Capítulo 18. «Esfuerzos por sobrevivir»

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La realidad se sintió completamente pesada para Connor una vez que hubo llegado a ella. Su búsqueda se sentía presente y más viva que nunca, porque sabía, muy dentro de él, que Alannah despertaría en cualquier momento y pondría todo de cabeza.

Exactamente por eso fue que comenzó a buscar con más fuerza. Incluso comenzó a dar plegarias, rezándole a cualquier dios del conocimiento que pudiera ayudarle.

—Oh, conocimiento —rogaba—. Guíame a lo que busco.

Algo acerca de haber estado en el mundo de los sueños lo hacia sentir distinto, más fuerte. De alguna manera, la conciencia de que este mundo existía y tenía un dios le daba cierta fuerza en el mundo real,  algo relacionado con saber que existía algo que él se había perdido por mucho tiempo, y que los demás aún vivían en la inconciencia, y todo junto le hacía sentirse satisfecho.

Nada sucedió. No hubo ni un dios que le contestara, o alguna fuerza divina que pareciera ir en su ayuda, sino que se trataba de un oscuro y lento vacío, sin respuesta.

Connor apretó los labios. Sabía que el libro no estaría a plena vista, que Alannah, a pesar de demostrarle una especie de aprecio, nunca confiaría por completo en él. Estaría escondido, tal vez a plena vista, pero escondido en un lugar donde nadie lo reconocería.

De pronto, su mente se iluminó. Recordó que, cuando habían llegado a la biblioteca, Alannah había sacado un libro y, después de leer su portada, había dicho:

—Este no tiene nada bueno, ya lo leí antes.

Aquel libro era fácil de recordar porque parecía simple y sin sentido. Era azul, azul cielo, y tenía una Luna bordada en la portada superior. Esta Luna parecía brillar con luz propia, pero estaba tan desgastada que uno de sus picos se había redondeado casi hasta ya no notarse.

Connor comenzó a hojearlo. Al principio le pareció inentendible, porque estaba lleno de garabatos, dibujos, y su letra era sumamente pequeña, demostrando lo antiguo que era, porque para esas épocas ya estaban dándose los inicios de la imprenta y los libros organizados por índice, subíndices, pies de página y numeraciones, sin tantas ilustraciones a mano o algo que denotara singularidad.

Poco a poco, su mente fue tomando conciencia de lo que veía, llevándolo a entender que aquel libro era una especie de diario, pero, como estaba lleno de tantas anotaciones, consejos, y descubrimientos, la organización era nula, y entender una misma cosa costaba mucho porque un tema podía extenderse varios días, o incluso meses.

Tan grueso y grande era el libro y tan poco tiempo tenía Connor que, sin remedio, comenzó a perder la cordura. Entonces, frente a él, apareció la letra de Alannah, que sin reparo alguno había hecho anotaciones en una sección que hablaba específicamente de la muerte. Eran más o menos veinte páginas enteras y, justo al final, estaba el conjuro que Connor buscaba.

—¡Bingo! —dijo. Era el conjuro con el que habían revivido a Ranik. Incluso abajo venía una pequeña modificación, donde decía como podía volver a ser, «el que era antes», si es que no volvía con su antigua personalidad—. Pero la necesita a ella —pensó, luego de leer los detalles—. Nadie más puede hacerlo. Oh, Ranik, te necesitamos.

—Así que es cierto.

Connor saltó en su lugar, sorprendido por la voz de Alannah, que como un fantasma había logrado levantarse y aparecer detrás de él, con el aliento en su cuello, y girándose hasta que quedaron frente a frente, mirándose a los ojos.

—¿Es cierto qué? —preguntó Connor, tratando de ignorar el hecho de que ella se veía furiosa. Ella negó con la cabeza, y, aunque parecía que estaba a punto de llorar, no lo hizo, sino que apretó los labios, y explicó:

Susurros de Erydas. Where stories live. Discover now