52. Suspensión Activa

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"Pensé que con una segunda oportunidad, iba a poder remendar mis errores, tapar los baches, ser la Mary Sue de mi propio cuento, uno que supuestamente ya conocía. Dar eso por sentado me salió muy caro. Porque ser una Mary Sue implica buscar la perfección... pero yo había llegado a destruir.
Yo había llegado a destruirlo todo."

—Helena Candiani



"¿¡Qué!?"—Damasco se volteó hacia mí con furia y total incredulidad—"Helena... ¿¡Qué?!"—tragó saliva porque su propia voz le había irritado la garganta. Estaba molesto sí, irritado, queriendo arrancarse los pelos de la cabeza... o de la mía. Pero un ronquido que había emitido mi papá, le había bajado lo (solo un poco) los humos—"¿Estás escuchando lo que me estás pidiendo?!"

Miré hacia un costado y comencé a hacer pequeños círculos con la punta de mi pantufla de hospital.

¿Que sí estaba segura?

Pues... no.

A veces ni siquiera estaba segura de quien era o de cómo me llamaba, pero obviamente no le iba a decir eso.

Suficiente tenía con... bueno, con todo. Incluida la lechuza inconsciente que había depositado sobre mi cama como un bultito.

Levanté la vista lentamente, evitando sus ojos.

"Sé que..."—respiré hondo—"Ya sé que suena algo extraño, pero-"—me interrumpió.

"¡Pero NADA!"—comenzó a dar vueltas en el cuarto, como si fuera una bestia enjaulada y se pasó las palmas abiertas sobre la cara, y entre el cabello con exasperación.

"Va a ser muy muuuuy rápido"—le aseguré—"Y tú vas a estar ahí todo el tiempo, lo promet-"—

Se volteó hacia mí con la velocidad de un relámpago y me sostuvo por los hombros.

"¿¡Y yo cómo por qué voy a querer estar ahí?!"—su par de soles ardían con tanta furia que hasta parecían brillar—"No Helena"—se lamió los labios—"Mi respuesta es: No."

"Confía en m-"—

"No."

"¿No confías en mí?" —puse la expresión más dolida y exagerada que tenía en mi repertorio de expresiones faciales. No me gustaba regalarlo así, pero era por una buena causa.

"Heh"—resopló de forma absurda—"Ni se te ocurra intentar chantajearme con esa cara porque no te va a funcionar"—la comisura derecha de sus labios se levantó para crear una media sonrisa repleta de autosuficiencia—"Soy inmune a los pucheros falsos de las mujeres, bonita"—se inclinó, para acercarse a mi oído y bajó voz, fingiendo un secreto— "Y sobre todo a los tuyos. Porque cada vez que dejo que me convenzas con esa cara..."—deslizó sus alargados y varoniles dedos de mis sienes hasta llegar a mi nuca, pescando un cairel que se enrollo entre los dedos —"En fin..."—se lo llevó a los labios cerró los ojos y luego lo soltó y dió un paso hacia atrás. Mi corazón estaba a todo lo que daba —"Ya te dije que no. Así que si quieres llamar a ese imbécil vas a tener que ponerte a hacer señales de humo en la terraza o también puedes afeitarte la cabeza y hacer poses de meditación, como los monjes tibetanos para ver si con eso desarrollas poderes telepáticos"—se alejó y entrelazó sus manos detrás de su cuello hasta hacer que tronaran. Se le marcaron los músculos de la espalda en el proceso—"Tú escoge, pero no te voy a prestar mi celular"—me volteó a ver por encima de su hombro—"Buenas noches"

El día en que mi reloj retrocedió  [Completa✔️✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora