel maldito sofá que olía a aquel otro macho. Lo odiaba porque su olor se fundía con el de ella.

Pero con el tiempo conseguí controlar aquellos instintos primarios. Somos una raza de piel, de olor, y como dije, solo necesitamos un estímulo oloroso apropiado para hacer que nuestro interior se revuelva. Nydia era la portadora de un olor salvaje y primario, algo que había sobrepasado mis entrenadas defensas para arrasarlo todo. Pero aquí estaba, había superado el golpe inicial para poder estar a su lado sin sentir nada más que un fuerte instinto de protección por ella. No era la primera vez que me pasaba, ni a mí, ni a Rise, y al resto. Pero sí era la primera vez que había estado dispuesto a perseguir a aquel macho para castrarle por haberse atrevido a yacer con ella.

—Tómate tu tiempo, hermano. —Su cabeza se giró hacia mí, aunque sus ojos no me miraron, sino que se clavaron en el paño que llevaba en mis manos, con el que la había limpiado a ella. Sabía lo que había en su cabeza, sabía lo que sus entrañas le estaban pidiendo.

—Yo... Ha sido muy intenso. —Me acerqué al recipiente de reciclaje para meter la tela dentro y que se lavara. Sus ojos lo siguieron hipnotizados.

—Lo sé. A mí me ocurrió lo mismo. —Sus ojos se alzaron hacia mí, sorprendidos e intrigados. Lo que acababa de confesarle tenía muchos más significados de los que necesitábamos explorar en aquel momento.

—¿Quién es ella? —Sabía que mi respuesta acabaría con todas las esperanzas que pudiese albergar. Ella no era para ninguno de los dos, no lo sería para ningún macho de nuestras especies.

—Será la nueva reina azul. —Sentí como había golpeado hasta la muerte a su lobo interior. Lo sentí por él, lo sentí por mí, pero ella era más importante para todos los rojos de lo que nos podíamos permitir desear.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora