Capítulo 1: Decisión

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Dos golpes en la puerta dan por finalizados mis cuatro años de espera, sonrío a pesar de las náuseas y el temblor en mis manos. En cuanto deje la habitación, aceptaré comprometerme con un hombre ocho años mayor al que jamás he visto en persona. Me detengo antes de abrir, a pesar de los nervios, no tengo ningún remordimiento; esta ha sido mi elección.

—Cinco minutos —dice una voz femenina a través del comunicador, reconozco a Zoraida.

Ni cinco días ni cinco años cambiarían mi decisión. Aunque el debate interno, entre la parte de mí que aún fantasea con huir a los brazos de mis padres y la yo racional que sabe que solo un noble puede ofrecerle lo que necesita, nunca se detiene.

Los nobles gobiernan el reino desde que ellos mismo instauraran la monarquía hace doscientos años. No importa cuán avanzados sean sus genes o la superioridad de su intelecto, su incapacidad de engendrar mujeres, así como la prohibición que instauraron sobre la investigación genética, los obliga a reproducirse con comunes, con nosotras. Casarse con un noble te confiere el mismo estatus y te asigna sus privilegios, todo a cambio de dedicar tu vida darle un hijo.

No es como si la idea de atarme a un desconocido no me causara terror, pero saber que nadie ha pasado un periodo de tiempo tan largo como yo, cuatro años desde que ingresara al instituto prenupcial con solo doce; me ayuda a afrontar la realidad de renunciar a mi identidad y encarar los desafíos que unirse a un noble implican.

Los nervios suben por mi espalda, recorren mis brazos para transformarse en un temblor incontrolable en mis manos y en lágrimas apresuradas por salir. El miedo me invade como un demonio voraz y hambriento. Así dejo la habitación. Avanzo con el mentón en alto, en calma, para ocultar cualquier rastro de mis emociones. Si se trata de actuar, soy buena en ello —muy buena—. Lo suficiente para engañar a la mujer que me espera, mi cuidadora.

Los ojos de Zoraida se entornan en cuanto me ve, su aspecto imperturbable se transforma en ameno al recibirme.

—Su pareja ha llegado, señorita —dice, sin sonreír —. Es momento que tome su posición de entrada.

Trago saliva para desatar el nudo en mi garganta.

—¿Soy la última, ¿verdad? —pregunto, con certeza.

Zoraida asiente confirmando mis palabras. Ser la última implica que mi prometido ostenta el rango más alto entre quienes se comprometen en la ceremonia de hoy, pero eso no es una sorpresa. Una sonrisa de satisfacción de dibuja en mis labios. Conocer la identidad del hombre con quien estoy por comprometerme me llena de ímpetu.

Camino por los corredores que me vieron crecer, oculta tras gruesas capas de maquillaje, que disfrazan de mujer a la niña que fui y a la adolescente que soy. Dejo atrás mi infancia, en pro de avanzar hacia el mundo de los nobles; donde mis únicas armas serán una sonrisa encantadora y una voluntad inquebrantable.

En minutos tendré un nuevo nombre, un prometido y un nuevo lugar para llamar hogar. Resbalo mis dedos por la pared tapizada que me ha costado largas noches de llanto aceptar este como tal. Recuerdo el trabajo que me ha costado respetar a las mayores como guía, fingir que disfruto mi posición de prometida o aprender a actuar como una de ellas; y ahora, cuando lo he conseguido, todo quedará atrás.

De repente la imagen de mis padres cruza mi cabeza, no los veo desde mi cumpleaños dos meses atrás, y sus visitas no han superado las diez en todo el tiempo acumulado como interna. Su recuerdo hace tambalear mi voluntad, por un instante deseo dejar esta vida atrás y regresar a mi infancia, cuando no eran señoras nobles quienes me llenaban de regalos y mimos, sino mis padres los que velaban por mi bienestar. ¡Qué no daría por ser una niña de nuevo! preocupada por las clases y atrapada en discusiones sin sentido con mi hermana menor.

Pero las cosas no van a cambiar porque haya otra opción, es más, soy yo quien elijo ignorar esa posibilidad. Todos los contras para seguir adelante con el compromiso palidecen ante mi razón para aceptarlo. Necesito aprender a amar esta vida, porque la viviré.

A solo unos metros de las escaleras mi corazón late incontrolable, puedo sentir las gotas de sudor resbalar y bordear el contorno de mi rostro; bajan despacio por mi espalda, frías y audaces como muestra de mi temor latente. Intento calmarme al pretender que él me espera, fantaseo con su rubia cabellera y rostro familiar. En mi mente sus facciones completan la silueta expectante al lado opuesto de los escalones, con una sonrisa retadora y un nerviosismo igual al mío. Puedo verlo ahí, juro que sí. Una torpe sonrisa se forma en mis labios al pensar que camino hacia nuestro encuentro, con la certeza de su lugar como mi prometido.

Cuando alcanzo el final del corredor paso mis manos por los barandales del balcón, mantengo lo más posible la vista fija en la pared, evito enfrentar el lado contrario y al rostro que me espera, me rehusó hasta el último minuto a perder la esperanza.

En mi cabeza las preguntas forman un torbellino ¿Si aquel hombre desprecia en lo que me he convertido? ¿Lo querré, me querrá? ¿Le amaré? ¿Y él a mí? En mi mente solo el joven de mis fantasías tiene derecho a ocupar ese lugar, solo su rostro figura.

Lleno de aire mis pulmones, preparo mi mente para el encuentro y dejo atrás a Zoraida con una ligera inclinación de cabeza, recorro el tramo restante hasta el primer escalón. Lo conozco todo, desde la altura y número de escalones hasta el tiempo empleado para recorrerlos; cada detalle existe en mi cabeza como mi propio nombre y edad. El salón de compromisos aguarda por nosotros, lleno a reventar por aquellas prometidas quienes han pasado antes y sus familias, pomposo y exuberante, con agua que brota de los envejecidos muros y fluye visible bajo los pies de los invitados, allí una escalera imperial cubierta con una alfombra roja marca el comienzo de mi descenso. Y frente a mí, en el escalón opuesto, mi prometido aguarda.

Un hombre que no es él, pero es quien debe ser.

NobilisWhere stories live. Discover now