CAPÍTULO LXV: PALABRAS

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—Definitivamente nunca vas a perder la maña, ¿cierto? —reí. Al despertar había notado que como siempre, la mano de Sam estaba en uno de mis pechos.

—Buenos días para ti también... —susurró, acomodándose y abrazándome con mas fuerza. Estábamos bastante cerca, porque la cama en realidad estaba diseñada para una sola persona. Me preguntaba cómo traía a las chicas de la universidad al departamento.

—¿Sentiste a la Nea cuando se fue? —preguntó.

—En realidad no sentí nada, estaba re cómoda —respondí—. ¿Por qué?

—Nada —rió suavemente—. Ahora entiendo por qué me preguntaba tanto por el número de alguna arquitecta para buscar constructoras y empezar con la casa... —contó—. Obviamente con arquitectas se refería a Isidora... —concluyó, provocándome una risa. El fuerte de Andrea jamás había sido la discreción.

—Deberías darle el número... Es buena mujer —dije. Quién me viera y quién me vio. Lara Faúndez hablando bien de Isidora Torres.

—Nah, que sufra un poco más... —dijo—. ¿A qué hora vamos a ir a buscar a la Oli? —me preguntó, emocionada. Me había dicho toda la noche que extrañaba mucho a nuestra hija, lo que era obvio.

—Almorcemos con mis papás —propuse, a lo que Sam le pareció bien casi de inmediato

Cuando nos levantamos, nos dimos cuenta de que Enrique estaba preparando el desayuno. Adoraba su horarios de trabajo, porque le permitía hacer un montón de cosas en la mañana, que la mayor parte de los mortales no podían por la falta de tiempo. Malditos abogados. Al menos era bueno cocinando.

—Te abrazaría por la espalda... —le dijo Sam—. Pero está Lara y pucha, no me dan ganas de abrazarte ahora —se burló, provocando una carcajada por parte de su amigo.

—Siéntense, que les cociné como el buen amigo que soy... —dijo. Al parecer Fernando igual ya se había ido a trabajar, porque no se apareció en ningún momento.

Tuve que llamar a Andrea para pedirle ropa, porque Sam no tenía ropa sobrante que me pasara, aparte de uniformes clínicos que claramente no iba a vestir para ir a buscar a mi hija. Al final, después de tener que soportar que me molestara, molestarla de vuelta y terminar riéndonos de las estupideces que habíamos dicho, había accedido a pasarme lo que quisiera de su closet, no sin antes quedar advertida de guardar silencio si es que me encontraba con alguna sorpresa en el lugar.

Con la advertencia, saqué prácticamente lo primero que pillé en el closet, por suerte teníamos prácticamente la misma talla de ropa y con eso, me duché rápidamente para llegar justo al almuerzo con mis padres, que ya sabían de mi pronta visita.

Cuando salí, Sam ya estaba lista para irse, solo se encontraba ordenando un poco el departamento. Me di el tiempo de observarla y admirarla. Recordé que cuando estaba en la universidad, era muy apegada a usar jeans y poleras apegadas a su cuerpo, muchas zapatillas y chalecos, era, en sus palabras, muy casual para vestirse, aunque yo encontraba que se preocupaba demasiado de que todo hiciera sentido en cada vestimenta que usaba. Ahora, después de años, esa era una de las cosas que había cambiado relativamente; con el tiempo y las necesidades del trabajo, Sam se había apegado demasiado a usar blusas delgadas y un tanto formales que le quedaban preciosas, siempre acompañadas de jeans y botines. Era una mujer preciosa y se seguía viendo tan joven como alguien de veinte años, pero sin ningún rastro de inocencia por fuera, todo el tiempo lucía sexy ante mis ojos.

—Deja de mirar y vamos —la escuché—. No quiero perderme el almuerzo de mis suegritos —rió.

A Sam le encantaba ver a sus suegros, al igual que a mi me gustaba ir a ver a su mamá. Definitivamente éramos unas suertudas por no caer en ese cliché de tener una mala relación con los padres de las parejas. Ni hablar del cariño que le tenían mis papás a Sam, la adoraban, de hecho, a veces casi le hablaban más que a mí; no los podía culpar, cualquier persona terminaría adorando a mi esposa tarde o temprano. 

¿Arte? Es amarte (LGBT) (LESBIANAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora