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Se echó en la cama, desplomándose boca abajo y su mano se precipitó por el borde de la cama, acariciando el suelo de madera, cosa que hacía siempre para relajarse. Segundos después, notó algo húmedo y una brisa caliente. Giró su cabeza y sonrió al saber de qué se trataba.

—Hola, Zero —saludó a su pequeño, aunque gran, Golden Retriever—. ¿Qué tal, chico? Lo siento, no he tenido tiempo para ti —le susurró acariciando su cabeza—. Tengo una nueva amiga o algo parecido. Me saca de quicio y es un poco gritona —su perro hizo un gemido con la garganta haciendo sonreír a Kara—. Vale, es cierto. Yo le saco de quicio, pero ella sigue siendo gritona. Aun así, me cae bien. Ojalá pudieras venir conmigo para conocerla.

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Los Danvers se despidieron de Jeremiah y pasaron el último mes de vacaciones de vuelta en Midvale. Lena por un momento se alegró de recibir la noticia, pero luego se dijo a sí misma que lo que estaba diciendo era una locura: odiaba a Kara, o eso era lo que quería sentir.

Se asomó por la ventana y observó a la rubia salir por la puerta de su jardín. Habían llegado más temprano de lo esperado. Se recostó a medio lado esperando a que la rubia cantase, gritase o golpeara con piedras a su ventana para molestarla y sacarle de sus casillas. Sin embargo, Kara se adentró de nuevo en su casa haciendo que Lena frunciera el entrecejo.

Intentó seguir mirando sus futuros estudios, pero no dejaba de pensar en la rubia. Se preocupó por si le había pasado algo en Midvale, si ambos padres le habían echado la bronca por sus travesuras o si le había pasado algo directamente con su padre. Se le hacía raro que Kara rondase por su jardín y no hiciese ninguna gamberrada. Se frotó la sien con sus dedos para dejar de pensar en su vecina y siguió concentrándose en los papeles que tenía delante.

—¿Cariño? —preguntó su madre desde la puerta—. Kara está aquí.

Lena, con una ligera curva en los labios, se levantó y se dirigió para abrir la puerta. Y justo nada más girar el pomo, Kara abrió gritando y cantando como siempre. Lena ocultó su sonrisa; echaba de menos a Kara, pero no lo admitiría.

—¡Kara! —gritó mientras su madre cerraba la puerta—, ¡estoy ocupada!

—Sí, claro —cogió los folios de la mesa—, y yo me lo creo.

—Pues como puedes ver, sí —intentó agarrar los folios, pero Kara los alzó hasta el techo para leerlos. Lena claramente no llegaba.

—¿Planes de futuro? Tienes doce años, Lena —siguió mirando más detenidamente—. ¿Vas a National City como yo? ¿Acaso estás enamorada de mí?

—Qué asco, jamás me enamoraría de una idiota como tú.

Le pegó en el costado y Kara se encorvó de dolor haciendo que Lena por fin cogiera sus hojas. Kara acarició sus costillas y luego cogió un pelo de Lena para arrancárselo. La pelinegra se quejó y soltó de inmediato los folios para acariciar su cabeza y luego para enfrentarse a Kara.

—¡Te mataré!

Chilló abalanzándose sobre la rubia para pegarle mientras Kara usaba sus brazos como escudo. No pasó ni dos minutos que Lex entró por la puerta al escuchar tanto alboroto. Separó a las niñas como pudo, no sin antes recibir un puñetazo de su hermana. Las dos podrían ser perfectamente Ana de Frozen cuando la despiertan. En cuestión de segundos, Eliza y Lillian se asomaron por la puerta.

—Creo que hemos tenido una mala idea... —apretó los labios Eliza.

—¿Una mala idea de qué? —preguntaron los jóvenes al unísono.

Vecinas incontrolables | SupercorpWhere stories live. Discover now