Huele a muerte. Nunca me había percatado de lo potente que es el olor de la sangre seca, de lo rápido que desvela el hecho de que alguien se ha muerto justo ahí, en ese salón, y que ese alguien es la única amiga que tenía.

Es ridículo dar media vuelta y cerrar la puerta, pero lo hago. Es peor quedarme mirando la puerta otra vez, pensar que quizá, si la vuelvo a abrir, encontraré algo distinto al otro lado. Que, tal vez, todo es una actuación y que ella está esperando a que entre y me acerque para darme el susto de mi vida.

No sé cuánto tiempo paso frente a la puerta. Quizá el suficiente para llamar la atención. Tal vez solo acabo de poner un pie de nuevo en el rellano, pero una mujer abre la puerta de su casa y me observa con curiosidad.

Es la vecina de Vivi. A menudo, se quejaba de que era una señora un poco entrometida, que siempre llamaba a su puerta para darle galletas con pasas, ofrecerle comida e intentar invitarla a tomar café, que sabía a qué hora llegaba y a qué hora se marchaba y se interesaba por su vida y se preocupaba por ella.

Nunca entendí por qué a Vivi no le gustaba. No tiene el rostro de una mala mujer. Tiene el típico rostro que encontrarías en cualquier abuela, surcado de arrugas más pronunciadas alrededor de los ojos, como si se hubiera reído tanto que se le quedó la risa marcada en la piel.

Aunque es vieja. Los viejos siempre tienen arrugas por todas partes. Igual no se ha reído en la puta vida.

—Oh, vaya. Creía que me habían llamado a mí —me dice. Esboza una pequeña sonrisa, casi tímida, pero con la determinación de una abuela dispuesta a hacerte subir de peso a fuerza de atiborrarte de comida—. ¿Estás buscando a la muchacha que vive aquí al lado?

Asiento, incapaz de hablar, y vuelvo a clavar la mirada en la puerta, ahora cerrada. No me atrevo acercarme, pero tampoco a alejarme. Por un segundo, me asalta el temor de quedarme atrapada en ese rellano para siempre, incapaz de seguir adelante después de una pérdida que no tiene ningún sentido para mí.

—Anoche tuvo una buena fiesta —admite la anciana—. No me dejó dormir mucho, pero qué se le va a hacer. Todos fuimos jóvenes alguna vez.

Frunzo el ceño.

—¿Cómo?

—Ah, nada, nada. ¿No está en casa? —pregunta, girándose hacia la puerta con curiosidad, como si por mirarla fijamente se fuera a abrir—. ¿Quieres esperarla conmigo? Acabo de hacer café. Y galletas.

Niego con la cabeza, incapaz de formular una sola palabra. Sé que, si paso un minuto más con esta mujer, voy a terminar rompiendo a llorar y no quiero hacerlo. Llorar frente a los demás es mostrar tu debilidad, darles un arma para hacerte daño, así que necesito recomponerme como sea.

—Oiga, si la ve... —sacudo la cabeza, mordiéndome el labio—. Cuando la vea, dígale que le agradezco su amistad.

No sé porqué le digo eso, aún a sabiendas de que la mujer jamás va a volver a ver a Vivi porque su cadáver está descomponiéndose a una puerta de distancia. La mujer asiente y me pone una mano en el hombro. Estoy tan tensa que ese gesto me sobresalta, pero ella lo interpreta de una forma completamente distinta y me dedica una sonrisa comprensiva.

—Es una buena chica, y tú también lo pareces. Estoy segura de que, sea lo que sea, lo arreglaréis. Pero le daré tu recado, no te preocupes.

—Gracias.

En la calle, no sé a dónde ir o dónde esconderme. Ni siquiera sé si tengo permitido llorar una muerte que yo misma pude haber provocado.

La vida, a menudo, encuentra formas increíblemente originales de castigarme.

Fantasma [+18] - Dark romance seriesWhere stories live. Discover now