Kaleigh frunce el entrecejo, confundida. 

—Okey. Eso ha sido... extraño. —Da un paso hacia atrás de manera instintiva; buena chica—. Lo repetiré solo si dejas el maldito teléfono —ordena y yo le hago caso, sigue siendo la secretaria de mi jefe a pesar de tener dieciocho años—. Tienes que acompañarme a la alcaldía. Mi abuelo no quiere que vaya sola porque quiere que tú también aprendas a realizar este tipo de pedidos. Es sencillo, solo tienes que hacer esto.

Y, a continuación, se enfrasca en explicar con lujos de detalles un procedimiento burocrático que aprendí en mis primeros meses dentro de la universidad en una materia destinada exclusivamente para ello. Son puras órdenes de compra, solicitudes de ingreso, papeleos por el depósito que donaron como nueva biblioteca, cuentas a pagar, crédito para libros nuevos, confirmación de donaciones y unas cuántas cosas más que, si la biblioteca de Deeping Cross fuera más grande, los haría la persona encargada del sector administrativo.

—Si no quieres venir, lo entenderé. Puedo encargarme sola y andar contigo me hará sentir como si tuviera niñera —se queja.

Y sí, tiene razón. Es innecesario que vayamos las dos, sin embargo, cualquier tarea al lado de tener que volver a levantar cascotes se siente bien, más aún cuando ahora me pagan por lo que me anoté en un primer momento.

—Vamos —respondo.

Caminamos las pocas cuadras que nos separan del ayuntamiento en completo silencio

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Caminamos las pocas cuadras que nos separan del ayuntamiento en completo silencio. Una brisa cálida que preludia la cercanía de una gran tormenta se percibe en el aire. No recordaba que Deeping Cross fuera tan húmedo y lluvioso. Kaleigh camina unos cuántos pasos por delante de mí mientras silba una canción que me resulta levemente familiar, es como si fuera un remix, pero en otro tiempo y otro ritmo. Frunzo el entrecejo como si eso me ayudara a dilucidar cuál es esa música.

No funciona. 

Y no tengo energía como para preguntarle qué es lo que tararea. Suspiro, rendida.

Desde atrás, ella no es más que una niña. Sus rizos rubios caen desparramados sobre una camisa cuadriculada, estilo campirano, de color rosado. Una parte de mí siente pena por ella, creció con sus abuelos y tuvo una madre que murió cuando era tan solo una pequeñita y un padre ausente. Poco me acuerdo de ella, por no decir nada, de cuando vivía en Deeping Cross, nuestras vidas no coincidían. Somos dos completas extrañas.

Pronto, ella voltea y me mira a los ojos con seriedad.

—Déjame hablar a mí —pide con cierto atisbo de altanería—, ya me conocen.

Suelto el aire contenido en mis pulmones y accedo. No quiero discutir en estos momentos. 

Al entrar al lugar, nos internamos en un lobby gigantesco que se bifurca en un montón de puertas y pasillos. ¡Mi Dios! Este sitio sigue exactamente igual a cuando me marché, incluso huele de la misma forma. Rápidamente, reconozco la oficina del alcalde y me pregunto si debería pasar a saludar o si quedaría muy abusivo de mi parte. 

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