Capítulo 55: Al final del camino

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—Huele a que estamos cerca de casa —digo, hundiendo mi rostro en la tela de su pantalón.

El reconfortante aroma del aire fresco, la vegetación salvaje y la embriaguez de oxígeno son fáciles de distinguir desde que Magdala me enseñara la diferencia. Para mí ese es el olor del hogar.

—¿Casa? —murmura Máximo.

No estoy segura de cuándo comencé a considerar a mi jaula un hogar, pero puedo imaginar las reacciones de todos si lo dijese en voz alta. Magdala de seguro se burlaría de mí, Caesar pensaría que me estoy ablandando, Elora estaría emocionada al suponer que me estoy adaptando, mi hermana envidiaría la buena vida que llevo y mis padres, supongo, se alegrarían al saber que me gusta el lugar en que vivo. Vivía. Todos tendrían algo para mí, si la vida pudiese seguir como hasta ahora. Si yo fuera solo una chica que se casará con un noble de seguro habría logrado adaptarme, soy buena en eso. Pero en este punto no queda más que el dolor que he causado y del que huyo.

Incluso mi relación con Máximo sería distinta, de seguro no habríamos pasado de un corto saludo en las noches antes de dormir. Aún me sorprende como pasó de ser un completo desconocido a ser mi único apoyo, de dejarme arreglármelas por mí misma a consolarme con palmaditas en la cabeza. Pensar que hace pocos meses no podría imaginarlo permitiéndome pasar mis penas recostada en su regazo. Menos huyendo conmigo o tomando el lugar de Caesar a mi lado. Aun cuándo me he sentido traicionada tantas veces soy capaz de entender sus motivos, no puedo ver través de él, pero puedo manejar su amor y dedición a Magdala, más ahora que siento el peso de ser tratada con preferencia. Daría mucho por cambiar mi lugar, pero no lo daría todo: no cambiaría mi vida por la de Caesar, no soy tan valiente, no tan buena.

—No merezco ni vivir —digo, ahogada de nuevo en llanto.

Me estremezco entre sollozos, lloro a gritos. Me odio a mí misma por mis propios pensamientos, por no querer compartir nada. Por no arrepentirme.

—¡Yo solo quiero vivir! ¡Yo solo quiero una buena vida! —grito contra las piernas de Máximo. Mis palabras se enredan con mi lloriqueo—. Solo quería vivir. No es mi culpa, no es mí...

No puedo completar la frase. Quiero que desaparezca el dolor, que se esfume con mi propia conciencia, pero no merezco tanto. Mientras me intoxico en tristeza, una alarma suave se activa, regresándome al mundo de los fugitivos. De reojo confirmo la hora y un par de segundos después la voz de SIS se escucha. Máximo acaricia mi hombro, escucho su corazón acelerarse.

—Mensaje privado para el señor ¿Desea reproducirlo ahora?

Ambos sabemos de qué trata el mensaje, así que Máximo autoriza la reproducción de inmediato. Las luces frontales se atenúan. Atrás nuestro la iluminación se fortalece. Máximo activa el piloto automático introduciendo un pequeño cambio de coordenadas y me levanto de su regazo para permitir que las sillas giren, pero me tumbo de nuevo cuando están completamente ubicadas.

En cuanto estamos en posición, SIS inicia la reproducción de una grabación audiovisual. La imagen se mueve un poco por el suelo, antes de que un rostro la ocupe. La persona en primer plano es Alecto, cuya imagen revela las inclemencias del viaje con el sudor bordeando su rostro y escurriéndose por su cuello. Cuándo habla su respiración es entrecortada, le falta el aire mientras camina al grabar. Sus primeras palabras son para confirmar que él y Magdala están a salvo. Máximo corrobora que nadie note su ausencia y sigue las imágenes con un tamborileo incesante de su pie, con su corazón desenfrenado. La siguiente toma los muestra abordando la capsula que los llevará a Pacifica. Noto que el sol aún no se pone en el puerto de fondo, mientras el inexpresivo rostro de Magdala llena la proyección, un rostro que se parece mucho más al de Máximo ahora que le falta vida. El brillo en su ser que alguna vez me cautivó parece haberse esfumado y, sin embargo, los dos lucen más satisfechos que nunca, acompañados por una invisible sonrisa. No se detienen mientras graban, sino que continúan andando, dejando que el sonido en el fondo del agitado océano pacífico se mezcle con lo tosco de sus movimientos. Su viaje parece ir lo suficientemente bien, como para que un mensaje de menos de 30 segundos de por sentado que el nuestro podría tener éxito.

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