Capítulo 5: Recibimiento

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En algún momento del recorrido he debido quedarme dormida. Porque el sonido de dos portones de madera maciza me despierta de golpe. Abro los ojos con los pulmones vacíos y me toma unos segundos volver a respirar, encuentro que además de un horrible dolor en la nuca causado por la gargantilla metálica del vestido, puedo como peso muerto a mis extremidades a punto de llegar a su límite. Al momento que el carro atraviesa los portones, soy incapaz de dar razón sobre donde estoy o el tiempo transcurrido en el recorrido desde el instituto; nunca he visitado los Jardines —el sector asignado a los nobles—, mucho menos la residencia de mi prometido.

Resignada, escucho como el portón se cierra justo después de ser atravesado. Sin levantarme miro a través del cristal más próximo; a unos cien metros desde la entrada el camino está iluminado. Cuando mis ojos se adaptan, veo casas blancas separadas de la vía por amplios porches. Son pequeñas construcciones rectangulares más altas que anchas, contorneadas en la parte superior por impecables cortes rectos en las aristas y como marco de simétricas ventanas cuadradas divididas en dos los niveles; de su impoluta pintura solo las puertas en madera caoba resaltan, ni siquiera las salientes de fibra de vidrio, que cubren un área de garaje, se tiñen de algún color vivo. Por fuera los verdes cubiertos de césped corto recubren el terreno libre. Cada casa está a unos 15 metros una de otra, separadas por vallas de vidrio y metal de menos de un metro de altura. Reconozco este tipo de construcción, es el tipo de vivienda más usual para los comunes acaudalados, aquellos alejados de los más económicos rascacielos, yo solía vivir en una. Esta no es la mansión para un noble, mucho menos para un ducado.

Aunque cada casa tiene una luz encendida sobre la entrada, de las ventanas solo emana oscuridad y son en vano mis esfuerzos por captar algún sonido distinto al del vehículo. Frunzo los labios al suponer que las viviendas están desiertas. Cambio de dirección para buscar detalles en la parte de atrás, es entonces que soy consciente de cómo el alumbrado se apaga al ser dejado atravesado por auto. Mi corazón se acelera mientras la oscuridad crece y la noche lo devora todo, detrás. No tardo en notar que el final de la calle se cierra en una bahía, la casa enfrente es la única iluminada desde su interior y bajo su techo en fibra de vidrio, en la zona de parqueo, un carro rojo espera. El vehículo disminuye la velocidad hasta estacionarse allí y, de inmediato, la puerta del auto se abre.

Me congelo ante la modesta construcción, pero al final me las arreglo para bajar del auto sin arruinar mi apariencia. Con la mitad de mi cuerpo fuera, veo de soslayo una sombra acercarse. Una nueva descarga de adrenalina fuerza mi cuerpo a dejar de temblar, de un solo paso estoy en mitad de la calle, las puertas del carro se cierran y las luces interiores se apagan en respuesta. Contengo el aire al encontrarme abandonada en la oscuridad. Todo ha sucedido tan rápido que aun sostengo tela entre mis dedos. Vuelvo a respirar al identificar la silueta a contraluz de mi prometido, cuyo rostro permanece oculto por las sombras.

—Acércate —Me invita extendiendo su mano—. Has tardado más de lo previsto en llegar.

La oscuridad alrededor me intoxica, los labios me tiemblan. Con dedos entumidos camino hacia él y agarro su mano. De cerca, su expresión estoica me recibe de golpe.

—Lamento el retraso —murmuro, los ojos fijos en él—, pero, le busqué por todas partes, antes de...

Revisa la sortija de metal sobre mi dedo, luego, suelta mi mano.

—Pasa. La noche está fría y hay temas más importantes que tratar.

El camino de piedrilla entre la acera y la entrada tiene unos cuatro metros, distancia suficiente para incrementar la presión en mi pecho hasta inmovilizar mis músculos faciales. Él es mi primer acompañante fuera del instituto, y aunque debería calmarme, enfrentar la expresión de amargura en su rostro solo logra indisponerme más.

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