9 (I) | Los borrachos son difíciles de matar

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La mujer toma un sorbo de su copa y, al verla vacía, mira a su alrededor en busca de alguien más. Es de sobra conocido que Federicca Fellini tiene un ligero problema con el alcohol, aunque yo jamás usaría el término ligero para la forma en que engulle las copas de champán como si fueran agua y ella acabara de salir de un desierto infinito, sedienta y al borde de la más extrema de las deshidrataciones.

Llevo la cuenta del tiempo que ha pasado bebiendo, de cómo se le van cayendo los párpados lentamente y relaja cada vez más los hombros. Sus acompañantes varían en función del tiempo que son capaces de soportar su largo discurso sobre las políticas del Regio de Calabria, sus infinitas quejas sobre las pocas facilidades que tienen sus empresas para expandirse en un lugar que ya está controlado por otros.

Me acerco a ella con la bandeja en alto y, en cuanto la ve, se le iluminan los ojos y deja incluso de hablar. Dicen que los borrachos son los más fáciles de matar, pero yo opino exactamente lo contrario. Los borrachos hablan demasiado, gritan, se tropiezan, son ruidosos y patosos. Son como niños intentando huir del monstruo que vive bajo sus camas. Sí, es más fácil pelear con ellos si las cosas se tuercen, pero rara vez dejo que llegue a ese extremo.

Generalmente, los mato de una forma mucho más eficiente. Aprovechando sus debilidades y no causando un escándalo.

En el último momento, me muevo para dejar paso a un invitado y Federicca, que ya se acercaba a mi bandeja, trastabilla. Le sujeto el brazo desnudo con la mano izquierda y la ayudo a recuperar el equilibrio. El guante entra en contacto con su piel y presiono lo suficiente para que la aguja atraviese la piel y el veneno que llevo oculto en la palma de la mano haga el resto. Ella está tan borracha que ni siquiera lo nota y sé que ya solo es cuestión de tiempo.

Uno...

Dos...

Federicca se echa hacia atrás e intenta sacudirse de mi brazo, sin duda sintiendo que el guante es demasiado áspero, que algo la ha picado, pero finjo no darme cuenta.

Cuento hasta cinco. El vial tarda en vaciarse diez segundos.

—¿Se encuentra bien?

Ella arruga la nariz como si el hecho de que me hubiera atrevido a hablarle fuera la mayor ofensa que ha sufrido en sus cincuenta años de vida. Si supiera que, en realidad, es una sentencia de muerte, estaría gritando como una banshee.

Seis...

Siete.

—¿Necesita que llame a alguien? —insisto.

Ocho.

La mujer estira la mano y agarra una copa de mi bandeja, que tiembla entre sus dedos.

Nueve.

—Aparta, estoy bien, estúpida —sisea, sacudiéndose.

Diez.

La suelto y murmuro una disculpa antes de perderme entre el mar de gente. No tengo intención de acaparar más atención de la que ya he despertado. La última copa desaparece antes de que llegue a la cocina y me cuelo entre otros trabajadores hasta que termino en el exterior y me deshago del guante en una zona donde no hay cámaras, guardándolo en una bolsa de plástico bien cerrada.

No me quedo a ver el espectáculo. No espero a ver cómo Federicca se desploma y todos lo achacan al exceso de alcohol y no a la neurotoxina que está viajando por su sangre, invadiendo su cuerpo lentamente. Tampoco quiero imaginar cómo se arrastrará a la cama esta noche, sintiéndose profundamente mareada, probablemente planteándose la idea de dejar de beber. Para su desgracia, ya no tendrá la oportunidad de hacerlo. En su lugar, dejará de respirar en algún punto de la madrugada.

