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Nos despedimos con un beso en la mejilla, sus cachetes eran caldos y rozados por algunas razón extraña a mi realidad ella era diferente, su postura era más ligera, su forma de mirarme había cambiado de la noche a la mañana, ya no percibía odio en sus ojos, sino cariño y afecto.

Sus pechos estaba más ajustados a su cuerpo , mientras su postura formaba una perfecta silueta, su cabello era más brillante y sedoso, probablemente, tomo la decisión de  demorarse unos cuantos segundo más en el baño, a no ser que su cuerpo hubiera hecho una metamorfosis de cuerpo de niña al de una mujer.

Las clases terminaron en la Universidad, tome mi maleta, metí mi computador en el estuche para cerrar con pericia el cerrojo del maletín, en eso, Philipe se acercó a donde yo estaba, mientras los demás salían del salón.

— Deberíamos ir a Alfa hoy. Me dijo subiéndoselos la cremallera de pantalón.

— Olvidado Philipe, no tengo tiempo para estar en una discoteca.

— ¿ Estas bien, Noah?
— Philipe si tuvo alguna vez importancia nuestra amistad para ti, te espero en el parque de la 93 en frente del restaurante Nitro, tenemos que hablar.

— ¿ Por qué no hablamos aquí?

— No puedo, mi vida esta en peligro, temo no pasar de esta semana.

— Ya estas paranoico Noah

— Estamos en contacto Philipe. Le dije alejándome del escritorio y saliendo del salón.

Esa tarde el corazón no me latía de la misma manera como lo solía hacer, mis pulmones estaban llenos de agotamiento y mis ojos no tardaban en desastarse por el dolor, mis manos pronto  tendrían un ataque de epilepsia. Para escapar de esta casa infernal, necesitaba una cuerda, cinta resistente al fuego, un tanque de gasolina y esperar a que Katherine tuvieran un plan B. Las piernas me vibraban en el interior, mi piel se quebrantaba con el frio de Boston, el ruido de los automóviles en las calles persuadían mi decadencia, mi mortalidad mermaba, mientras mi oido podían escuchar ese entorno exterior lleno de demonios. Caminé por toda la calle doce, pasando por esos restaurantes leables, frescos y olorosos, a lo lejos distinguí una chica familiar, era la muchacha  del restaurante, sospechaba su persecución hacia mi persona, mientras cada uno de los dos nos aproximábamos cada vez más el uno del otro, nuestros ojos se concentraron, después de estar frente a frente ella se detuvo moviendo sus labios. — Disculpa, dijo. Yo continue mi camino, ignorando sus palabras, dejándola detrás de mí, y siguiendo mi camino, siendo certero en esos momento de oscuridad no tengo tiempo para los caprichos de una mujercita. Metí mi mano en  el bolsillo trasero de mi pantalón, tome mi billetera para sacar la tarjeta del SIP, de repente escuché un grito lleno de ira proveniente de la dirección donde había dejado la voz de aquella muchacha. — !El señor Z va disfrutar comérselos!  En eso volteé apresuradamente con la intriga de conocer el humano atrevido de pronunciar tan ignominiosas palabras, pero cuando volví mi vista hacía atrás mi oportunidad se había desvanecido al ver que ninguna personas se encontró por aquellas calles, ni siquiera la mujer fastidiosa del restaurante.

Me preocupaba pensar en que de verdad la locura se había adueñado de mi mente, los hombres en estos días saben sobre esa rara enfermedad conocida como HTC un virus proveniente de las montañas italianas, con alto contenido de materia  negra, produciendo en los animales una descomposición acelerada, causando en el hombre infectado una decoloración en su sangre al color gris claro, perdiendo partes importantes del cerebro, y desconectando preventivamente el tallo encefálico de su cuerpo con su cerebro, está pandemia descrita al menos por los bacteriólogos, disfrazaba un problema enorme para la sociedad en un momento no muy lejano. Organizaciones cómo la OMS la semana pasaba habían sacado un comunicado sobre los posibles componentes del virus, sin embargo nadie tenia certeza de su cura. En eso subí al tren, dirigiéndome en esas calle antiguas de la candelaria al parque de la 93, frenético, congelado y tétrico, aún los carros produciendo ese sonido tan irritante con la bocina, mientras intentaba mirar por la ventana a través de los rayones y polvo incrustados en ella.

