Capítulo 31 : Amigo. Hermano. Traidor

Start from the beginning
                                    

—Levántate. —ordenó mientras caminaba con ayuda del bastón hacia la mesa del estudio. Entonces observó a mi madre, quien sollozaba en la entrada del estudio. —No quieres que pierda la paciencia también contigo, ¿o sí, Kara? Largo.

Mi madre dudó antes de retroceder fuera de la vista de ambos.

Me puse en pie con dificultad haciendo una mueca de dolor al sentir una punzada en el costado, el lugar donde su jodido bastón había aterrizado momentos atrás. Lo vi situarse detrás del escritorio de caoba y tomar asiento en la imponente silla que lo hacía sentir como el dueño del mundo. Estúpido hijo de puta. No se daba cuenta de que sólo era un lisiado camino a la decadencia. El porte elegante, la expresión de superioridad y la mirada dura no le servirían de nada en unos años, cuando tuviera la edad suficiente para cargarse en un pañal.

Lo odiaba.

Le temía.

—Siéntate, ¿o estás esperando un aliciente también para ello?

Avancé y me dejé caer en una de las sillas frente a él. Mi padre se tronó los músculos del cuello antes de acercar la botella de coñac que descansaba a un lado y servirse un poco en un vaso. Lo saboreó y luego vertió un poco más. Cogí la bebida que ahora me ofrecía ingiriéndola de un trago.

A continuación, le devolví la mirada.

—Eres un desperdicio de ser humano, espero que lo sepas. —dijo en el mismo tono calmado de siempre. —La única razón por la que soporto tus estupideces es porque llevas mi apellido...

—Y tu sangre. —terminé por él. —Hace falta un cambio de discurso, ¿no crees?

Ya había drenado su furia. No me asustaba que volviera a pegarme por ser impertinente.

—Desde el momento en que llegaste al mundo supe que harías de nuestras vidas un infierno. —continuó. —Te llamaría patético, pero estás muy por debajo de lo patético. Estás por debajo de todo, especialmente de los Montgomery.

—¿Y? ¿Cuál es el castigo esta vez? —inquirí sin querer escuchar más de sus insultos.

—No hay un castigo bastante bueno para los que son como tú: cobardes hasta la médula.

Tragué. Aunque me esforzara, aunque me repitiera que no importaba, sus palabras seguían teniendo efecto.

—¿Cómo fuiste tan imbécil en dejar que te vieran comprando? —su expresión mostraba ahora un feroz desprecio. —¿Tienes idea de las mentiras rebuscadas que tu madre y yo tuvimos que soltarle a nuestras amistades para explicar tu encuentro con un delincuente?

—No fue mi intención.

—Nunca lo es. —se inclinó un poco sobre el escritorio. —Escúchame, pedazo de mierda inservible. No me importa cuántas adicciones tengas o cuánto basura necesites para mantener ese diminuto cerebro funcionando. Hay una regla muy básica en esta familia que debes cumplir quieras o no.

—Ser cuidadoso. —recité.

—Ser cuidadoso. Lo que significa no exponer nuestro nombre. —volvió a reclinarse en el asiento. —Creo que fui demasiado indulgente contigo. —prosiguió. —Pero eso termina hoy. Se acabó el dinero desmedido contigo. De ahora en adelante, tendrás que arreglártelas para pagar tu mierda.

Bueno, siempre estaba mi madre. Ella nunca me negaba nada.

—De acuerdo.

—Eso incluye a tu madre. —señaló. —Cuando digo que se acabó el dinero, es porque no lo obtendrás de ninguna parte que no sea de mí y en las cantidades necesarias.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Where stories live. Discover now