Cuando un extraño llama (Version). Día 30. Cuando no deberías llamar.

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Cuidar niños no era el mejor trabajo de la vida, pero era lo que me permitía tener un poco de dinero extra, y más cuando se trataba de aquella familia al fondo de la calle con aquellos niños.

Los niños del fondo, como todos los llamábamos eran tan inusuales como unidos. Eran unos trillizos idénticos, tanto que muchos pensaban que se comunicaban con la mente, ya que hablaban muy poco y cuando lo hacían rara vez los demás les entendían, fuera porque hablaban demasiado rápido o porque usaban el lenguaje que ellos mismos habían creado.

Después de muchos problemas con las escuelas de la localidad, sus padres decidieron educarlos en casa; lo cual significo un alivio para los niños del vecindario ya que les temían por su extraño comportamiento.

Un fin de semana al mes la madre de los trillizos iba hasta la puerta de mi casa para pedir mis servicios, ya que no se podía perder la visita mensual a su madre en las afueras. Esto significaba para mí una buena entrada de dinero, ya que cuidaba a los trillizos por dos días y una noche completa, tenía que deshacerme de cualquier que tuviera, pero tenía suficiente dinero asegurado en la bolsa.

Llegué a la casa del fondo con una pequeña maleta lista para quedarme con los trillizos, mis amigas me preguntaban si no me daba miedo, y con honestidad les conteste que no, en realidad eran demasiado amables y muy tiernos.

El primer día transcurrió de lo más tranquilo, tareas, juegos, películas... y la hora de la cena.

—Tenemos un poco de dinero, ¿quieren que pidamos pizza?

—¡Sii! —Contestaron los tres al unísono.

Pedí la pizza y les avise a los niños que me iría a bañar en lo que esta llegaba. Mientras estaba bajo el agua prácticamente no escuche nada. Al salir del baño me prepare para cenar con los niños.

Estábamos sentados viendo televisión esperando al repartidor, cuando me percate de la hora, ya había pasado demasiado tiempo.

—Niños, ¿vino alguien mientras me bañaba? —Pregunté.

Se miraron entre ellos y luego negaron con la cabeza.

—Voy a llamar a la pizzería. —Dije.

—No lo hagas.

—Ya no tenemos hambre.

—Queremos irnos a dormir.

Respondieron uno por uno y después corrieron hacia su habitación, se pusieron el pijama, se lavaron los dientes y se metieron en sus camas. Apenas iba a subir a darles las buenas noches cuando una idea terrible me cruzo por la cabeza y me dirigí a los contenedores de basura de atrás de la casa, donde encontré una gorra con el estampado de la pizzería manchada con gotas de sangre.

Subí las escaleras y abrí despacio la puerta de la habitación de los trillizos.

—¿Ustedes le hicieron algo al repartidor? —Pregunté.

De nuevo se miraron entre ellos.

—Llego cuando te bañabas.

—Nos miró feo.

—No nos agradó.

Respondieron por turnos.

—Pero ya habíamos hablado de esto, no pueden matar a cada repartido que venga, saben que yo no sé cocinar y que siempre pedimos comida cuando yo los cuido. —Los niños bajaron sus rostros apenados y yo sentí compasión por ellos. —Les traeré algo para que no se acuesten con hambre.

—Ya comimos.

—Lo mordimos un poco.

—O un mucho.

Respondieron los tres ahora riéndose entre ellos y logrando que yo también me riera.

—¿Y el cuerpo?

—En la cajuela del auto.

—¿Podrías llevarlo lejos?

—Nosotros no pudimos.

Asentí mientras suspiraba, estos niños no cambiarían, eran más que unos niñitos traviesos.

—Lo sentimos.

—No debió de vernos así.

—Pero dejamos la pizza para ti completita.

Fui a abrazarlos, eran demasiado tiernos.

—¡¡Te amamos!! —Dijeron los tres al mismo tiempo mientras me abrazaban.

—Sí, pero tienen que dejar de esto un día.

—Si... algún día. —Dijeron al unísono.

Writober 2020Where stories live. Discover now