55. La Resistencia

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"Me dijiste que todo lo que yo sintiera a los 16 iba a pasar, que no era real... Y yo te creí. Te creí así como creo ciegamente cada maldita cosa que sale de tu boca.

Pero Helena...

¿Por cuanto tiempo más voy a seguir viviendo en mis dieciséis?"

—Alan Belmont Garcés Chevalier


"Hola..."—lo miré por debajo de la capucha del impermeable empapado que llevaba puesto. Era color: verde-mírame-a-fuerzas, porque se supone que eso reduce el riesgo de que te puedan atropellar si andas en bicicleta—"¿Puedo pasar?" —hice sonar la campanita del manubrio por accidente.

Él se quedó congelado a la mitad de su pórtico, sosteniendo un paraguas azul marino con una mano, se veía sorprendido, perplejo, como si hubiera estado esperando de todo excepto verme ahí.

Bueno, la verdad yo también estaba sorprendida de estar ahí.

Me acerqué un par de pasos y me di cuenta de que se veía extraño... Traía puesto uno de esos sweaters que tanto solía usar, de cuello "V" color rojo quemado, seguramente cashmere, pero a diferencia de sus clásicas camisas o playeras polo, no traía nada debajo, porque se le alcanzaba a ver el inicio de la línea de su clavícula. Y a decir verdad, se veía demasiado desaliñado como para ser, bueno... él.

También vestía un par de jeans claros; deslavados y arrugados, sin ningún cinturón a juego, y ni siquiera parecía estarle importando el hecho de acabar de sumergir la mitad de sus zapatos justo en medio de un charco.

"¿No tienes frío Garcés?" —le pregunté con genuina curiosidad, pero terminé carraspeando los dientes. Yo sí que me estaba congelando, y eso que traía tantas capas de ropa encima como para que pudieran confundirme con una pelota humana... Y encima, el aire de la tormenta no estaba teniendo piedad.

"¿Tus padres saben que estás aquí?" —la clásica vena verdosa que se le abultaba cada que se enojaba, se le marcó en el cuello.

Me encogí de hombros:

"¿Si te digo que sí me vas a creer?"

Frunció mucho más el ceño y sé que estuvo a punto de decirme un montón de cosas ahí mismo, pero al no ser capaz de decidirse por cuál de todas decirme primero, terminó cerrando la boca y soltó un suspiro hastiado sin dejar de mirarme.

Bueno. No esperaba que me arrojara un montón de confeti al verme, así que hice mi mayor esfuerzo por no tomármelo personal.

Acto siguiente; aventó el paraguas al piso, se aproximó a mí en dos pasos, me sujetó de la muñeca, y le ordenó a su chofer y a una de sus sirvientas, que se llevaran de inmediato a limpiar mi bicicleta y que después la acomodaran en la cochera: "Junto a todas las demás", dónde sea que fuera eso. Ellos acataron las órdenes y comenzaron a moverse como hormiguitas.

Y yo lo seguí con la docilidad de un perrito regañado, porque llevarle la contraría en ese momento solo habría servido para que esa vena furiosa terminara de hacer erupción y se pusiera a discutir ahí mismo, mientras el cielo nos convertía en una sopa, la diferencia es él sí tenía ropa para cambiarse y la mía estaba como a dos horas en bicicleta de ahí...

Así que: '¡Actúa inteligente Helena! ¡Actúa inteligente!'

Cuando subimos  las escaleras de su pórtico, me costó mucho más seguirle el paso y estuve dos o tres veces, a punto de tropezar, pero al final me las ingenié para coordinarme.

El día en que mi reloj retrocedió  [Completa✔️✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora