3. Abigail

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Abi se quedó escuchando atentamente a Carmen. Se dio cuenta que sus ojos brillaban con mucha intensidad y creía que era porque estaba contando su historia.

Se acercó una mujer que trabaja allí, Fabiana, a preguntarles amistosamente, qué andaban haciendo.

—Carmen nos estaba contando algo —respondió Valeria.

—Ah, ya sé qué historia debe ser —Abi vio que le guiñó un ojo a Carmen—. ¿Cómo estás?

—Muy bien —respondió Carmen—. Mejor que nunca.

—Bueno, me alegro. Odio tener que interrumpir tu historia, pero tengo que llevarme a las chicas.

Las tres fueron a la cocina. Abigail le comentó que Carmen parecía una señora muy simpática y buena.

—Sí, sí, así es ella —respondió Fabiana—. Lo que a mí me preocupa es su salud física y mental. Últimamente está teniendo mucho dolor en los huesos, en sus articulaciones... cada vez le cuesta más levantarse, caminar, sentarse. Es muy cabeza dura y orgullosa, no quiere aceptar nuestra ayuda. Cree que todavía tiene que hacer las cosas por su cuenta —notó esas características en Carmen al haberla escuchado unos minutos antes. Sentía que todavía tenía que probarle su valía a alguien, pero ¿a quién? —Conozco a Carmen de años y sé que odia verse así. Escuché la historia de ella con Irene, la misma que les debe estar contando a ustedes, y bueno... digamos que ella tiene muy presente quién fue. Por eso también me preocupa su salud mental, sé que la debe estar afectando esto. Se siente impotente —hizo una pausa y luego continuó—. Cuando llegó acá, contaba sin vergüenza esa historia. A mí y a mis compañeras no nos importaba, pero se ve que a muchos pacientes de acá sí porque escuché cómo hablan de ella cuando no está. Cuando Carmen los escuchaba se ponía triste o muy de mal humor. Ella... se siente sola. No viene nadie a visitarla.

Abi se dio cuenta que se sentía un poco mal por Carmen. Acababa de conocerla y le cayó muy bien: admiraba lo segura que era y la fortaleza que aparentaba. Era alguien con quién seguiría hablando.

—¿Nadie? ¿Y cómo llegó acá? —preguntó Valeria.

—No, no viene nadie —observaron que Fabiana iba a seguir hablando, pero una compañera suya la llamó y se fue.

Valeria y Abi se quedaron un rato en silencio hasta que se acercó una mujer que trabajaba allí.

—Perdón, justo escuché lo que estaban hablando y, por lo que tengo entendido, una vecina trajo a Carmen acá.

Cuando salieron de trabajar Abi notó que Valeria estaba llorando. Le dio miedo preguntarle qué le pasaba porque quizás no quería hablar con ella, pero también quedaría súper mal si no le preguntaba y se iba a su casa como si no hubiera visto nada. Abi se animó y le preguntó.

—No, nada, es que no esperaba... ¿encariñarme? Tanto con Carmen —se estaba limpiando sus lágrimas—. También me pone mal pensar que algún día todos vamos a estar en su lugar o sea... no ser las mismas personas que antes y sentir impotencia porque nos enfermamos cada vez más.

Abi no había pensado en eso último y, ahora que lo hizo, también la puso más triste. Evitó llorar.

—Sí, debe ser bastante fuerte para ella —logró responder—. Creo que por eso tenemos que tratar de estar para ella ahora, ¿no? Digo, Fabiana nos contó que está sola. Quizás nuestra compañía la alegre un poco.

Pensó que ir y escuchar la historia que Carmen tenía para contar la haría sentir viva porque así la notó hoy mientras la oían atentamente. Es como si Carmen estuviera viviendo de nuevo todo eso.

***

Al día siguiente, Valeria y Abi se volvieron a encontrar en la entrada del geriátrico, se saludaron y entraron. Realizaron su rutina y, a la tarde, fueron hacia donde estaba Carmen sentada.

—Quiero preguntarte algo —dijo Valeria—. ¿Por qué ayer nos dijiste que te recordábamos a Irene y a vos?

Abi no había estado pensando en eso. Quizás lo olvidó cuando Fabiana les contó lo que le pasaba a Carmen, pero ahora que Valeria traía el asunto, se preguntó lo mismo. Se encontró bastante impaciente por saber qué respondería.

—¿No se dieron cuenta? —Carmen río. Ambas negaron con la cabeza—. Quizás estuve contando mal la historia, la conté tantas veces ya... ustedes me recuerdan a nosotras porque al principio éramos muy amigas, muy cercanas. Ambas nos gustábamos y nunca dijimos nada —Abi y Valeria se miraron, nerviosas y con la cara ruborizada—. A mí me gustaba mucho ella y después me di cuenta que yo también le gustaba. No quería verlo porque estaba convencida de que no me quería así. Todo el tiempo buscaba mi atención, mi compañía, me tenía mucha admiración... los signos estaban ahí y no supe verlos. Después de nuestro primer beso todo eso cambió, obviamente, ya no pensaba que éramos sólo amigas...

Cómo ellas se conocieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora