— Hoy estás muy pensativa y callada. ¿Ya quieres irte a California?

— No, no es eso —le digo después de darle un trago al agua.

Es solo que estamos en la cuadra y tengo demasiados recuerdos aquí, demasiados besos y sonrisas que deseo olvidar.

¿Cómo se borran sus caricias de mi piel?

— ¿Necesitas un descanso?

— Estoy bien, Jack —le sonrío y aguanto la botella entre mis manos—. No tienes que preocuparte tanto.

— Venga, sé que esto no te gusta, voy a hacer que te sientas cómoda aquí, eres mi prima pequeña.

Sonrío de lado porque me gustaría explicarle que su primo me rompió el corazón y que estoy intentando superarlo con él a unos metros, cosa que no ayuda.

— Tampoco está tan mal esto —me encojo de hombros—. No es mi cosa favorita en el mundo pero no me voy a morir por... —Señalo a mí alrededor porque ni siquiera sé qué hago aquí.

— Entendido —se ríe.

Tiene una sonrisa tan bonita que enamora hasta los cactus. Su piel bronceada y tonificada me hace querer hacerle una sesión de fotos para la revista GQ. Seguramente si lo vieran, conseguiría trabajo como modelo. Es alto, guapo, tiene porte y una sonrisa de anuncio.

— ¿Has pensado en modelar alguna vez? —La pregunta sale de mis labios sin poder retenerla y él me mira sorprendido.

— Las pasarelas no son lo mío, princesa, pero podrían ser lo tuyo —se apoya a mi lado y me quita la botella de agua.

— Estoy hablando en serio —ruedo los ojos.

— Y yo también.

Bufo y vuelvo al trabajo haciendo que Jack suelte una carcajada. Ginger tiene suerte, aunque no conozco a Jack como novio, pero sí como primo y dudo que cambie. Es gentil, gracioso y siempre se preocupa. Supongo que debo elegir mejor.

— ¿Has visitado ya la casa árbol? —Me pregunta.

La maldita casa árbol. ¿Por qué me la recuerdas, Jack? Quiero arrancarme los ojos porque creo que así dejaré de ver las imágenes que se reproducen en mi cabeza de los momentos que pasamos allí.

— Sí, Leo me la mostró el año pasado —intento coger la carretilla pero mis brazos son aún más endebles que el año pasado.

Quizás debería comer un poco más, pero el estómago se me cerró cuando Leo me dejó tirada como una colilla sin ninguna explicación.

— Deja que lo haga yo —me aparto y él coge la carretilla sin ningún esfuerzo.

Suspiro pesadamente y pongo las manos en mi cintura. Esta vez sí vengo preparada. Pantalones viejos y camisetas que no uso.

— Ve a casa a ducharte —me dice—, ya hemos terminado aquí. Aprovecha que aún nadie ha terminado.

Pongo rumbo a la casa como un rayo y me quito los zapatos antes de entrar. Saludo a la abuela y subo las escaleras.

La sonrisa se me borra porque veo la espalda fornida de Leo entrando al baño. Él se gira porque me ha escuchado y alza una de sus cejas.

— ¿Venías a ducharte? —Pregunta.

— Sí, pero esperaré.

Leo pasa una mano por su pelo y se aparta de la puerta. Me señala al baño y esta vez soy yo la que alza mi ceja.

— Hazlo tú primero.

No mires sus abdominales, Bambi, no los mires.

Leo está la fuerte que el verano pasado. Estar en la academia le ha venido muy bien y pude pasar mis manos por su torso definido hace un mes.

[Saga West] RAMÉ #1 [YA EN AMAZON] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora