Un mareo me sobreviene y me veo en la obligación de apoyarme en el suelo con las dos manos. Estoy tan débil que creo que podría volver a dormir en cualquier momento. Con un suspiro, recobro fuerzas y decido seguir mirando. A lo lejos, escucho veces familiares; pero en mi cabeza no puedo devolverles el rostro que pertenecen a sus dueños. Los busco, pero no los encuentro.

Pronto, entre todo el gentío pecaminoso, descubro a Kris. Él está con una mujer que me resulta levemente familiar. Me toma un momento notar que es la chica que nos detuvo a la salida de Twisted, aquella que parecía ida, perdida de sí misma. Las piezas de un rompecabezas gigante parecen comenzar a fusionarse dentro de mi mente; pero los bordes no terminan de encajar, se rozan, se juntan con una fricción imposible.

Mis ojos se clavan en ellos con una atención devoradora. Noto cada uno de los movimientos de sus manos sobre el cuerpo de la muchacha, observo cómo la recorre, cómo la sostiene mientras ella arquea su espalda gimiendo de placer. Él tiene sus colmillos clavados en su piel y sus dedos se han convertido en garras filosas que penetran en su carne si un atisbo de delicadeza. Ella grita algo que no puedo comprender y se giran, juntos, en un compás libidinoso.

Al hacerlo, me percato de los tatuajes que bañan con entereza sus omoplatos y se pierden en su espalda baja. Hasta ahora, no los había visto y me duele ser consciente de ello. El grabado de las marcas es intricado y enrevesado, algo único e imposible de imitar. Sé que quieren decir algo, que tienen un significado, pero estoy segura de que ni hasta él comprende cuál es. Es algo místico, antiguo, atemporal. Me da la sensación que cada una de sus marcas son únicas y de nadie más, son de él, de Kris. Le pertenecen. Lo hacen quien hoy es.

Absorta y perdida en el grabado, pienso que bajo la luz nocturna incluso brillan con una iridiscencia macabra. Y así, casi sin notarlo, sus ojos se chocan con los míos con un instinto bestial. Kris suelta a la mocosa y esta cae rendida al deseo. Despacio, él se acerca a mí. No se molesta en limpiar la sangre que baña su labios y su cuello ni en ocultar sus garras.

Las terminales nerviosas de mi cuerpo, mi instinto humano, mi yo, dicen que corran; no obstante, algo más grande me obliga a permanecer. Sin poder escapar, sin poder huir, obedezco al instinto superior de mi naturaleza y aguardo por su orden.

Cuando llega hasta a mí, espero por su orden, por su deseo. Sin embargo, este va en contra de lo que anhelo:

—Duerme —pide.

Y yo obedezco.


Siento que me levantan del piso, unas manos me elevan y yo me tambaleo

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Siento que me levantan del piso, unas manos me elevan y yo me tambaleo. Estoy confundida y no soy capaz de abrir los ojos. Un brazo pasa por debajo de mis muslos y el otro se desliza por mi espalda. Mi piel está helada, tengo frío; no recuerdo dónde estaba recostada. Creo que era el suelo, pues me duele el cuerpo y siento que mi piel está terrosa y áspera.

«Necesito una ducha», pienso.

Aspiro. Entre el potente aroma del bosque, siento uno familiar; no lo puedo describir con palabras, pero el instinto más puro me dice que es Kris. Me aferro a él, a su piel, a su contacto, y entrelazo mis brazos por detrás de su cuello. Quiero abrir los ojos, preguntarle qué es lo que ha sucedido, qué es lo que ha hecho, pero no tengo fuerzas. Lo recuerdos me atormentan, me adormecen, me perturban. Tengo miedo. A lo lejos, escucho que los murmullos se apagan. Ya no huelo el humo de la fogata ni la sangre que manaba del cuerpo de las víctimas.

Víctimas y presas.

«Iguales a mí», paso saliva en seco, aturdida.

Él camina conmigo en sus brazos. Oigo que las agujas de pino se parten ante nuestro peso y que la gravilla resuena con una intensidad inmensurable en la bastedad del bosque de Deeping Cross. Tiemblo, no sé si por miedo o por frío, si es por agotamiento o por dolor, por las pesadillas y los recuerdos. O por todo a la vez. La brisa nos envuelve y el olor a naturaleza me impregna los sentidos.

Pretendo abrir los ojos, pero no puedo. Estoy demasiado exhausta. Cada vez que intento ver lo que tengo a mi alrededor, termino mareada.

Ya no puedo más.

Sucumbo ante las garras del sueño y vuelvo a caer en él. Atrapada, sin fuerzas.

Parpadeo con lentitud, sin embargo, me veo obligada a cerrar mis ojos deprisa; la luz que ingresa por las persianas de la habitación de Kris me enceguece

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Parpadeo con lentitud, sin embargo, me veo obligada a cerrar mis ojos deprisa; la luz que ingresa por las persianas de la habitación de Kris me enceguece.

«¿Ya ha amanecido?», me pregunto, adormilada, mientras él termina de arroparme con sumo cuidado. Me acaba de apoyar en la cama con una delicadeza que se me hace impura.

Giro hacia un costado y me acomodo en posición fetal, como suelo dormir. Llevo mis rodillas hasta mi abdomen y me abrazo a las mantas, disfrutando de su calor. De mis labios se escapa un gemido involuntario de cansancio y me dejo conquistar por las bondades que me ofrece el descanso.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a despertar. Luego de varios intentos, logro enfocar mi vista en él: recortado en las sombras, tiene un aura de misterio que me atrae más que la música que suena desde el bosque.

—¿Rain? —susurra. Él se percata de que lo estoy observando y yo presiono mis párpados con fuerza, cerrándolos.

No respondo. Hago silencio.

Él se acerca a mí y se sienta a mi lado en la cama; el colchón se hunde ante su peso. Pienso que insistirá para hablar, sin embargo, como siempre, termina por sorprenderme.

—No te molestaré —me avisa; la culpabilidad que oigo en su voz me desmorona y, pronto, me inundan las ganas de llorar. Creo que gimoteo.

Apoya su mano en mi frente y me aparta algunos cabellos enmarañados que cubren mi rostro. Su contacto es tan cálido que me llena de paz.

—Descansa —me pide con suavidad y yo vuelvo a sumirme en el sueño de manera casi instantánea. 


¡Bienvenidos, marcados al climax de esta maratón! 

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¡Bienvenidos, marcados al climax de esta maratón! 

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Falta nada para que termine la primera parte de esta gran historia. 

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