11 | Los capullos de Schrödinger

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Me he pasado la noche despierta, revisando cada rincón del piso franco porque temo que, si han entrado, también hayan podido colocar cámaras o micrófonos y eso podría ser fatal

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Me he pasado la noche despierta, revisando cada rincón del piso franco porque temo que, si han entrado, también hayan podido colocar cámaras o micrófonos y eso podría ser fatal. No es que vayan a captar nada definitivo en mi apartamento, pero sabrán cuándo estoy fuera y podrían ver a Pantera, cosa que no me hace especial ilusión.

Al final, termino quedándome dormida en el sofá, con la pistola bajo la almohada y el apartamento hecho un auténtico desastre. Tengo un sueño tan ligero que cualquier mínimo sonido me despierta y no paro de tener pesadillas por culpa del estrés, sueños donde Rosalía Carelli me persigue, donde Vivi me culpa de su muerte y mi padre me dice que se avergüenza de mí.

Son las cuatro de la madrugada cuando decido que no puedo más y salgo a correr. El aire frío de la noche me espabila y el dolor en la pierna evita que piense en otra cosa que no sea el odio que le tengo al puñetero Schrödinger por haberme apuñalado. Termino en la playa, jadeando como si hubiera corrido una maratón y con un dolor tan intenso que tengo que sentarme en la arena.

Cuando el dolor remite un poco, doy un paseo por la orilla del mar mientras intento trazar un plan para que nadie se entere de mi reunión con el informante. Tengo muchas cosas que preguntar, pero debo hacerlo con la suficiente cautela como para no parecer desesperada. De lo contrario, soy presa fácil.

En cuanto amanece, regreso a casa y me doy una ducha rápida. Apenas desayuno, mi estómago parece el nudo de un marinero y ni siquiera soy capaz de tomar un sorbo de agua sin sentir las náuseas en la base de la garganta. «No me siento así por Vivi» me repito una y otra vez. «Es porque estoy yendo contra las normas. Lo estoy jodiendo todo y las consecuencias van a ser terribles».

Cuando diviso el monumento de Atena tengo los nervios a flor de piel y la sensación de que estoy adentrándome en la boca del lobo es tan fuerte que tengo que luchar contra el impulso de largarme y mandarlo todo a la mierda.

Intentando relajarme, desvío la mirada hacia el minúsculo parque que parte la carretera en dos. Los árboles se mecen con el viento y un par de pájaros picotean el suelo, donde alguien les ha dejado migas de pan y algunas semillas. Hay niños por todas partes, gritando y riéndose a carcajadas. He de admitir que envidio la capacidad que tienen esos cabronazos para evadirse y no me avergüenza admitir que incluso me planteo la posibilidad de hacerle la zancadilla a alguno y que su llanto alivie el mal humor que tengo, pero al final me decanto por dar un paseo y dejar de ser tan problemática.

Un niño pasa junto a mí y me sujeta el brazo. Doy un respingo y me planteo ejecutar mi plan, pero él se limita a poner una bola de papel en la palma de mi mano sin decir ni una palabra. Luego se va corriendo calle abajo y le observo zigzaguear entre la gente hasta reunirse con un grupo de niños que juegan a la pelota cerca de las ruinas. Entrecierro los ojos, pensando en los pelotazos que deben llevarse esas pobres ruinas, que ya bastante tienen con seguir en pie desde vete a saber cuándo.

Desdoblo el papel, en el que solo hay escrito el número quince. Al mirar a mi alrededor, no tardo en divisar un banco con la placa número quince grabada en él. Resoplo al ver que está en el puto borde de la carretera. El lugar perfecto para que me peguen un tiro. Genial.

Fantasma [+18] - Dark romance seriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora