Epílogo.

416 68 6
                                    

Ninguno de ellos tenía esperanzas ya en que David despertara. Ninguno de ellos pensaba que las cosas pudieran salir bien. Los médicos se habían asegurado de que fuera así. Pero habían decidido despedirse de David. Con todos sus honores, como si fuera un rey. Y es que, en cierto modo, lo era.

Nana, Clara, y Nico se encontraban en la puerta del hospital. Julia les había dado permiso para despedirse, aunque solo tenían cinco minutos cada uno. Era lo máximo que podía hacer por ellos.

—¿Listas? – preguntó Nico.

Nana y Clara asintieron.

Todos ellos habían llorado ya mucho, así que sus caras ahora estaban secas. Sabían lo que iba a pasar. Pero habían aprendido a aceptarlo. Habían aprendido a seguir delante de todas formas. David hubiera estado orgulloso de ellos.

Entraron por las puertas automáticas al palacio de blanco. Música clásica monótona y aburrida sonaba por los altavoces, que parecía que alteraba a los enfermos más que calmarlos. Tuvieron que dar sus nombres en recepción.

Nico les dijo a Nana y a Clara que se adelantaran un poco, que tenía que ir al servicio. Pero en realidad se quedó en recepción. Extendió un CD a la chica que allí estaba y le suplicó que lo pusiera por los altavoces. Tras jurarle por todos los dioses del universo y por todos sus familiares que era música calmada, la chica accedió. La pondría dentro de dos minutos exactos.

Nico corrió por los pasillos hasta que alcanzó a sus amigas.

—Vaya, sí que haces pis rápido – bromeó Clara sin ganas.

—Sí. Es un don.

Llamaron a la puerta de la habitación en la que estaba su amigo. Unos segundos después, salió Julia. Ya no llevaba uno de sus trajes de ejecutiva, sino una camisa normal y unos vaqueros. Estaba bastante despeinada, y ni una gota de maquillaje cubría su rostro. Parecía muchísimo más vieja y más joven a la vez.

Dio un abrazo a cada uno de los tres. Y sin más dilación, preguntó:

—¿Quién va a ser el primero?

—Esperad un momento – dijo Nico antes de que nadie pronunciase una palabra.

Por los altavoces se escuchó el ruido de sacar una cinta y poner otra. Un momento después, una música, de piano, inundó sus oídos.

—¿Qué es esto? – preguntó Julia, sin comprender.

—La canción de David.

Estoy cansado de caminar. Pero no puedo dejar de hacerlo. Mis pies, que no puedo ver, se mueven solos. El silencio me rodea. El frío... Espera, ¿el silencio? Creo que escucho algo. Es música. Es como... ¿Un piano? Vaya. Es una canción muy bonita. Es un poco triste pero... Es atrevida. Rebelde. Me gusta mucho. Es lo mejor que he escuchado en toda mi vida. Y no lo digo porque lleve tanto tiempo sin escuchar nada. Es verdaderamente increíble. Como si te arropara, como si... ¿Qué es eso? ¿Es el Sol? Pero sigue estando todo oscuro. No hay luces. Solo ese punto brillante. Me estoy acercando demasiado. Como si la música me empujara hacia él. Está empezando a cegarme.

Está demasiado cerca. Está...

Aunque todos se morían por entrar ya, se quedaron en el pasillo, embelesados por la música. Les envolvía, como si fuera algo más que una canción. Como si fuera una persona.

Entonces, algo cambió.

Escucharon un ruido dentro de la habitación de David.

Julia fue la primera en reaccionar, que abrió los ojos de par en par e irrumpió en la habitación. El libro que había estado intentando leer sin éxito ahora yacía en el suelo, abierto de par en par. Pero nadie había entrado allí, nadie podría haberlo movido. Nadie...

La canción estaba llegando su fin. Sonó el último acorde, la última nota que remataba aquella obra de arte.

Y entonces, David abrió los ojos.

El club de las sonrisas rotas.Where stories live. Discover now