21. Mil pedazos

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Cuando Alba se despertó al día siguiente la marcha de Natalia todavía estaba reciente. El olor a sándalo se negaba a desaparecer y no podía borrar de la mente el recuerdo de una amarga noche escuchando, entre lágrimas, las canciones más tristes de la historia. De algún modo parecía ser un poquito menos ella.

Se levantó pesadamente y después de hacer una visita frugal al baño y vestirse con lo primero que pilló del armario se deshizo de todo lo que quedaba de los últimos días. Al tener recogida la casa y la cama hecha se sintió un poco más en calma. Pero entonces miró directamente a la mesilla de noche y su mirada decidió que no podía moverse de aquella foto en blanco y negro. Resopló algo triste, se acercó a ella y, después de cogerla entre las manos y acariciar el cristal con cuidado dedicándole una sonrisa melancólica, la metió en el cajón de la mesilla de noche.

Bajó a la tienda y le dio la vuelta al cartel que colgaba en la puerta. Echó un vistazo a su móvil y vio que Natalia la había escrito, pero no llegó a leerlo. Lo guardó en el bolsillo y se puso detrás del mostrador.

Ali llegó a media mañana y en cuanto puso el primer pie en el local supo que algo no iba bien, como ya se imaginaba. Alba llevaba un chándal en el que incluso podía ver alguna mancha, el pelo con el mismo moño con el que probablemente había pasado la noche y unas ojeras hasta el suelo. Se acercó a ella con gesto de preocupación, porque no era habitual ver la pena reflejada en la rubia como lo estaba haciendo ahora, y aunque sabía que su amiga iba a estar mal aquel día, no se esperaba que fuera a estarlo tanto.

- Ey, ¿estás bien? - preguntó con una sonrisa a medias.

- No.

- ¿Es por Natalia?

- No, Ali, es porque hace frío – dijo sarcástica y visiblemente enfadada.

- Alba, tranquila.

- ¡Pues claro que es por Natalia! - respondió resignada - Absolutamente todo es por Natalia.

- Pero, ¿ha pasado algo? ¿Pasó algo ayer?

- Pasó lo mismo que pasó en septiembre, que se fue, ¿qué preguntas son esas? 

- Pero que se iba a ir lo sabías ya cuando llegó. Sabías que venía unos días y que volvía a su casa, Alba.

- Lo que no sabía era que iba a pasarlo tan mal cuando se fuera.

- También lo pasaste mal en septiembre, no pasa nada, es normal.

- Si pasa, ¿sabes lo que hice ayer cuando me metí en el coche? - preguntó la rubia cuando ya empezaba a quebrársele la voz - Me puse a cantar a gritos All by myself, como si fuera una puta loca y sin poder dejar de llorar - cosa que al parecer estaba a punto de volver a pasar - y me pasé así toda la jodida noche, Ali, ¿cuándo coño me has visto a mi hacer esas cosas? ¿¡Cuándo joder!?

No pudo contenerse más y se echó a llorar. A llorar de esa forma incontrolable, como cuando te rindes a tus sentimientos y te das cuenta de que no puedes dejar que te coman por dentro, que tienes que dejarlos salir.

- Rubia... - se lamentó Ali rodeando el mostrador y llegando hasta ella para intentar reconfortarla con un abrazo.

- Esto es una mierda, joder - se quejó entre sollozos la rubia, con la cara sobre el pecho de su amiga.

- Pero, Alba, es como la otra vez. El día que se fue estábamos igual, tú te echaste a llorar, yo te abracé... se te terminó pasando y se te pasará.

- Pero no es igual.

- ¿El qué no es igual?

- Pues lo que siento, no es lo mismo.

SIETE DÍAS EN COPENHAGUE // ALBALIAWhere stories live. Discover now