Day 5: ¿Mariposas?

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Corrió del despacho al lavabo. Una clavada en el pecho, una fuerte tos y... gotitas de sangre en la loza blanca del lavabo. No le dio mayor importancia, de seguro era nada grave, durante su entrenamiento en Rusia había pasado por cosas peores, se dijo, al igual que siempre. Sin embargo, no era la primera vez que escupía gotas de sangre y, con el pasar de los días, la situación iba de mal en peor. Ya no solo eran un par de gotas sin importancia; ahora escupía sangre cada vez que aquel molesto ataque de tos se apoderaba de é. Sangre y tiras de algo sólido. Aquello no era normal, pero ni una nimiedad comparado a su entrenamiento.

Cuando estaba en comisaria su cuadro parecía acrecentarse, hasta que un día le pareció que, aquellas tiras sólidas que escupía, parecían ser pétalos de flores. ¿Pétalos? ¿Cómo cojones iba a estar escupiendo pétalos de flores? Una vez más, le restó importancia o, mejor dicho, no se convenció de que aquello le estaba ocurriendo a él.

Gustabo y Horacio habían comenzado a trabajar para Conway. No estaba del todo de acuerdo con ello, pero si esa era la decisión del Super, entonces debía acatarla y cumplirla. A partir de ese momento les vio con mayor frecuencia en comisaria, cada día o día por medio. Veía muchísimo más seguido al crestita que no dejaba de buscar ponerle incómodo, que si Comisario Bombón, que si algún chiste sexual. Esa mañana llegaron para informar a Conway, pese a que normalmente lo hacían por la noche.

—Buenos días, Volkov. —dijo tan alegre y coqueto como siempre.

Privet, Horacio.

—Hoy luce muy guapo. —agregó con aquella sonrisa inocentona, como de niño, pero llena de picardía.

Un fuerte dolor le atravesó, seguido de la comezón en el interior de su pecho. El aire le faltó. Comenzó a toser, otra vez, de manera compulsiva. Se cubrió la boca con la diestra cuando, de repente, sintió el tibio líquido escurrirse entre sus dedos y bajar por la muñeca. ¡Comisario! Oyó a uno de los alumnos que se encontraban en el lobby. Con la mano izquierda le hizo callar y se movió, tan rápido como pudo, hacia los lavabos, dejando a todo mundo desconcertado.

Echó el agua a correr y se miró la mano. Una camelia, completa, estaba sobre su palma ensangrentada. La tos volvía a él y vio, poco a poco, cómo caían capullos maduros de flores en el lavabo, siendo arrastrados y enjuagados por el agua. Había oído tan solo una vez en su vida aquella historia, cuando aún era pequeño y vivía feliz, sin saber de dolores ni del mundo. Su hermana le contó que, en el lejano Japón, cuando las personas sufrían un amor que creían unilateral enfermaban de hanahaki. En el pecho de aquellas personas comenzaban a crecer flores, llegando a escupirlas por la tos. Era una enfermedad que, si no se trataba a tiempo, podía ser mortal por el dolor y las heridas internas que podía causar.

Se miró al espejo y vio su rostro manchado de sangre. Sonrió compadeciéndose de sí mismo. Horacio era un hombre que jugaba la vida de manera libre, como él mismo jamás podría hacer. Aquel hombre era fiel tan solo consigo mismo, viviendo siempre libre y sin ataduras. Le envidiaba. Le hubiera encantado poder vivir de esa forma, pensaba mientras se veía al espejo e intentaba enjuagarse el rostro. Pero más le hubiera gustado no sentirse de esa forma respecto al cresta. Su envidia se mezclaba con la admiración y, sin siquiera notarlo, con un impensable afecto. Debería buscar a un médico para solucionar aquella situación, pensó.

—¿Volkov? —la voz de Horacio al otro lado de la puerta. —¿Volkov, se encuentra bien?

No podía responder, el pecho se le apretaba del dolor. Los deseos de toser volvían. Se puso en cuclillas frente al lavabo. Le resultaba imposible estar de pie.

