[+18] Los aretes de un punk

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Podría jurar que nunca había visto a Horacio hablar con tanta vehemencia. Estaba sorprendido, pero ¿cómo no estarlo? Esa misma mañana había sido la primera vez que escoltó a Conway en su reunión con el informante que él desconocía. Fue toda una sorpresa descubrir que Horacio y Gustabo seguían trabajando para el bando correcto, especialmente después de detenerles y apresarles. Aunque no quería admitirlo, sintió cierto alivio al ver a Horacio bajo estas condiciones.

—¡No, ahora te callas tú! —la voz suave de Horacio ahora se encontraba llena de rabia. En verdad se trataba de un problema personal con Brown, pensó. ¿Cómo? Lo apuñaló... a un compañero... El cresta sonaba vehemente y convencido de cada palabra de decía, pese a que estaba declarando haber cometido un delito siendo policía contra otro policía. En verdad no comprendía cómo funcionaba la cabeza de Horacio. —¡Lo hice por Gustabo! ¡No podía dejar que tumbaras a mi familia como si nada, y mucho menos porque faltaste a tu palabra como una rata! —probablemente él habría hecho lo mismo por su hermana, pensó.

De repente, mientras veía cómo Horacio vociferaba contra Brown y admitía que haberle apuñalado no estaba bien, notó un suave destello desde dentro de la boca del cresta. Fue rápido, casi imperceptible, pero logró verlo. Un destello, luego otro cuando abrió un poco más la boca. ¿Acaso...? Otra vez. "¡Rata!". Sí, se había hecho un aro en la lengua.

Se aclaró la garganta, movió la cabeza esperando oír el clack del cuello. Se había puesto inquieto. Algo le incomodaba. Se cruzó de brazos. Se tocó el rostro y acarició la barbilla para, finalmente, cubrir con su mano su boca. Michelle le miró. Intentó calmarse, probablemente estaba siendo demasiado evidente. Pero evidente de qué. Algo le inquietaba, estaba claro.

Volvió a tomar su posición normal, apoyando las manos en el cinturón.

Joder, no podía dejar de mirarlo. Nunca había estado con nadie que tuviese un arete en la lengua... ni en ningún lugar. Si tenía uno en la lengua probablemente tendría aretes en algún otro sitio. ¿Tendría uno en los pezones? El brillo de los aretes en sus orejas le distrajo. ¿Y si tenía un par en el pecho serían de acero o tendrían brillos? Probablemente tendrían brillos, muy al estilo de Horacio. ¿En uno o ambos pezones? Conociéndole, de seguro que en ambos. La piel del pecho la tendría ligeramente más clara que el resto del cuerpo, ¿no? Y con una fina capa de vellos en el centro. Lo vio sonrojado, con los ojos brillosos, mordiéndose el labio mientras él lamía el pezón con el arete brillando. Le habría gustado verle excitado alguna vez, pensó en medio de la reunión. Volvió a aclararse la garganta. Michelle notaba algo raro en él. Intentó calmarse, alejar esos pensamientos de adolescente de en medio de la reunión. Pero simplemente no podía. Cada vez que Horacio decía algo podía ver el sutil destello del aro, e inevitablemente, comenzaba a pensar en las curiosas sensaciones que daría una oral con ese juguetito.

Horacio era mayor, pero se comportaba como un crío, a veces. ¿Qué tan experimentado estaría? ¿Qué tipo de sexo le gustaría? Era tan versátil que encajaba bien en cualquiera, incluso siendo activo o pasivo. Podía imaginar cogerlo suavemente, en la clásica del misionero, llenándose de besos y abrazos. También podía verle en cuatro, tirándole el cabello, oyendo los fuertes gemidos y el choque brusco de la piel húmeda. Podía verle completamente sumiso, así como también más dominante, sentado sobre él y moviéndose a su antojo. Cruzó miradas con Horacio. Giró los hombros hacia atrás en busca de enderezar la postura. Debía disimular.

Sin darse cuenta, la discusión había llegado a su fin. Brown dejó el despacho y un profundo silencio se extendió. Necesitaba salir de allí, mojarse la cara y alejar esos pensamientos, pero no era el momento. Michelle, al notar otra vez la casi imperceptible inquietud de Volkov, se mueve de sitio y, al paso, le da un pequeño codazo al ruso. O se calmaba, o arruinaría toda la reunión, asumió que era el mensaje de la jefa.

Se acomodó en su posición, un poco más cerca de la mesa y fijó la mirada en los lapiceros del escritorio. No volvería a mirar a Horacio a no ser que fuese completamente necesario, se dijo.


Oneshots VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora