La pala de macho y la riñonera también de macho

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Manis se encontraba en la rivera del río algo alejado del pueblo. Despertó temprano, antes de que el sol saliera y caminó sin rumbo fijo hasta llegar hasta ahí.

Se arrodilló sobre la fresca hierba, bajó la cabeza encerrando los ojos en el agua del río. En ese momento el sol del amanecer iluminó el agua volviéndolo cristalina. El reflejo que creyó ver en el agua desapareció ante sus ojos siendo sustituido por una cara de niño angelical de rubios cabellos finos y alborotados que le caían casi llegando al cuello. Detrás de esos mechones se encontraban grandes ojos azules.

Al ver su nueva apariencia su mente entró en pánico, los latidos de su corazón estaban por sacar el órgano de su cuerpo.

Con sus manos temblorosas se agarró la cara buscando algún rastro de sus antiguos rasgos.

Sentía como si hubiese despertado de un sueño solo para entrar en una pesadilla.

—Esto no es real... esto no está pasando— Repitió entre susurros.

Poco a poco fue aceptando el hecho de lo que estaba ante sus ojos era real. Volvió a ver su reflejo en el agua lamentándose de su actual apariencia.

Repasó en su mente los últimos acontecimientos que vivió en su vida pasada. Estaba en una torre con paredes por las que circulaban corrientes de luz en forma de circuito eléctrico, los cuales estaba parcialmente opacados por gotas de sangre que salpicaban cada vez que un nuevo cadáver caía al suelo. Frente a él se hallaban numerosos enemigos vistiendo ropas de protección de color negro, llevaban armas de alto calibre y disparaban contra él en un desesperado intento de abatirle. Las grandes ventanas que daban acceso al exterior se iluminaron cuando los cazas pasaron volando sobre ellos soltando sus bombas. El resto fue como en su sueño.

El recuerdo era tan claro como si lo hubiese vivido ahora mismo. Sacudió su cabeza de lado a lado. Ese recuerdo no explicaba su apariencia actual, cerró los ojos y visualizó un nuevo recuerdo más antiguo, uno donde se encontraba hablando con un hombre vestido con una bata de laboratorio.

—Claro, el doctor Annerith— Dijo incorporándose.

Si alguien podría ser un potencial responsable de su situación, era ese hombre.

—¿Pero como voy a encontrarle?— Pensó.

Sus antiguos recuerdos ya no estaban mezclados con los nuevos, sino a parte. Rebuscó entre los nuevos pero fue infructuoso. Ninguna persona que había visto recientemente cumplía con los requisitos faciales. Pensó que tal vez el doctor tuviese una nueva apariencia, como él. En el pasado el doctor lo encontró una vez, quizás vuelva a hacerlo.

Se arrodilló sobre la fresca hierba y colocó una mano sobre la tierra, cerró los ojos y sintió que a mucha profundidad había una gran corriente de energía que circulaba hasta el horizonte. Asintió tranquilizándose.

—Hay una posibilidad— Pensó mientras se levantaba.

Con aquella esperanza decidió aguantar hasta ser encontrado y volvió a su vida cotidiana tratando de no despertar sospechas en los que le conocían.

Los días fueron pasando y Manis se daba cuenta de qué clase de mundo estaba viviendo. Era un mundo medieval, parecido al que veía tiempo atrás en los cines, en la televisión e internet.

Había animales comunes, pero pocos, otros eran raros de especies desconocidas que jamás había visto y otros que podían ser considerados mitológicos, como el Wyvern que sobrevoló el pueblo una vez.

Había magia, alquimia pero ni rastro de tecnología moderna. No había más electricidad que la que se generaba en las nubes en los días de lluvia, tampoco había televisión, ordenadores, smartphone, tablets, videojuegos, siquiera una mísera radio. Las casas carecían de electrodomésticos, tampoco había trenes, coches, motos, aviones. Las calles apestaban, había estiércol por el suelo embarrado y sin pavimentar, la gente apestaba y tiraban sus heces por la ventana. Para Manis estar en ese mundo era como vivir en el mismísimo infierno.

Isekai genérico.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora