Un niño perdido en un Cementerio Día 11La noche más larga.

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Cuando yo tenía diez años la abuela murió, lo hizo después de una larguísima e incómoda enfermedad que dejó agotados a todos los miembros de la familia; escuché a mi madre decir en secreto a mi padre que no solo la abuela descansaría por fin, ahora de adulto se a lo que se refería.

Durante el velorio escuché sus pasos detrás de mí a donde fuera que iba, pero pensaba que era mi infantil imaginación aburrida en un evento que era exclusivamente para adultos sufriendo.

Al día siguiente fuimos al cementerio a enterrar sus restos, y cuando estábamos todos frente al ataúd escuchando las palabras del sacerdote sentía la mano de la abuela sobre mi hombro y su respiración sobre mi cabello. Estaba desesperado porque aquel homenaje acabara.

Al finalizar el entierro todos estaban muy tristes o fingiendo que lo estaban, se ponían de acuerdo para ir a comer a algún sitio y hablando de cosas que solo los hacia llorar más, nadie me ponía atención, así que me alejé entre las tumbas, quería sacar de mi mente lo que había sentido y los llantos de todas esas personas, así que sin darme cuenta me alejé más de lo planeado y pise donde no debía cayendo a una tumba vacía.

Al parecer todos mis familiares estaban tan ocupados en sus asuntos que no se dieron cuenta de que faltaba yo, además que la caída fue tan fuerte que quedé un rato inconsciente. Cuando desperté el sol estaba por esconderse, entonces empecé a escucha una voz.

—No te preocupes hijo, yo me quedare contigo hasta que alguien venga por ti.

Al principio pensé que era cualquier persona, pero después reconocí la voz... era la voz de mi abuela.

—¿Abuela? —Pregunté esperando obtener una respuesta negativa.

—Sí, soy yo. No te preocupes, me quedaré contigo hasta que regresen por ti.

Y así fue, nadie se dio cuenta de que me abandonaron, ningún velador paso por la tumba donde yo caí, pero fue la abuela la que no me dejo solo. Al principio solo me dijo cuantó me amaba y lo mucho que le pesaba haberme dejado solo, pero después empezó a relatarme los peores secretos de mis padres y de toda mi familia; me asqueaba todo lo que me decía, eran cosas que yo no deseaba saber, pero que ella me las decía con un fin.

Traté de salir de aquella tumba, pero yo era muy bajo y la tumba muy profunda, no me quedó más opción que seguir escuchando todos aquellos secretos que la abuela me contaba.

—No te asustes hijito, esto te servirá, créeme. Cuando te quieran arrebatar lo tuyo todo esto te servirá, solo diles que te lo he dicho yo.

Por la mañana unos trabajadores del cementerio me encontraron y llamaron a mis padres que muy avergonzados fueron a recogerme.

En cuanto a los secretos que me dijo mi abuela, fueron de gran ayuda. Resulta que ella me heredó todo cuanto tenía; su casa, sus muebles, pero también una cuenta de inversiones y joyas que le había escondido a todo el mundo diciendo que las había vendido, pero que en realidad estaban en una caja de seguridad de un banco. Ella estipulo en su testamento que todo quedaría retenido hasta que yo tuviera dieciocho años.

Toda la familia se volvió loca, todos querían que mi herencia se repartiera, todos querían ser mis albaceas, sobre todo mis padres. Los odie a todos por ser unos interesados y por no preocuparse por mí hasta ahora y no cuando tuve que pasar toda la noche en una tumba fría con el fantasma de mi abuela.

—¡¡Nadie tocara lo que mi abuela me dejó!! —Grité furioso, después mi padre me gritó que me callara pero eso solo me hizo enojar más. —¡¡Tú no tienes derecho a decir nada, solo te casaste con mi madre para tener donde vivir y eres un homosexual reprimido!! —Habiendo empezado ya no pude parar. —Y tu madre, solo cuidaste a la abuela para ver que le sacabas.

Y seguí señalando personas con el dedo diciendo sus secretos, diciendo cada una de sus peores faltas. Todos ellos se quedaban callados y temerosos de mis palabras. Al final nadie se atrevió a verme.

Mi padre abandonó a mi madre al día siguiente y ella apenas me hablaba.

Un par de años después mi madre tuvo el valor para preguntarme como me había enterado de todo eso que dije, y le dije que durante la noche que dormí en aquella tumba la abuela me lo había contado todo... o más bien su fantasma.

—¿Y jamás volviste a hablar con ella?

—No.

Pero eso era mentira. Hasta el día de hoy siempre siento la mano de la abuela sobre mi hombro, su respiración en la nuca y escucho su voz diciéndome que me ama y contándome los más oscuros secretos de quien me rodea... al odio.

Writober 2020Where stories live. Discover now