19 [La prisionera]

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—Es tarde —admite él en su tono habitual de voz.

Quiero preguntarle para qué es tarde, pero mi cuerpo ya sabe la respuesta; ya no importan las dudas de la mente. Pasa su lengua por mi piel y yo no puedo evitar sentirme extasiada. Él degusta el sabor de mi cuerpo y suspira con anhelo. Lo obligo a mirarme; pero él no corresponde, no tiene por qué hacerlo. Tiene sus ojos clavados en mi piel, piel que arde ahora tanto como la de él.

Me quema.

Me arde.

Me lastima.

Quiero más.

Kris se relame los labios y está a punto de hacer lo que tanto de deseo. Me enseña una de sus manos y, de a poco, veo cómo sus uñas pasan a convertirse en filosas garras de dos centímetros. Acerca su índice a mi rostro y lo posiciona en la línea del mentón, justo debajo del lóbulo de mi oreja. La punta de su garra me lastima, pero es algo exquisito.

Cuando mi carne está a punto de ceder ante el corte, nos separan. No tengo tiempo a reaccionar; él tampoco. Solo veo cómo dos hombres lo alejan de mí y lo obligan a levantarse. Kris tarda varios segundos en salir del aturdimiento. Pronto, su mirada me enfoca y veo un atisbo del hombre que me vuelve loca.

—Corre —ordena.

—Detente —impone otra voz con mucha más fuerza. La obedezco.

Mi cuerpo quiero obedecer a Kris, pero estoy tan asustada que no puedo reaccionar. Me quedo aturdida en mi lugar y solo tengo chance de arrastrarme hacia atrás mientras araño la tierra con mis uñas. Más personas se acercan a nosotros y, pronto, nos vemos rodeados. Alguien, no puedo ver quién o qué, me toma de los tobillos y me arrastra hasta el centro del grupo. Comienzo a temblar con frenesí, presa de la ansiedad. Sé que en cualquier momento veré a la criatura que me acecha en el bosque.

Kris forcejea, pero no puede liberarse. A mí me obligan a levantarme y, con las manos amarradas tras mi espalda con un pedazo de tela, me hacen caminar en línea recta. A nuestro alrededor solo oigo risas de júbilo. Creo que en el fondo escucho que Kris grita por mi libertad y que esto no es justo para mí.

Pero, por más que hable, sigo sin comprender de qué se trata. Además, por más que quiera llorar y correr, mi cuerpo desea más. Quiere quedarse.

Y no puedo desobedecer.

Es mi deber.

Luego de varios metros adentro del bosque, llegamos a un claro similar al de mis pesadillas. Una hoguera brillante arde en el medio y los árboles no hacen más que reflejarse encima de los presentes con formas tenebrosas. Los colores distorsionados vibran ante mí gracias a la claridad del fuego. Aún estando aturdida, puedo ver alrededor de una treintena de personas.

Cuando nos ven entrar, pasamos a ser el centro de atracción. Varios se reúnen alrededor de Kris para tocarlo, como si de un líder de culto o una estatuilla religiosa se tratara. Sin embargo, los que lo mantienen aprisionado, no lo liberan. Bajo las órdenes de alguien más, lo hacen girarse frente a mí. 

Otra vez, nuestras miradas se cruzan. La sed de venganza brilla en sus ojos.

Quiero hacer algo. Pero en el fondo siento que la cordura se escapa de mis manos y me abandona a cada parpadeo. No puedo hacer nada. No debo.

El viento continúa envolviéndonos, incansable. Dentro del bosque, resuena terrorífico. Las ramas chocan entre sí, anticipando el inicio de la verdad. La hoguera danza, pero nadie teme por quemarse, aunque sus lenguas se les acerquen. ¿Para qué? Si ya están calcinados por lo que ocurre en esa reunión maldita. 

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