16 [La aturdida]

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Pitido

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Pitido.

Pitido.

Palpitación.

Pitido.

La jaqueca me acompaña mientras me adueño del único toma corriente libre para cargar mi teléfono moribundo.  Me tiro en el suelo y enchufo el móvil con mis dedos temblorosos. Mis ojos se llenan de lágrimas en un intento de contener un bostezo ya que Kaleigh está aquí y parlotea a mis espaldas. Entró como una tromba a la oficina y, desde que puso un pie en mis humildes cuatro paredes, no ha parado. Mi dolor de cabeza solo aumenta con su presencia. Sin embargo, me siento segura estando con alguien.

Vago por el menú de aplicaciones de mi móvil y termino por entras a releer, de nuevo,  los mensajes del desconocido. Perdí la cuenta de todas las veces que los he leído.

«Me pregunto a qué estará jugando esta persona y si, de verdad, representa una amenaza para mí...», pienso al analizar todo por enésima vez.

«O una advertencia», me recuerdo.

—Sus últimos mensajes son desde hace dos días... —murmuro casi inaudiblemente, concentrada en mis propios pensamientos.

—Y por eso es que mi abuelo le dijo a Pratt que le dijera a Kris que... —Kaleigh se detiene a mi espalda para observarme; siento sus ojos clavados en la nuca—. ¿Mensajes? ¿De qué estás hablando? ¿No oíste nada de lo que dije?

«Desde hace dos días que no escribe; ¿significará algo? ¿Sabrá de la criatura del bosque? ¿Y si se acabó la broma?», divago.

—¡Rain! —grita, impaciente. La nieta de mi jefe me mira a punto de sufrir un colapso. Parece que en cualquier momento se dejará llevar por la pérdida de paciencia, algo que, por lo general, no es complicado de lograr.

«¿Y si es la misma criatura?».

—Okey. Esto es demasiado para mí —chilla—. ¿Puedes dejar de bromear conmigo? —Pasa su mano con insistencia entre mi rostro y el teléfono.

Pronto, todas y cada una de sus palabras comienzan a tomar sentido para mí. 

—Mmm... ¿qué? —inquiero con mi mejor sonrisa inocente.

—¿Estabas escuchando? —pregunta con el rostro enrojecido por la indignación.

Al ver que mi hermosa sonrisa no funciona, y que ella podría saltar a mi yugular, decido optar por mi mejor aliada: la sinceridad.

—Escucha, niña, hace dos días que no duermo de corrido por más de escasos minutos. —Suspiro demostrándole que el agotamiento que cargo no es broma—. Ve al grano porque no querrás tener una discusión conmigo en estos momentos. Podría terminar llorando y contándote todos, pero todos mis problemas, y ambas sabemos lo incómodo que podría ser algo así.

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