19 [La prisionera]

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—Rain —llama con gravedad en la voz—, vete. Aléjate de mí. —Intercambiamos miradas por unos segundos como si quisiera decirme algo con sus ojos; me acerco más a él—. Maldición. Estoy muy alterado y no funciona... ¿por qué?, ¿por qué?

—Kris, cuéntame. ¿Qué es lo que no sucede? —Vuelvo a dar un paso hacia a él; la melodía continúa sonando con insistencia.

—Escóndete Rain, por favor —suplica, cada vez más agónico. Cae de rodillas sobre el césped humedecido por el rocío nocturno y se toma el pecho con una mano y la cabeza con la otra.

—¿Qué te sucede? —digo al acercarne a su lado; está tan vulnerable que esta vez no se aparta—. ¿Por qué actúas así? Tú también la escuchas, ¿verdad?

—Vete, no entres en el bosque, vete. —Su forma de hablar parecen los delirios de un loco. Intrigada, toco su frente y me percato de que está hirviendo. No puedo comprender qué es lo que ocurre, hasta hace una hora él estaba bien.

—Kris, ¿escuchas la música? —pregunto con el corazón desbocado, me tengo que obligar a concentrarme en él y el presente. El bosque tira de mí, quiere que conozca sus entrañas. Me llama... y a mí me cuesta demasiado resistir.

—No la sigas, Rain. No lo hagas —susurra para luego terminar con un grito—. ¡Sal de aquí! ¡Huye! Busca a Simone, ve a la policía.

La semilla del miedo se disemina dentro de mí y el pánico amenaza con asfixiarme. Quiero ayudarlo, pero no sé cómo. Kris se tapa lo oídos y parece apunto de volverse loco. Algo lo está matando con lentitud. La brisa se transforma en un viento frío que me eriza la sangre. Estoy congelada en mi lugar. Recuerdo esta parte de la canción: es el preludio del fin; la anticipación a los gritos. La espalda de Kris se arquea y el grita como si sus propios huesos lo quemaran antes de caer al suelo.

—Basta. ¡Detente! —grito. No estoy segura de a quién se lo pido; si a Kris o a la música. Cierro los ojos—. ¡Déjame que te ayude! —suplico a Kris, sé que debo hacerlo por su bien o no estoy segura de entender qué le pasará.

Me acuclillo a su lado y la gravilla se entierra en mi pantalón. Kris apoya sus manos en mis hombros y me tira hacia su pecho. Su piel está a una temperatura altísima; la noto incluso a través de la tela y con la gelidez de la noche.  Sin embargo, por mi parte, yo solo soy capaz de sentir el frío de la oscuridad. Kris me abraza con una posesión casi animal y me aferra contra su cuerpo. Contra todo pronóstico, me gusta lo que siento y el regusto de nuestra noche juntos viene a mí.

Noto que él se relame los labios y que las venas de su cuello se han marcado con una sensualidad agónica.

«Quiero más», pienso junto a los últimos acordes de la música, sintiéndome dispuesta a todo, lista para cumplir mi deber. Mis latidos acompañan cada parte de la melodía y laten bajo su ritmo. Sumidos a ella.

Pronto, cesa. 

Mutis absoluto.

Creo que podré disfrutar del silencio, del éxtasis que me produce no ser más su presa, pero no es así. Kris suelta un alarido enfermizo y se abalanza sobre mí de una forma bestial. Se aferra a mis muñecas y me atrapa contra el suelo. Sus piernas quedan alrededor de mi cintura y, con fuerza, me obliga a quedarme quieta. La tierra y el césped se enredan en mi cabello y, de pronto, me sabe encontrarme inmóvil me sabe a perfección.

Me siento con la obligación de corresponderlo. Es mi deber interno. Saber que pronto sucederá me excita.

Él sonríe de manera socarrona contra la piel de mi cuello y yo solo puedo desear que continúe con su tarea. Necesito que la culmine. Mi cuerpo lo necesita o no podré continuar. El instinto me lo grita como si estuviera tatuado a fuego en mi piel. La necesidad me mata con lentitud.

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