Los médicos dirán que sufrió un paro cardíaco, que el estrés pudo con ella. En el funeral hablarán sobre lo buena que era y el dinero que traía a nuestro país, pero nunca mencionarán que sus empresas se sustentan con el trabajo esclavo de los sin papeles que llegan a nuestras costas mientras que ella infla el precio de sus productos con la excusa de que son fabricados en Italia, o que es responsable del envenenamiento de un poblado de la India a causa de los vertidos sin control de una de sus fábricas textiles.

Por supuesto, a Donato le importa una mierda todo eso, a él solo le preocupaba que la expansión de sus empresas le estaba robando parte del negocio y que Federicca, a pesar de su corta estatura, no era una mujer que se dejara amedrentar fácilmente y cometió el error de plantarle cara a Donato y tratar de boicotear sus negocios. Todo eso, la esclavitud y las muertes, solo los uso para recordarme que, en el fondo, le he hecho un favor a mucha gente. Como si matar a un par de culpables fuera a equilibrar la balanza y las muertes inocentes pesaran menos.

Llego al punto de encuentro cinco minutos tarde. Tal vez, si Pantera se hubiera molestado en darme una moto nueva, habría llegado quince minutos antes. No hay nadie esperándome, aunque no espero visita. El punto de encuentro no es más que uno de los infinitos garajes propiedad de la mafia que los Fantasmas usamos para eliminar pruebas y desaparecer. Me cambio de ropa y lo tiro todo en una caja. Los limpiadores aparecerán en cuanto me haya ido y se desharán de todo.

Es delirante sentirme tan vulnerable, saber que, si lo quisieran, podrían guardar todas esas pruebas e incriminarme en todos los asesinatos que me obligan a cometer. Es aún peor saber que, aunque quisiera, no tendría forma de defenderme. Antes de abrir la boca ya tendría tres balas incrustadas en el cerebro.

Supongo que debería servirme de consuelo que, cuando quieren deshacerse de un Fantasma, se limiten a matarlo. Sin preámbulos ni florituras. Una bala en el cerebro, una navaja en el pecho o una buena dosis de veneno que, en muchas ocasiones, nosotros mismos tomamos voluntariamente. Nos han adoctrinado para eso. Total, a ojos de la ley y del mundo ni siquiera existimos. Si alguna vez tuvimos una identidad, esa persona figura como muerta o desaparecida y no hay ni una sola forma de demostrar quiénes somos. La 'Ndrangheta sabe escoger muy bien a sus Fantasmas y nunca ha dejado nada al azar. Salvo yo, tal vez, que no soy más que una de las múltiples venganzas personales de Vieri De Luca contra aquellos que osaron interponerse en su camino cuando el viejo aún vivía. Ahora que su hijo ha heredado el negocio, las cosas están más calmadas, pero no podría decir que Donato sea un buen hombre. A fin de cuentas, es el cabecilla de una mafia. Y yo soy el filo de su cuchillo.

No tengo ningún otro mensaje que entregar, así que salgo de allí y tomo el camino de regreso a casa. Aún no es medianoche y las calles están a rebosar. La gente bromea entre sí, algunos arrastran los pies mientras regresan a casa y cada una de las personas que me cruzo parece tener algo que hacer.

Yo, sin embargo, solo puedo volver a casa, cenar lo primero que encuentre en la nevera y dormirme en el sofá mientras veo alguna película de dudosa calidad en la televisión, pero en cuanto llego apenas logro poner un pie en el interior. Veo a Vivi por todas partes: en la cocina, en el salón, en mi habitación. Es como si su fantasma se negara a abandonarme, y es que hay recuerdos de ella por todas partes. Otro motivo por el que tengo que mudarme al nuevo piso franco cuanto antes, pero Pantera ha estado demasiado ocupado para ayudarme a trasladar las cosas de Spars, y sin la rata no pienso moverme.

Aprieto los labios y me voy directa a la ducha, pero ni siquiera eso me ayuda a calmarme, así que hago lo único que se me ocurre: Saco un vestido del armario y me voy a la calle en busca de una buena distracción.


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Fantasma [+18] - Dark romance seriesWhere stories live. Discover now