—Volkov, quiero que sepas que... para cualquier cosa estoy contigo... Estoy aquí para ti. —notó un tono extraño en su voz, ¿acaso sonaba más dulce? ¿o acaso era mucho más amable? No sabía decirlo, pero el dolor en su pecho se hacía cada vez más intenso. —¿Volkov? —le oía, casi, a lo lejos. —¡Volkov! —abrió la puerta con brusquedad.

El ruso estaba a punto de desmayarse, pero las cosas cambiaron cuando el cresta se le acercó, con genuina preocupación, y le sostuvo para no caer. Detrás de él le pareció ver unas mariposas. Algunas pocas que buscaban las flores que acababan de salir de su garganta. El pecho se le aligeró. El dolor ya no era tan intenso. Las mariposas le rodeaban. Sonrió.

—¿Estás bien, Volkov? —fue lo último que oyó antes de caer desmayado.

Tras aquel episodio, Conway le obligó a ir con un médico. No podía ser que el comisario más imponente de la ciudad anduviese por allí escupiendo sangre y desmayándose. Por suerte el episodio había ocurrido en comisaria, dijo, pero de haber sido en la calle o en medio de un operativo... Probablemente la historia sería otra. Y tenía razón, siendo comisario, no podía permitirse enfermar de esa forma o sería presa fácil para las mafias.

El médico confirmó que aquello se trataba de hanahaki, que afectaba a un porcentaje muy muy pequeño de la población mundial. Eran casos hiper extraños y que, lo único que podía vincular a un caso con otro, era la extrema sensibilidad frente al primer amor. Le explicó que existía un único procedimiento para sanarle: la extracción total de la fuente del hanahaki, pero que al hacerlo, existía un 99% de probabilidades de que el paciente perdiese toda capacidad para enamorarse otra vez. Siendo quien era él, aquello era un daño colateral sin importancia. Realmente jamás había estado en sus planes tener algún tipo de sentimiento romántico para con nadie, simplemente se había vuelto incapaz de hacerlo... hasta ahora. Decidido, agendaron la cita para el procedimiento lo más pronto posible. Realmente no habían dudas sobre lo que había decidido. Se repetía a sí mismo, como si fuese una suerte de mantra, que realmente no necesitaba de aquello, que el daño colateral era mínimo. 

Cada día le resultaba más difícil respirar y hacer su trabajo con normalidad, cada día debía ir, al menos una vez por jornada, al lavabo para escupir aquellos capullos de camelia que, cada vez, estaban más y más maduros.

Aún encerrado en el cubículo del baño de comisaría, oyó la puerta de entrada abrirse y las voces de Gustabo y Horacio entrar. Una puntada en su pecho.

—¿Crees que Volkov esté molesto conmigo? ¿Debería dejar de bromear tanto y tomarlo más en serio?

—Si Volkov estuviese molesto contigo, te lo haría dicho en seguida. Él no es el tipo de personas que deja pasar las cosas.

—Sí, es cierto...

—¿Recuerdas cuando le dije un cumplido y me mandó a tomar por culo? —dijo entre carcajadas.

—Sí, sí... —respondió con tranquilidad y voz risueña.

Silencio.

—Cómo te gusta Volkov, ¿eh?

—Me encanta...

El dolor en su pecho se desvaneció. Aparecieron un montón de mariposas a su alrededor, posándose algunas en sus hombros y otras en sus manos. Un grupo de mariposas intentaba acercarse a las flores, recién florecidas, que flotaban sobre el agua enrojecida del inodoro. Su pecho ya no dolía. Podía respirar con normalidad.

—¿Y estas mariposas? —el reclamo de Gustabo le distrajo. —¿De dónde coño han salido?

—¡No las mates!

—¿Por qué?

—Son lindas... —guardó silencio, como si quisiera decir algo, pero no se atrevía. —¿Si te cuento algo, prometes no burlarte?

—Lo prometo.

—Vale. —tomó aire y confesó: —Cada vez que pienso en Volkov, aparecen mariposas de la nada.

Gustabo se aguantó la risa.

—¡Vaya, qué poético...! —dijo mientras se esforzaba en contener la risa. —Venga, vamos a hablar con el viejo ya o se nos escapa.

Oneshots VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora