19. La casa del monje

8K 2.2K 506
                                    

Entre jalones y empujones fui a dar más de una vez en medio de cúmulos de arrayanes, montones de ramas secas, y también caí sobre las gruesas raíces de los abetos rojos con que habían decidido rodear aquel inmenso campo de golf justo por las orillas, como enmarcándolo con fines estéticos, no obstante y sin previo aviso, estos habían logrado romper la capa de pasto fino que resignada, había retrocedido un par de metros de cada ejemplar, dejando en claro su derrota ante tan obstinada rebeldía.

Los gritos emocionados de los niños me ensordecían y estoy segura que de no haber sido por el cóctel de adrenalina del que todos nos habíamos embriagado unos minutos antes, me habría percatado del ardor que sentía gracias a las finas pero múltiples cortadas a lo largo mis brazos y sobre las palmas de mis manos.

Alan me miró como si dentro de sus pupilas estuvieran explotando un montón de fuegos artificiales, con una expresión ofuscada por un sinfín de emociones contrarias que peleaban una guerra dura dentro de su cabeza.

Por fin habíamos llegado al jardín trasero de la famosa casa del monje, un jardín que destacaba por encima de todos gracias a su total ausencia de vida, dejando tan solo los cascarones de un montón de plantas que hacía muchos años clamaron piedad al verse privadas de todo cuidado humano que no habrían necesitado si aquel que las puso ahí jamás las hubiera arrancado tan despiadadamente de su habitat natural, solo por decorar un jardín.

El cielo estaba pintado de rojo, como pidiéndome que parara esta locura, pero yo estaba más resuelta que nunca. No podía seguir pretendiendo que nada pasaba a mi alrededor sabiendo qué tal vez podía hacer algo... eso me carcomería la cabeza hasta matarme.

Y los gritos de cierta forma me lo recordaban...

"¡Aviéntala adentro!" —gritaba la voz de Deimos con una emoción descontrolada como si un fuego feroz le estuviese abrazando la garganta.

"Nunca va a poder salir si hacen eso jiji..." —susurraba Verónica lo suficientemente alto como para que la escucháramos y lo bastante bajo como para que lo tomáramos como un comentario accidental que a todas luces no lo era.

"¿Ya viste su cara? ¡Se muere de miedo!" —gritó Fobos con orgullo mientras intercambiaba gestos con Deimos y se aproximaban codo a codo hasta casi topar sus narices contra la reja.

Fobos y Deimos hicieron el famoso pie de ladrón para hacer subir a Alan, que no dudó ni un solo segundo en hacerlo, y una vez arriba me alzaron con brusquedad, cuál muñeca de trapo, para que él me tomara de un brazo y jalara de mi hasta ponerme a lado suyo.

Curveó un poco sus labios.

"¡Ya aviéntala!" —gritó Fobos mientras le arrojaba una pequeña Piña seca directo al hombro.

"A ver si así aprende su lugar..." —refunfuñó Xiomara mientras era víctima de un ataque de risas junto con Patricia Antúnez.

Alan sonrió aún más, los gritos y las ovaciones parecían hacerle hervir la sangre. Como si fuese algo a lo que estaba acostumbrado pero que no había sentido hacia mucho tiempo; tan parecido a una recaída en las drogas.

"¿Últimas palabras... moco?" —me preguntó agarrándome del brazo aún con más fuerza, como advirtiéndome que me tomaría de ahí para aventarme.

Sonreí un poco también, más para mí misma y le regresé una mirada desbordante de valentía ciega.

"¿Quieres hacer algo por mí?" —le pregunté arqueando una ceja, sin más ánimos de seguir con mi acto de pánico fingido —"Bien... entonces reza por mi como lo haces por esa pobre gente a la que visitas y nunca más vuelves a ver... vamos a ver si realmente sirve de algo" —le contesté aprovechando el breve desconcierto que mis palabras siempre le causaban, para soltarme de su agarre y deslizarme yo misma por la reja.

El día en que mi reloj retrocedió  [Completa✔️✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora