Capítulo 2. «Dispuesto para gobernar»

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—Debe de estar detrás de esos árboles, pasando la llanura —susurró Zedric. Entrecerró los ojos, buscando entre sus sentidos algo que pudiera indicarle la cercanía del Ferihgand.

Escuchó cosas, como la respiración de Nathan, sus pensamientos rápidos y llenos de adrenalina, a las criaturas correr por las llanuras mientras sus deseos, confusos y naturales, los impulsaban a buscar comida, a huir, a temerle a los más fuertes.

Demasiado, notó para sí mismo. Se concentró, buscó esos pensamientos distintos a los demás. Salvajes, pero con un poco de consciencia. Los pensamientos de un monstruo.

—Lo tienes —se jactó Nathan, orgulloso.

—Lo tengo —suspiró.

—¿Lo termino? —preguntó Nathan, lleno de seguridad.

—¿Estás...? —Zedric se detuvo, no quería minimizar a Nathan, pero desde que Alannah hiciera lo que hizo...

—¿Seguro? —contestó él—. Sí. He practicado, puedo manejarlo.

—Pues ve, entonces —contestó Zedric con resignación.

Nathan había aumentado su nivel de sigilo muchísimo desde la gran pelea a las puertas de la muerte. Casi se había fusionado con las sombras y su poder, más fuerte que nunca, ejercía un camuflaje más que efectivo.

A pesar de eso Zedric distinguió cada uno de sus movimientos, que rodearon el claro, a los grandes arbustos y matorrales de la selva, hasta que llegó y alcanzó a aquella bestia.

Después de que las puertas de la muerte fueran llevadas a tierra los muertos habían dejado de salir de ellas, pero las bestias del Inframundo, (que antes no podían salir ya que las puertas estaban bajo el mar), no lo habían hecho.

De los cinco Ferihgands que habían salido según reportes de Amaris desde las puertas de la muerte, ninguno había sido casado. Eran bestias escurridizas, de múltiples cabezas y dentáculos llenos de veneno. Si tocabas alguna de sus esporas podías sufrir múltiples consecuencias mortales, tan variadas que a cualquiera le podía pasar algo distinto, consecuencias personales, había explicado Skrain.

Nathan corrió con todas sus fuerzas cuando estuvo cerca de la bestia. No soltó ni un grito, ni un suspiro, sólo corrió y sacó una daga de oscuridad dispuesto a enterrarla en la cabeza de la bestia.

Las cosas se pusieron difíciles en el momento en que la bestia se giró antes de que Nathan la alcanzara, dándole una especie de cachetada tan fuerte que Nathan cayó al suelo, propulsado por la fuerza que esta ejerció en él.

Zedric soltó una maldición. La bestia de movió demasiado rápido, en dos segundos ya estaba sobre Nathan, poniendo sus babosos dentáculos sobre él.

El veneno, corrosivo, llenó la piel de Nathan. Zedric creyó que sería algo incurable, pero la sustancia sólo ardió, sacando humo a su piel sin hacerle perder la consciencia o algo parecido.

Todo se oscureció alrededor de Nathan. Apenas si podía verlo, pero él sostenía los dentáculos de la bestia, mirándolo fijamente, como si estuviera hechizado, sin control de sí mismo o algo a su alrededor.

Zedric actuó. Corrió, aprovechó que la bestia estaba distraída y, de una llamarada, quemó todo lo que podría llamarse su cuerpo. Los ojos de Nathan estaban poniéndose de un verde esmeralda más peligroso que nada. Zedric no tuvo más opción que entrar a su cabeza, y mandarle, «Duerme», cosa que Nathan hizo al instante y que lo tiró al suelo.

Zedric lo atrapó. Por un momento su respiración se había descontrolado, sus sentidos alerta, pero ya todo estaba bien de nuevo.

—Esta cosa dentro de él lo está consumiendo —dijo una voz lejana, viniendo de Elina, su prometida, qué venía entrando por aquel claro—. ¿Realmente confías en él, mi amor?

Susurros de Erydas. Where stories live. Discover now