Porque, ¿cómo voy a terminar una de las cosas más bonitas que he tenido de esa forma tan fría y cruel?

Me acerco a la jaula de Spars y él, como de costumbre, ya está esperándome para salir. En cuanto oye que me he despertado se levanta y me exige su paseo diario. Es una de las pocas criaturas con las que me he encariñado, y otra cosa en la que Pantera ha sido increíblemente flexible conmigo.

En teoría, no puedo tener más de lo que pueda cargar en una maleta, y una rata es una carga con la que no debería estar lidiando. No por ella, claro, la pobre rata no es que sea más grande que una lata de refresco, pero tiene su jaula y todos sus juguetes y ya nos generó un dolor de cabeza increíble trasladarla la primera vez, así que ni siquiera quiero pensar en lo que va a suponer este segundo traslado.

En realidad, Spars es otro de mis daños colaterales. Su antiguo dueño, un hombre huraño que vivía confinado en un minúsculo apartamento a merced de las cucarachas y la podredumbre, me hizo una extraña petición antes de que le encajara un tiro entre ceja y ceja: que no le hiciera daño a Spars. Tampoco tenía intención de matarlo, pero dejarlo allí habría sido condenarlo a la inanición, así que me lo traje conmigo.

De eso hace ya seis meses. Dudo que Spars haya notado el cambio, a excepción de que ahora ya no vive rodeado de mierda y tiene comida de calidad. Si sabe que yo maté a su dueño, no parece importarle, porque él —o ella, he de admitir que no tengo ni la más mínima idea sobre sexar a ratas, pero he dado por supuesto que es un macho porque tiene el equivalente humano a un buen par de cojones— continúa mordisqueando trocitos de pan que me roba cada vez que me despisto.

Y lo cierto es que no me importa. De algún modo, se ha convertido en mi amigo incondicional. Una de esas mascotas de apoyo emocional que tan de moda están últimamente. A veces, me descubro a mí misma contándole mi vida mientras él me observa con sus ojos saltones como si entendiera algo de lo que estoy diciendo.

En cuanto se sube a mi hombro, no tarda ni medio minuto en ponerse a hacer equilibrios para intentar mordisquear el borde de mi tostada mientras yo me la llevo a la boca, algo que se ha convertido en un terrible hábito que soy incapaz de quitarle.

—¡Eh, eh! ¡Atrás, muerto de hambre! —me quejo, apartándome de él.

Después de varios intentos fallidos, la rata parece darse cuenta de que no va a conseguir nada de mí, así que termina bajándose de mi hombro para explorar el sofá. Lo veo dar saltos y desaparecer entre los cojines para luego reaparecer y mordisquear las migas de pan que me caen en los muslos. Ahogo un suspiro, rindiéndome en mi intento por ponerlo a dieta. Definitivamente, este Spars se ha propuesto dar vida a esos mitos de ratas gigantes que de vez en cuando vuelven a cobrar vida para aterrorizar a media ciudad.

Al final, le doy un trozo de pan y emite un pequeño chillido de felicidad antes de irse corriendo a la esquina contraria del sofá, por si cambio de opinión y decido quitarle la comida.

Después de desayunar, decido que es hora de hacer por fin la maleta. Este piso franco ya no es seguro de ninguna de las maneras, no solo porque tengo que huir de Vivi, sino porque no tengo ni una sola garantía de que no me hayan seguido hasta aquí.

Abro el armario y saco una pequeña caja escondida en el fondo. La vacío sobre la colcha y reviso su contenido antes de trasladarlo a la maleta. Ahí es donde guardo las cosas que significan algo para mí: una pulsera infantil cuyo origen he olvidado pero que, por alguna extraña razón, aún conservo; un pin de un dragón y un libro que me regaló Mamba cuando completé mi primera misión. En su interior, cuidadosamente doblado, encuentro un dibujo que hice cuando tenía apenas diez años. En él, Mamba y yo no estamos encerradas en la habitación, sino jugando en el bosque con Dragón. Contengo el dolor que me atenaza el corazón y lo cierro a toda prisa, abandonándolo en el fondo de mi maleta.

Fantasma [+18] - Dark romance seriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora