Su grito fue amortiguado por el rugido del motor de la moto. Miró a Lena con cara de pocos amigos. La azabache casi gritó al de ver a Kara partir, no pudiéndose creer cuán lejos había llegado la broma, pero tampoco le iba a dar el gusto, mostrándose indiferente. Ella pensó que se le pasaría y regresaría, así que se sentó mosqueada.

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Esperó varios minutos sentada en el suelo, repasando la conversación en su cabeza. ¿Y si, por una vez en la vida, Kara estaba diciendo la verdad? ¿Qué le estaba siendo sincera y por su ceguera de superioridad no lo dejaba ver? Nunca la había visto así...

«No puede ser, no puedo creer que ella se fijaría en mi», pensó Lena apenada.

Le costaba imaginar a Kara más que una amiga. No porque fueran vecinas o hubiesen estrechado su relación este último año, sino porque la rubia se había metido tanto con ella que le costaba imaginarse cogiendo su mano, sonriendo una a la otra como dos tontas enamoradas y un largo etcétera de cosas de pareja.

Miró su móvil y ya habían pasado quince minutos. Pensó en que la rubia volvería, se disculparía por todo y ella intentaría hacer como si no hubiera pasado nada porque tampoco quería perderla. Pero no dio señales de vida y se levantó. Intentó llamarla, pero la llevaba al buzón de voz. Gruñó y finalmente se dispuso a caminar hasta casa. Sería una larga caminata, pero tampoco iba a esperar una eternidad sin saber si Kara iba a volver a por ella.

«Puede que me haya pasado yo», pensó durante la caminata.

A mitad de camino, el teléfono sonó y su corazón latió con ferocidad. Pero se calmó al ver una llamada entrante de Eliza. Luego bombeó nuevamente con fuerza al pensar en que Kara había llegado a casa y que, si era verdad, se lo habría contado todo a su madre. Ella lo haría y conociendo a su vecina, seguramente se habría desahogado también. Lo cogió con manos temblorosas.

—¿Estás con mi niña todavía? Es que me mandó un mensaje de texto hace veinte minutos de que veníais para acá. Pensé que estabais en tu casa, pero su moto no está, así que supuse que no habíais llegado, pero tardabais tanto...

—Hum... no estoy con ella, no. Ella... se marchó... tenía que hacer algo y yo... quería caminar hasta casa —balbuceó sin saber muy bien que responder.

—¿Qué ella se marchó porque tenía que hacer algo? ¿Y tú caminando sola a casa? ¿Desde el lago?

—Sí —se sinceró.

—¿¡Dónde estás!? —casi chilló enfadada, como si fuera su madre y Lena hizo una mueca.

—Llegando en realidad.

—¿Qué ha pasado, Lena?

—¿Qué ha pasado de qué? —se hizo la tonta, intentando no sonar tan obvia.

—¿Os habéis peleado? —preguntó seriamente y Lena, después de unos segundos de silencio, titubeó y asintió, preguntando como sabía aquello si todavía no había hablado con su hija—. Kara nunca te dejaría que caminaras sola a casa y vosotras no os enfadáis en serio.

—Pues creo que esta vez no vas a tener razón.

—Entonces es que ha pasado algo muy grave, ¿verdad?

—Eliza... yo... no lo sé —susurró mordiéndose el labio.

—¿Qué tan grave ha sido?

—Se estaba riendo de mí... ¡Me había dicho que estaba enamorada de mí! —comenzó a reírse sarcásticamente, intentando que no le dolieran aquellas palabras.

—Y tú no le has creído, ¿verdad? —preguntó con simplicidad y Lena asintió.

Se detuvo en seco con el ceño fruncido al escuchar la suave risa de la mayor. Sabía perfectamente de que Eliza le estaba intentando decir algo, pero no lo encontraba con exactitud. Se quedó en silencio y la mayor de las Danvers volvió a hablar al notar que la pelinegra solo respiraba con dificultad.

—Lena, cariño... Kara siempre ha estado enamorada de ti.

«No... no... no puede ser. Sam, mi madre, Lex, Kara... ¿Tú también?», pensó volviendo a caminar más rápido.

—Eliza... avísame cuando Kara llegue. No quiero que estemos peleadas antes de irnos.

No dejó a la mayor contestar. Colgó rápidamente, furiosa y con lágrimas en los ojos. No podía creerse lo que estaba escuchando. Ella pensó en por qué Kara se había tomado tantas molestias en hacer creer a todos que la rubia estaba enamorada de ella solo para que ella dijese que estaba enamorada de la rubia. Había llegado demasiado lejos, como lo suele hacer Kara, pero una cosa sí sabía: no quería perder su amistad por un enfado tonto y sabía que Kara se había enfadado por insultarla. Quería arreglarlo a pesar de estar más enfadada que nunca.

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—Cariño... —llamó Lillian entrando por la puerta y Lena se irguió en la cama.

—¿Ya ha llegado Kara? —preguntó enfadada, pero sus facciones se relajaron cuando vio la hora: las 2:22 de la madrugada—. ¿Cuánto tiempo he estado leyendo? —se preguntó a sí misma.

Miró el libro sobre su cama con el ceño fruncido. Había estado intentando leer y pasar páginas por lo menos dos horas, pero Kara siempre pasaba por su mente fugazmente. Estaba preocupada; pensó que Kara había llegado demasiado lejos como para estar en vilo, pero luego recapacitó que posiblemente ella se había pasado con la discusión. Levantó la vista y miró a su madre con lágrimas en los ojos.

—¿Mamá? —preguntó asustada llegando hacia ella. En cambio, Lillian la rodeó por los hombros y se sentaron en la cama—. ¿Qué te pasa? —preguntó, pero su madre simplemente cogió sus manos sin parar de llorar—. Mamá, ¿qué pasa?

—Cariño, por favor, q-quiero que estés lo más calmada posible.

—No me pidas que me calme cuando estás llorando y me pides que me calme.

—Kara ha sufrido un accidente —soltó sin más.

Vecinas incontrolables | SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora