8 | Se acabó

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Cuando llego a la calle, casi sin aliento por bajar las escaleras de tres en tres con una pierna absurdamente inútil, recuerdo que no tengo mi moto y que voy a tener que tomar el puñetero autobús para llegar a la casa de Vivi

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Cuando llego a la calle, casi sin aliento por bajar las escaleras de tres en tres con una pierna absurdamente inútil, recuerdo que no tengo mi moto y que voy a tener que tomar el puñetero autobús para llegar a la casa de Vivi.

Vive a veinte minutos a pie de donde yo me encuentro, pero con el estado en el que se encuentra mi pierna, esos veinte minutos se pueden convertir en cuarenta, así que echo a andar hacia la parada del autobús y hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para no gritar de la frustración.

Jamás pensé que una puñalada iba a trastocar mi vida de esa forma.

Los domingos, el mundo se mueve en un sentido completamente distinto, como si el universo decidiera que es hora de tomar un pequeño descanso. En la parada de autobús, en lugar de las cuatro ancianas reumáticas —y, ahora, con bajo control de sus esfínteres— de siempre, me cruzo con un grupo de chicos que, cerveza en mano, se dan codazos entre sí y bromean como si sus vidas fueran una puñetera comedia. Me meto las manos en los bolsillos, intentando mantener la compostura, porque lo último que necesito es perder los estribos en medio de la calle, donde todo el mundo puede verme y, lo que es aún peor, juzgarme.

No puedo dejar de imaginar posibles escenarios, de preguntarme qué sería capaz de hacer si descubro que alguien le ha hecho daño a Vivi. Pienso en Carlo, que la amenazó en el Notte Stellata y en Pantera, que estuvo a punto de seguirla. Y, conociendo el historial de secretos de la chica, puede que no sean los únicos en la lista.

En un intento por calmarme, repaso mis últimas conversaciones con Vivi, intentando recordar si en algún momento me contó que iba a cambiar de número. Quizá todo esto no es más que un absurdo malentendido y ella está en su casa, tan tranquila, mientras yo estoy al borde del colapso emocional más patético que se haya visto en los últimos años.

Aunque en el cartel pone que el autobús llegará a las doce en punto, se planta a las doce y veinte. Cuando subo, el chófer, por supuesto, no tiene preparada ninguna disculpa ni explicación al retraso del autobús. Evidentemente, los retrasos son algo normal en un país donde nada funciona bien. Ni siquiera la gente. A algunos parece que sus padres los hicieron sin ganas y les faltan partes: no las externas, sino las internas. Piezas importantes para un funcionamiento regular.

No recuerdo si alguien se sentó a mi lado durante el trayecto, o si me despedí de alguien al bajar. Tampoco tengo ningún recuerdo de cómo subí al apartamento de Vivi, si tomé las escaleras o el ascensor. Mi primer recuerdo nítido es el de quedarme plantada frente a su puerta entreabierta y pensar que ya está, que el mundo se acaba de terminar frente a una puerta de madera llena de arañazos y que no sé cómo seguir adelante.

El segundo es todavía más nítido, cuando de algún modo me atrevo a abrir la puerta y ver lo que me espera al otro lado. Tiene tanto color que parece una de esas fotografías profesionales que exponen en los museos a los que voy cuando no tengo nada mejor que hacer.

Cuando la veo tirada bocabajo en el salón con el cuerpo contorsionado en un ángulo antinatural, lo primero que pienso es que se ha despeinado. Es un pensamiento absurdo cuando te encuentras a tu mejor amiga asesinada en su apartamento, pero no puedo evitarlo. Peor aún es que tenga que luchar contra el instinto de acercarme y quitarle el pelo de la cara, como si por encontrarme cara a cara con sus ojos vacíos y sin vida vaya a cambiar algo.

Fantasma [+18] - Dark romance seriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora