Cada vez la diferencia entre nuestra estatura se iba haciendo más y más grande...

Era como si un gran danés estuviera guiando a un chihuahua...

Dió un portazo fuerte para cerrar la puerta tras teas da sí y siguió caminando.

"¿Estás sólo?" —le pregunté al darme cuenta de  que lo único que se podía escuchar dentro de la casa, era el eco de nuestros pasos golpeando el piso de mármol; el lugar se veía vacío, lúgubre, y... bastante gris, como si hubiera dejado de tener movimiento hacia algún tiempo: todas las cortinas estaban abajo, y no había una sola luz encendida, a pesar de que decenas de lámparas decoraban todos los muebles y repisas, al lado de veintenas de figuras de cerámica y pinturas con motivos religiosos.

Él ignoró mi pregunta y continúo arrastrándome, hasta que llegamos a una esquina y me soltó.

"Quédate ahí" —musitó de mala gana, y se dió la vuelta para abrir, lo que descubrí, era la puerta del baño de visitas, y luego abrió las puertas de un closet para buscar algo dentro de las cajoneras.

Una toalla.

Lo supe cuando salió volando directo hacia mí, pero tan pronto extendí los brazos para atraparla, lo pensó mejor y alargó su mano para volverla a pescar y arrojarla hacia una especie de banquillo que tenía enfrente—"Primero quítate eso" — se acercó y tiró de uno de los cordones del impermeable para bajarme la capucha, y comenzamos a desabrocharlo juntos.

Así se debían sentir las Barbies y las Bratz cada que jugabas a cambiarles de look, pero como dije: No. Me. Lo. Iba. A. Tomar. Personal.

Debajo, mi ropa estaba también estaba algo mojada. No mucho, pero sí lo suficiente como para hacer que me enfermara.

Genial.

Con mi sistema inmune marca patito, todas las gripes me duraban semanas.

Una vez que me quitó por completo el plástico mojado de encima, lo exprimió con ambas manos, salpicándose los jeans, lo comprimió hasta convertirlo en una bola, usando mucho más fuerza de la necesaria porque supongo que lo usó como para desquitar su coraje sin que nadie se diera cuenta (pero falló épicamente) y lo arrojó hacia atrás, valiéndole un kilogramo de pepinillos, dónde o contra qué se estrellara... y sé que fue contra algo porque lo escuché romperse contra el piso, pero me miro con unos ojos de: Sí te atreves a voltear, te mato.

Y yo quería vivir, así que me hice la tonta.

Después agarró la toalla del banquillo, y me la pasó por los hombros, como si fuera una capa de súper héroe color melón con bordados en punto de cruz (súper heroica, claro que sí), y cuando pensé que por fin se alejaría para darme espacio a que me la acomodara por mi misma, la sujetó por los bordes y me atrajo de un brinco hacia el.

"¿Q-Qué... qué haces?" —unos centímetros más y nuestras narices habrían podido rozar punta con punta. Intenté dar un paso hacia atrás pero no fui rival contra la fuerza de su agarre.

"Sóplame" —ordenó, bajando su cara al nivel de la mía. Un par de ojeras profundas le hacían surcos alrededor de los ojos. Nunca lo había visto así.

"¿Qué?"

"Que me soples... ¿No escuchaste?" —preguntó molesto —"¿Crees que es una gracia que te aparezcas aquí, así, después de lo que hiciste? ¿Qué no tienes sentido común? ¿O una maldita idea de cómo me...?" —pero decidió no terminar esa oración—"Solo sóplame y acabemos rápido con esto"

El día en que mi reloj retrocedió  [Completa✔️✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora