Epílogo.

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—Hemos llegado —murmuró Eadvin con voz queda una vez pusieron los pies en la entrada del gran palacio de los dioses.

Skrain se detuvo por un momento, incrédulo. Su garganta se sentía seca, tal vez por la impresión. Aquello era más que un palacio, era una ciudad entera. Había dioses, semidioses, humanos, Skrain tenía el don de ver los dones, y podía notar la diferencia entre cada uno de los individuos que estaban en su punto de visión.

En la parte baja habían anchos jardines, llenos de todo tipo de flores, rodeaban los templos de cada uno de los veinticuatro dioses, eran la obvia muestra del poder y esplendor del lugar. Más arriba habían cabañas, mansiones, todas las propiedades con sus propios jardines, algunas incluso con establos o anchas fuentes, cada uno con su propio adorno en particular.

Más arriba, entonces, estaba el palacio, el verdadero palacio. Era diferente a todas las grandes construcciones que había visto antes, tenía pasillos interminables, escaleras, anchos salones. Estaba todo hecho de blanco marfil, las decoraciones eran pulcras, lisas, brillantes. Había oro en todas partes. Desde los tejados, decoraciones, hasta en las fuentes de los jardines.

—Avancen —dijo Eadvin—. No se muestren intimidados.

Adaliah frunció el ceño. No se veía particularmente convencida. Aún así, dejó que Eadvin los guiara por el camino empedrado. Tampoco es como que ella tuviera que hacer mucho, Skrain empujaba su silla y se mantenía atrás en una especie de confort silencioso.

Eadvin se detuvo justo antes de entrar al palacio. Parecía haber una especie de gran jardín en la entrada, estaba cerrado al público, aunque no custodiado. Tenían demasiada confianza de ese lugar como para no dejarlo protegido. Eadvin empujó el gran portón para poder pasar, y fue hasta entonces que Adaliah pudo enfocar su vista en los dioses, que en su mayoría se encontraban descansando o recuperándose de la batalla.

Akhor, a pesar de que no había parecido muy herido unas horas antes, tenía varias quemaduras y rasguños profundos en el estómago y antebrazo. Piperina había hecho eso un tiempo antes de caer al suelo, y por alguna razón extraña, no sé había notado. Una especie de dama de la corte le curaba las heridas con su

—¡Pero mira quiénes están aquí! —exclamó, subiendo la mirada, y estiró los brazos para llamarlos a qué se acercaran hacia él. La chica alzó la mirada. Sus ojos eran azules como el cielo, su piel blanca, clara, y cabello castaño casi negro. Lo especial de ella eran esos ojos grandes y como de a momentos se veían un tanto violáceos, o más oscuros—. Dafaé, puedes dejarme solo unos momentos. Hablaré con ellos. Llama a Raniya y a todos los que puedas, rápido.

—Esto puede ser un ataque, ¿Y actúas así? —fue lo que Dafaé contestó. Frunció el ceño, más no esperó a la respuesta de Akhor y estuvo lejos cuanto antes. Justo entonces Raniya entró a la estancia, tranquila, serena. Ya no era ella misma. Ahora su cuerpo era el cuerpo de Amaris, y Adaliah podía notar la diferencia.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, obviamente dirigiéndose hacia el Sol. Sus ojos estaban mucho más oscuros, casi negros. Llevaba un vestido blanco parecido al de la boda, tenía transparencias de encaje en las mangas y el cuello, más no tenía una falda ancha como los vestidos que Amaris solía usar, sino que era del todo pecado y ajustado al cuerpo. Su corona resplandecía, llena más de rubíes que de zafiros, y llevaba un moño alto que la hacía ver pulcra y fina— Lo sé, en esta apariencia no soy yo misma. Estoy trabajando con Dafaé para conseguir que me vea cómo yo, pero tardará un tiempo. ¿Quieres rogar por misericordia? Yo no cederé, no dejaré que me quites el poder, todo por lo que he luchado...

Mientras ella hablaba, Eadvin caminó hasta llegar frente a Raniya y la miró fijamente. Así hasta interrumpirla, diciendo:

—No vengo a quitarte nada, ni a rogar por mí, vengo a rogar por... —suspiró, algo fingido, dolor disimulado para expresar lo difícil que era dejarse vencer por ella—. Por ellos. Adaliah no quiere el poder de Akhor. Quiere que le ayuden a deshacerse de la maldición de su hermana que, aunque ya está muerta, aún vive en su interior. Skrain viene a jurarles lealtad,  a pesar de haberse encariñado con los que representaban la nueva generación, sabe cuándo ha Sido derrotado. En cuánto a mí, solo vengo a rogarte por misericordia para Cara. No sabe lo que hace. No la reemplaces. Me rendiré ante tí, solo déjala ir. Déjalos ir a los demás también. No quieres gobernar el reino físico, solo quieres disfrutar del poder como lo hicimos hace tanto tiempo, ¿No es así?

Raniya se mantuvo callada por varios segundos. El primero en responder fue Akhor, que dijo.

—Quiero quedarme con Adaliah. Ella será mía hasta que me aburra. A cambio, tienes tus piernas libres mientras estés aquí, no podrás irte sin maldición hasta que yo lo decida.

Adaliah tragó hondo. Skrain posó su mano sobre el hombro de ella y lo apretó, un gesto de calidez y apoyo. Esta era su misión.

—Está bien —dijo—. No solo estoy aquí por eso. Yo... quería saber que le han hecho a mi hermana. ¿Ella todavía sigue ahí?

—Todavía, una parte muy pequeña de ella. Puede ver lo que hago, pero al no tener ni un rastro de control de sí misma pierde tantas propiedades de su personalidad como para no ser más que una hormiga en un gran mundo como Erydas lo es.

Adaliah apretó los labios. Por su parte, Raniya completó:

—Y no solo ella es la que sigue viva. Tal vez ya tenga el poder de la Luna y sea inmortal cómo yo una vez lo fui en mis primeros días, pero hay algo más que ambas tenemos en común. Estamos creando vida nueva en nuestro interior.

Aquellas fueron como un balde de agua fría para Adaliah. ¿Desde cuándo? ¿Zedric y Amaris habían violado las reglas prematrimoniales, cumpliendo el voto de castidad que todos hacían en la realeza? Lo creía de Zedric, pero de Amaris...

Raniya miró fijamente a Adaliah, esperando ver una reacción de furia o tristeza, cualquier cosa que representara debilidad. No la vió, en cambio, ella se mantuvo serena, y dijo:

—Espero que cuides bien de mi sobrino. Si me das una oportunidad, puedo ayudar para darle un poco de la atención que su madre le pudo haber dado.

Raniya asintió. Tal vez aún no aceptaba a Eadvin, pero Adaliah ya tenía un lugar asegurado en la corte de los dioses.

—Puedes unirte a nosotros si lo quieres, mi amor —dijo Raniya entonces, acariciando el pecho de su esposo y sonriendo de una forma seductora y gatuna—. Pero hay una condición. Tienes que probar tú lealtad y seguridad trayendo a Zedric y tomando su cuerpo como yo tomé el de Amaris. Prepararemos todo, y, aunque al final no quieras hacerlo, de una forma u otra terminaré con su vida. No me importa que alguien más tome el poder, pero será alguien a quien yo acepte. O eres tú, o será algún noble al que no le importe más que las cosas mortales. Alguien que no se meta en mi camino.

Susurros de Erydas. Where stories live. Discover now