Capítulo 20. «Recuerdos escabrosos»

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Siete meses antes...

Skrain nunca se había sentido tan bien. Era la primera vez que ganaba en una misión tan importante, una guerra. Estaba feliz, realmente feliz, y tenía a alguien para compartirlo.

Pensaba en esto mientras estaba frente a la fogata. El olor de la carne asada y de las sopas para cenar llenaba el ambiente, había varios soldados y centinelas, (así se le llamaba a las mujeres guerreras), bailando alrededor del fuego.

Los ojos de Skrain observaron cada rostro, a cada persona, y al hábil joven que tocaba la corneta lunar en el fondo. Al lado de él estaba Piperina, observando la forma en que sus dedos se movían de un lado al otro. Sus ojos verdes brillaban en la oscuridad, y, aunque mantenía sus ojos fijos en él, parecía estar en otro lugar, lejos, soñadores, tormentosos.

Skrain no supo el porque, pero se levantó y caminó hasta llegar a su lado. Ella subió la mirada y lo observó, pensante.

—Creí que irías de vuelta con tú prometido —se encontró diciendo. Ella negó con la cabeza, y contestó:

—Quiero estar con Amaris por mucho tiempo antes de realmente casarme y dejar mi casa para siempre. Es demasiado pronto.

—Pero tú realmente quieres hacerlo —infirió Skrain, aquello produciéndole una especie de pesar del que no entendía su origen— Casarte con él. ¿Lo amas? ¿Realmente?

Piperina bajó la mirada, sin saber exactamente lo que debía responder. No sabía ni siquiera sus intenciones, no sabía sus sentimientos. No podía realmente responder.

—No lo sé. Creo que he llegado a quererlo, pero no sé si lo amo.

—Entonces, les deseo suerte —contestó Skrain. Luego estiró su mano, y la miró fijamente, diciendo—: ¿Quieres bailar?

Piperina parpadeó varias veces, incrédula.

—Sí —contestó. Ella tomó su mano, se levantó, y bailó con él alrededor de la fogata.

A Skrain le gustaba estar cerca de Piperina. Su voz siempre le confortaba, era segura de sí misma, honesta con ella y los demás, no temía en su forma de actuar, de ser, y era cálida como la brisa de verano. Por alguna razón desconocida, se sentía en confianza cerca de ella, tenía la seguridad para hablarle de sus secretos e inseguridades. Que fuera tan firme como la roca, que Erydas viviera en ella, la hacía fuerte, valiente, y deshinibida. 

Ella hizo varios movimientos divertidos mientras bailaba. Skrain rió como loco, el chico de la corneta comenzó a tocar una melodía más movida, que se adaptaba mejor a los movimientos de ella. Aquella era una canción conocida, todos empezaron a cantar y la voz de Piperina, gruesa pero melodiosa, resaltó entre todas las demás.

—Veo sorpresa en tú rostro —dijo, divertida—. ¿Qué es?

—Tú voz —contestó él—. Es gruesa, pero melodiosa.

A Piperina esto la tomó por sorpresa. Bajó la mirada, tratando de ocultar su sonrojo, luego le contestó, sin concentrarse en esa mirada tormentosa que él tenía:

—Ni por asomo tan buena como la de mis hermanas —contestó—. Ellas realmente tienen el don.

—He escuchado muchas voces bellas, con el don, y todas son iguales para mí, pero tú, a diferencia de ellas, tienes una voz peculiar que resalta.

—Una voz que no encajaría con ninguno de los himnos de nuestro reino —Alannah interrumpió, Skrain frunció el ceño, más no tuvo tiempo de contestar porque ella tomó su mano y lo separó de la multitud, llevándolo hasta la parte más lejana del campamento, dónde sólo rondaban los pastores o conductores de la caravana, y dónde pastaban los animales o descansaban ya por la noche.

Susurros de Erydas. Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt