Muchas veces me han preguntado cómo pude amar a un monstruo, pero más que amarlo yo lo admire.
Yo estuve ahí cuando construyo su Castillo, siempre lo observe de lejos, fui testigo de sus homicidios y atrocidades, pero nunca me importó, es más, con gusto hubiera muerto en sus garras si con eso hubiera disfrutado un poco de su amor.
Desde que era solo un joven estudiante de medicina siempre lo observe a la distancia, sabía bien que a él le gustaban los lujos y las comodidades, cosas que conmigo jamás tendría ya que además de mi amor y devoción, no tenía nada que ofrecerle, por eso sabía que era invisible para él.
Cuando contrajo nupcias por primera vez estuve triste por meses, a pesar de saber que solo estaba con ella por dinero, pero cuando la descuartizo y fue a deshacerse de los restos la vida regreso a mí.
Entonces empezó a construir el Castillo, todas esas cuadrillas de constructores yendo y viniendo, todos esos misterios, pero lo que él no sabía es que yo por las noches me escabullía a recorrer esos pasadizos y a memorizarlos, me peso tanto como a él cuándo lo tuvo que incendiar, pero si él lo creía necesario ¿quién soy yo para discrepar?
Sé que mato a muchas personas, sé que seguramente se ganó un lugar en el infierno, pero ¿qué puedo hacer si el amor me ata a él de esta manera?
Él jamás puso sus ojos en mí, jamás conoció mi nombre, ni mi rostro, pero eso no significa que yo amara a ese monstruo con todo mi corazón.
Ahora solo me queda pecar tanto como el peco para un día encontrarlo en el infierno, y si allá continua sin siquiera voltear a verme, no me importa, con seguir sus pasos en muerte como lo hice en vida me conformo.