En ese bus azul, había dos hombres extranjeros, lo podía percibir por su aroma alejado de la ciudad, y su vestimenta  inapropiada para la fechas de invierno, además ese peculiar olor de costa, fiestero y amigable dejaba en evidencia su región, en la parte superior del bus se encontraba una mujer con su hijo, enseñándole las tablas de multiplicar, desafortunadamente para ella, el pobre muchacho solo se sabia bien la tabla del dos, a mi lado izquierdo estaba una señora mayor, probablemente de sesenta años con un bolso negro  y pelo blanco, unos brazaletes color púrpura, con una abrigo verde de perfume muy caro y rico, estaba leyendo un periódico importante del país en su puesto, finalmente detrás de mi asiento se encuentra un hombre raro, no podía ver su cara la posición en la que me encontraba me dificultaba la visibilidad, tenía un sombrero negro cubriendo  su cara, un jean azul y unos guantes negros parecido al Señor Z los cuales se me vinieron a la memoria después de esa noche sombría, esa sensación de ver una mano con unos guantes negros todavía causaba dentro de mi un escalofrío espeluznante, olía a gasolina por lo que podía percibir el petróleo en su piel, podía sentir como me respiraba al oido como si me estuviera observando, sentía sus pierna moverse por mi espalda, y cada vez  que me asomaba para voltear la cabeza sus ojos me perseguían incesantemente. ¿ Quién era este hombre detrás de mi? ¿ Qué intenciones deseaba? ¿ Por qué la chica del restaurante había pronunciado tan mutiles palabras, mientras  huía de la escena?  Algunas cosas no tenían sentido, en eso la señora mayor transpiro  un descontento con aquella noticia de la revista Times, sobre el Virus HTC, la semana pasada durante el pacto internacional de enfermedades mundiales la mayoría de las naciones demostraron su descontento por el costo de la vacuna y la imposibilidad de llegar en un futuro cercano a ella. Lo que esa mujer de cabello blanco no sabía era que no solamente era el odioso  virus lo que me asustaba sino la venta de carne humana la que probablemente me ponía los pelos de punta. Por supuesto el canibalismo fue una práctica antigua, tolerada por culturas radicales sobre la bendición del cuerpo humano, sus atributos y sabores, entre ellas los indigenas quienes eran parte de comunidades crédulas, entendían que la adoración al cuerpo humano era un dios, quizás un ser perfecto llamado hombre, quien por alguna razón no debía ser comido por el mismo, tampoco me refiero a lo que dijo Thomas Hobbes sobre la critica de la naturaleza del nombre, " el hombre en esencia es el lobo de mismo hombre" sería ilógico pensar que tanto la misma naturales como las esencial fueran contraproducentes, ¿ A caso, los tigres se comen a su misma raza solo por capricho? ¿ O los carroñeros por naturales  toman la decisión de comerse a su camarada sin algún motivo en especifico? Pareciera que la naturaleza fue creada por raza, color y sabor, por lo tanto, ¿ No deberían protegerse, cuidarse y ayudarse las mismas especias en su grupo social, o salvaje por instituto propio? Desear  comer tu propia carne es algo anti natural, probablemente ilógico, estoy llegando a pensar que es un fetiche, tal vez un tabú necio de algunos, lo cierto es que es la primera vez que me siento como un conejo, un antílope  o quizás una baca en el matadero, vulnerable , impotente y desesperado  de mi propia sangre.

— Muy bien, ahora dime la del tres... dijo la madre mientras miraba su pequeño.

Y pensar que mamá quería mi carne, debo ser el primer hijo humano, que su mamá desea comercializar con el cuerpo de su hijo.- pensé mientras miraba la madre.

Estaba ha  dos estaciones del parque,  sentí el motor trastabillando las válvulas   internas, como los cilindros  de escape expulsaban ese humo  semi seco lleno de dióxido de carbono, penetrando las correas de repartición  y recargando líquidos por toda los engranajes, el hombre de atrás de mi asiento, se levantó repentinamente, mi corazón tomó lo que quedaba de adrenalina y la introdujo en mis ojos, pensé en atacarlo si me decía siquiera una palabra, sin embargo solo tocó el timbre saliendo del bus como si nada hubiera pasado.

Era paranoia lo que consumía mi mente, intriga la madre de mis piernas y caos entre mi dedos, necesitaba calmar mis pensamientos, analizar el siguiente movimiento, confrontar mi espíritu y prepárame  para lo peor, cerré mis ojos tan solo por tres minutos me concentre  en los hechos, en la certeza de los  vestigios, calme mi razón y pensé en cada detalle durante esos últimos dos días, fui a lo más profundo de la mente humana, hasta descubrir mi plan y sin darme cuenta ya había llegado a mi estación.

TRES RAZONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora