Capítulo 7. «Sigilo»

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—La primera vez que ví la guerra con mis propios ojos tenía quince. Estábamos haciendo campaña en las nuevas tierras, (las colonias de nuestro reino que recién se habían rendido ante nosotros), cuando los rebeldes se reunieron alrededor de la ciudad capital para retarnos a nosotros y a nuestro ejército. Ese día mi padre me miró a los ojos, y dijo: "Momentos como este definen el valor de un hombre. Cualquiera puede recibir poder, pero no cualquiera puede usarlo bien". Esas palabras definieron la forma en que actúo ahora, pero no sólo eso, sino que también me prepararon para lo que vino después. La guerra, en toda su plenitud, la muerte, y el dolor. No es que esté del lado de los rebeldes, porque estoy seguro de que no tenían idea de lo que hacían, (no sabían lo que podíamos ofrecerles como reino), y confiaban en lo que ellos llamaban, "plenitud", pero la muerte, en cualquier presentación, no es algo que haya deseado ver en algún punto de mi vida. Y lo ví, entendí que pasara lo que pasara, evitaría que algo así sucediera de nuevo. Pueblo mío, no siento que sea un rey. Sé que no soy yo quién debe definirse como uno. Quiero que ustedes decidan entre todos estos candidatos, vean nuestras convicciones y planes, que estén seguros de quién merece el poder absoluto. Yo, por mi parte, me comprometo a defenderlos. Este es nuestro lado, y quién se atreva a retar al Reino Sol pagará con sangre el haber comenzado la guerra. Sé que está en puertas, sé que duele saber que ya hemos perdido mucho en la guerra con Zara, y que no tenemos idea del camino que Alannah tomará contra nosotros, pero les prometo, de buena fé, que haré todo lo que sea humanamente posible, y hasta más, para traer la paz de vuelta a casa. Gracias.

Al terminar de hablar, y después de recibir aplausos y buen recibimiento en general del público, Zedric hizo una reverencia y volvió al balcón de candidatos. Ahí estaba Nathan, que parecía orgulloso y tranquilo.

—Has nacido para esto —le dijo—. Cada palabra resonó en mi corazón, como si estuvieras empujando en mi mente a que te creyera y siguiera. ¿Tiene algo qué ver con tú poder?

Zedric bajó la mirada. No lo había querido, pero desde la guerra su mente entraba en la de los demás sin siquiera desearlo. No quería usarlo para sus discursos, quería ganarse a las personas por sus propios méritos.

—No es culpa tuya —insistió Nathan—. No lo puedes controlar.

Nathan también se había vuelto más poderoso. Se notaba en la facilidad que tenía para leer sentimientos, en lo bueno que se había vuelto para camuflajearse con sólo pensarlo.

—Claro que puede controlarlo —la voz de Calum se metió en la conversación—. Probablemente así fue como me convencieron de que me uniera a ustedes en primer lugar. Ahora vivo en la miseria, viendo cómo ganas las elecciones cuando dijiste que te harías a un lado.

—Calum... —regañó Nathan. Zedric, por su parte, notó las grandes ojeras de su hermano y la forma en que su cabello, siempre ordenado, estaba hecho nudos rizados por la falta de cuidado.

—Ella te está persiguiendo —leyó—. No te abruma el hecho de que yo gane las elecciones, sino que Zara te busca en cada sueño para castigarte por haberla traicionado. Lo siento.

Calum apretó los labios. Ya ni siquiera era tan poderoso como para mantener a Zedric lejos de su mente.

—¡Sal de mi mente! —gritó—. ¿No te sientes mal de haberme hecho esto?

Zedric negó con la cabeza. Tenía demasiados problemas.

—Te lo compensaré. Buscaré a Zara y trataré de ver la diosa de que es. Una vez que lo sepamos, lo podemos detenerla.

—¿Detener a una diosa? —preguntó Nathan, miedoso—. ¿Es eso posible?

—Tan posible como que escondieran a tú noviecita de tí —se burló Calum—. ¿Ya encontraste a Piperina? ¿Estás listo para ser el rey consorte del Reino Luna?

Susurros de Erydas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora