19 [La prisionera]

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El sudor cae por la línea de mi columna para cuando llego a la arboleda; no es por el esfuerzo, sino por los nervios

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El sudor cae por la línea de mi columna para cuando llego a la arboleda; no es por el esfuerzo, sino por los nervios. La música retumba en mis huesos, creo que podría hasta quebrarlos. Suena con potencia y con bravura dentro de mi propio cuerpo. Me llama.

Hipnótica.

Amenazante.

Tortuosa.

Seductora.

Kris leyó mis mensajes casi de forma automática y no le di chance a que retrucara. Me pidió que regresara y yo me opuse. Cuando le dije que estaba en camino al bosque, termino por acceder. No hubo negaciones ni intentos de convencimiento, no hubo explicaciones, no hubo nada más que un culpable «de acuerdo».

Las náuseas y las ganas de vomitar a causa de la potencia de la melodía vuelven a mí mientras me acerco a los bancos de piedra para retomar el aliento. Sin embargo, antes de siquiera pueda sentarme, una mano se posa en mi hombro y la otra en mi boca.

Intento forcejear, pero la fuerza que aplican sobre mí es casi sobrehumana:

—Escúchame bien —dice una voz conocida y agitada; lucho por darme vuelta y verle la cara—. Debes irte. Vuelve al departamento. Enciérrate. No salgas.

Por más que lo intento, me es imposible zafarme. Cedo ante su fuerza y, al hacerlo, Kris accede a liberarme. Me giro con lentitud, dispuesta a asestarle una cachetada en su mejilla cargada de furia, pero me detienen dos cosas: su apariencia demacrada y sus reflejos al frenarme la mano en el aire.

Paso saliva en seco mientras me suelta como si acabara de tocar ácido:

—¿Estás bien? ¿Qué te ocurre? —le pregunto, preocupada por cómo se ve. Su rostro está perlado de sudor y este es tanto que se extiende por el cuello de su camisa negra.

Doy un paso para acunar sus mejillas entre mis manos, pero él retrocede.

—Vete. Aléjate de mí —ordena—. Debes irte.

Lo miro de arriba abajo y noto que viste enteramente de negro. Parece enfermo. Sus ojeras destacan ante la luz tenue de la noche y sus ojos brillan como los de un animal al acecho. La brisa nos envuelve y estoy segura de que puedo sentir su perfume.

Hipnotizada, me acerco a él:

—¿Qué tienes? —insisto. Necesito comprender lo que ocurre, no entiendo nada. Mi mente y mi cuerpo luchan por ver quién tiene el control. Una quiere quedarse aquí, con Kris, y el otro anhela encontrar la paz dentro del bosque.

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